La Voz de Galicia

Vicente Ferrio, autor de «El síndrome del buscador»: «Es muy difícil tener más de cinco amigos íntimos»

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Ana Abelenda
Vicente Ferrio, ingeniero de Caminos que hoy es mentor de emprendedores.

«Para muchos el trabajo es una distracción, un sedante», asegura este experto en desarrollo personal y mentor de emprendedores que puso fin a dos decenios de agenda frenética como directivo internacional para volcarse en superar la carrera sin fin de la infelicidad en la que vivía

21 Oct 2025. Actualizado a las 21:53 h.

A los 14 años se preguntaba si alguna vez podría gustarle a alguien. A los 15, «¿quién soy?». A los 16, si Ciencias o por Letras. A los 17, a qué dedicar su vida. Optó por estudiar Ingeniería porque en su entorno parecía «lo correcto» y, tras dos décadas como directivo, en las que vivió en 15 ciudades de ocho países, un día se vio atrapado en una burbuja de tiempo en un aeropuerto de México, en mitad de una tormenta, con un vuelo a São Paulo cancelado. «Entré en una racha en la que cada día me costaba más ir a trabajar, subirme a un avión, iniciar un proyecto y relacionarme con nuevas personas», cuenta Vicente Ferrio, ingeniero de Caminos por la Universidad de Granada, coach certificado por la IFC (International Coaching Federation) y experto en liderazgo, emprendimiento y gestión en las escuelas de negocios de Columbia y Harvard. Ferrio publica El síndrome del buscador tras sufrirlo ese mal en sus carnes durante años. «Nos convertimos en buscadores compulsivos, en una carrera sin fin. Yo lo tenía todo y me sentía vacío», revela Ferrio.

—¿No conviene, entonces, buscar?

—Buscar no es malo, pero cuando se hace desde compararnos, desde la carencia o la falta, es un problema. Eso fue lo que me pasó a mí. Después de muchos años en el mundo laboral, con grandes puestos en una compañía, con estatus, llegó un momento en el que dije: «¿Dónde está el límite, el final de esta búsqueda que a muchos nos causa una insatisfacción y un estrés difícil de llevar?». El síndrome del buscador es una trampa. Recibimos a diario muchísimos estímulos, información, mil contenidos, estamos «infoxicados», intoxicados de información. Y eso hace que lleguemos a perder el sentido de la realidad. Dejamos de pensar en lo que tenemos. Si a alguien le resuena este mensaje, se trata de parar y empezar a vivir de otra manera. Reduciendo la brecha entre las expectativas y lo que la vida nos ofrece.

—A veces la vida nos ofrece algo que queremos, pero lo descubrimos tarde.

—Sí. Es un trabajo continuo de descubrimiento. Por eso invito a las personas a dejar de ser buscadores para ser descubridores. Nada viene por revelación divina. Más que un ir hacia delante, yo invito a que paremos y pensemos en lo que hemos conseguido. Necesitamos mucho menos de lo que imaginamos. Hay que vencer la eventomanía, la necesidad de agenda para todo, el estar siempre ocupados, acumulando cosas y experiencias... Es como una bulimia de experiencias que consumimos y no tenemos tiempo a digerir.

—¿Menos es más?

—Sin duda. Es importante dejar de acumular y seleccionar a qué decimos que sí y a qué decimos que no. Hemos crecido en una cultura en la que el qué dirán y el juicio de los demás nos afecta demasiado. Nos cuesta mucho decir que no y llega un momento en la vida en el que tomas conciencia de la finitud del tiempo y de lo importante que es administrarlo de la mejor manera. Hay que pensar en qué impacto puede tener cada decisión que tomas. No vale decir que sí de manera automática para no quedar mal o no sentirnos mal. Estamos educados en la idea de que nunca es suficiente, en el «tira pa’lante pase lo que pase». Esa inercia se para con el «ya tengo bastante».

—¿Qué te pasó a ti? Tras dos décadas como directivo, una tarde de tormenta en México que obligó a cancelar un vuelo lo cambió todo. ¿Qué sucedió?

—Mi formación es de ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, estuve durante más de 20 años viajando de un país a otro, de un proyecto al siguiente, con multitud de equipos... Iba por la vida con un cronómetro porque tenía que encajarlo todo. En un momento todo se paró. En mi caso fue un día en un aeropuerto en medio de una tormenta. Se cancelaron los vuelos y me vi con un regalo inesperado: tiempo. Yo despreciaba todo lo que no era producir, no hacer nada lo consideraba perder el tiempo. Tuve una revelación aquel día en el aeropuerto, en el que me planteé adónde iba yo en ese camino sin fin por asegurar mi futuro. Se nos inculca el miedo al futuro y la codicia del «nunca es suficiente». La vida es lo más valioso que tienes. Tenemos que darnos la oportunidad de preguntarnos qué queremos hacer.

—«El estoicismo y el existencialismo nos recuerdan que el propósito no lo entrega la vida en bandeja», adviertes. ¿Qué es el propósito?

—El propósito no se busca, se crea. Y tiene que ver con eso que nos sentimos cómodos haciendo y tiene influencia sobre los demás. Pero a veces no somos conscientes. Hay que prestar atención a la capacidad de iniciativa que tenemos y que lamentablemente muchas veces el contexto en que vivimos atrofia. Recuerdo a mis padres diciendo: «Hijo, estudia una carrera, consigue un trabajo fijo, que ya tendrás tiempo de estudiar Arte». A mí me cambió la vida el día en que me hice la pregunta: «¿Qué no estoy haciendo hoy que podría hacer y me acerque adonde quiero estar?». Yo hablo de emprender a tiempo parcial. Emprender no significa montar un negocio, es empezar a poner en práctica los talentos que llevamos dentro. Y se puede hacer a tiempo parcial. No necesitas cambiar de vida de un día para otro ni poner en riesgo tu seguridad. Muchas personas teniendo buenos trabajos, con un buen sueldo, tienen sensación de vacío porque no han explorado los talentos que tienen. Hay que poner en marcha espacios de crecimiento por nuestra cuenta. En general, esperamos que sucedan en el trabajo y si no es un trabajo vocacional, lo que sucede a menudo es que nos frustramos.

«Para muchos el trabajo es una distracción, un sedante, un alivio del malestar”

—¿El talento puede ser un lastre?

—Claro que puede ser un lastre. Las personas inquietas, curiosas y con talento disuenan dentro de una organización. Si hacen ruido, son incómodas. La mayoría de las corporaciones, como los partidos, lo que quieren son, sobre todo, personas que armonicen y cumplan su cometido sin ruido. Quienes tienen inquietudes ajenas a eso suelen ser un problema. Y son los que al final se van por aburrimiento, o se mantienen en la renuncia silenciosa. Para muchos adultos el trabajo es una distracción, un sedante, un alivio temporal del malestar.

—¿Cuánta gente necesitamos en nuestra vida?, te planteo una pregunta de «El síndrome del buscador». Abundan grupos y peñas, pero ¿y esos amigos a los que llamar en la noche?

—El antropólogo Robin Dunbar dice que nuestro cerebro está diseñado para mantener un número limitado de relaciones significativas, unas 150, y de ellas solo cinco ocupan el espacio íntimo al que acceden quienes no conocen máscaras ni filtros. Pero se ha pervertido el concepto de amistad. Confundimos amigos reales con amigos virtuales. Es vital hacer el esfuerzo de cultivar relaciones auténticas. Hoy elegir es lo complicado. Pasar el tiempo con decenas de personas que no son para ti significativas, porque hay que apuntarse a todo, es una huida hacia delante que te quita tiempo para lo que importa.

«Si aplicamos al amor la fórmula de Drake para calcular la probabilidad de encontrar vida inteligente en el universo, encontrar a la pareja ideal es algo remoto...»

—¿Podemos aspirar o no a encontrar a la pareja ideal?

—Es una buena pregunta. Si aplicamos al amor la fórmula de Drake para calcular la probabilidad de encontrar vida inteligente en el universo, encontrar a la pareja ideal es algo remoto. Es importante saber qué disponibilidad tiene cada persona, qué momento está viviendo y si hay compatibilidad en relación con los valores y visiones de la vida. ¿Cómo se pueden construir relaciones sólidas y auténticas con cinco minutos para conocer a la otra persona? La pareja no puede ser un comodín para el ego. Hay gente que colecciona personas como quien colecciona cualquier cosa. En el amor tenemos que aparcar también creencias limitantes del tipo «todo lo bueno está pillado». El feeling es una trampa, ¿qué es eso de que no hubo feeling? Se glorifica la chispa. El amor requiere tiempo.

—¿La felicidad es amiga de la atención plena y enemiga de la expectativa?

—Creo que sí. La felicidad es amiga de la atención y de la gratitud. Lo contrario de la felicidad es la no aceptación. Y aceptar no es conformarse, ni resignarse, es reconciliarse con lo que la vida te ofrece y asumir lo que eres. La negación de circunstancias que nos afectan causa una profunda infelicidad. Y si lo mezclas con las expectativas y la comparación con los demás, más profunda es aún.

—Nos comparamos en lo que nos interesa, en eso que brilla...

—Totalmente. Nadie querría cambiarse por una de esas personas con las que se compara, cambiarse la vida completa. Pero nos dejamos deslumbrar... Siempre es injusto compararse con otra persona. Es muy importante el amor propio, que confundimos a menudo con la autoestima, pero es más importante. Querernos por lo que somos, independientemente del trabajo, del estatus o de que vengan mal dadas. La autoestima está ligada a la percepción que tenemos de nuestras habilidades y logros. Pero el amor propio es incondicional: eres valioso solo por ser. Por ser lo que eres, no por lo que los demás dicen que eres, el trabajo o tu máscara social. Yo hablo de la identidad mínima viable para referirme al coraje de ser quien eres. Invito a que cada uno redacte su identidad mínima viable, a que tenga la valentía de poner en un papel quién es. Y es posible que quede la hoja en blanco. Eso me pasó a mí.


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