La Voz de Galicia

De galpones masificados y húmedos a camarotes con zapatillas y «wifi»

Somos Mar

c. porteiro redacción / la voz

Las condiciones en el mar han mejorado, pero siguen registrándose abusos

18 Aug 2020. Actualizado a las 05:00 h.

«Dormían entre seis y ocho en un solo camarote, de cualquier forma, incluso con la ropa mojada», recuerda Sergio López. El gerente de la Organización de Productores Pesqueros (OPP) de Lugo rememora las durísimas condiciones laborales que sufrían los pescadores gallegos hasta la gran renovación de la flota de los años 90. En tierra, sus compañeras empleadas en las fábricas de conservas tampoco lo tenían mejor: «No había ni equipos de trabajo. Ni guantes», abunda la secretaria de Mulleres do mar de Arousa, Sandra Amézaga. Aunque la actividad entrañaba menos riesgo, los abusos laborales no eran una excepción: «Conocimos a alguna empleada, hoy jubilada, que trabajó desde los nueve años sin Seguridad Social. Al nacer su segundo hijo se enteró de que no había cotizado nada».

Son solo unas pinceladas en blanco y negro de lo que solía ser la vida de las gentes del mar. Algunas todavía se reproducen en color. Bajo bandera china o indonesia, proliferan las denuncias de abusos y violación de Derechos Humanos a bordo. Para los activistas, la actividad pesquera en algunos mares se ha convertido en la «esclavitud moderna». No siempre con armadores asiáticos como protagonistas. La inspectora de la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte, Luz Baz, reconocía el año pasado haber seguido casos «dramáticos» de tripulantes extranjeros enrolados en barcos de armadores gallegos.

No es lo habitual, según apunta el sector. Las cosas han cambiado mucho. Tanto, que hasta el pasado 30 de junio, patronal y sindicatos alcanzaron un acuerdo «histórico» para poner fin a los contratos verbales. Salarios, condiciones de descanso y vida a bordo deberán documentarse. Ahora bien, ¿qué hay de las nóminas? ¿Han cambiado desde que los gallegos salían al balacao? ¿Son los barcos más seguros?

«A precariedade laboral reduciuse moitísimo neste sector. As condicións salariais son incluso superiores a outros traballos en terra», asegura el director general de PescaGalicia, Torcuato Teixeira. López le da la razón. Cree que si le diesen a elegir a un joven entre un salario de 18.000 euros anuales en tierra o entre 30.000 y 35.000 euros en el mar, elegiría el primero por la «comodidad, la conciliación y la propia imagen». Lo cierto es que se ha invertido mucho dinero de los fondos europeos en modernizar los barcos, en hacerlos habitables y seguros: «Ya no tienen esos habitáculos pequeños de hace años. La mayoría de los de altura ya disponen de wifi, se trabaja a turnos y cuando los marineros descansan pueden andar en zapatillas por el barco, chatear con la familia o ver una película», asegura López. Las modalidades de contratación también han cambiado, no los contratos. Si antes los grumetes se acercaban al puerto a la espera de que un armador los contratase, ahora esa tarea pasa por el SEPE, muy criticado por «mandar a cualquiera» sin la cualificación que se requiere, según denuncia el sector. El contrato más extendido es «a la parte», en función del volumen de capturas del barco, aunque en alta mar está proliferando el mixto (un mínimo por encima del SMI y primas por capturas). La flota de arrastre del litoral suele pactar los salarios, no hay un convenio colectivo global.

La retribución puede oscilar mucho en función de la flota, la altura e incluso la campaña. La caída de ingresos y ventas en el 2020 a causa del covid-19 empujar los salarios a la baja.

 

Vida segura y bien retribuida

La vida de las mariscadoras y bateeiras en las rías es «segura y bien retribuida», a pesar de la dureza del trabajo, asegura Amézaga. Las condiciones laborales, otrora precarias o inexistentes, no son el peor obstáculo al que se enfrentan en el sector. Para ellas duele más el «machismo» que las horas mariscando. Su actividad antes de los 90 se percibía como un «complemento para la familia», no se les reconocía como profesionales ni podían cotizar. Eso ha cambiado con el esfuerzo de sus protagonistas: «Ahora hay jóvenes que quieren volver y dedicarse a lo que hicieron sus madres y abuelas», indica Amézaga. Aquí parece que no hay problema de relevo generacional.


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