Pulso entre lo salvaje y lo cultivado
Somos Mar
El caso del salmón de Alaska sirve a los economistas para reafirmar que pesca y acuicultura no son rivales, sino que se complementan
13 Jul 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Desde la Administración y otras instancias repiten hasta la saciedad que pesca extractiva y acuicultura no deben tenerse por rivales, puesto que son actividades que se complementan. Pero la óptica cambia si se mira desde la perspectiva del sector. Los profesionales del mar miran con recelo a los cultivadores de peces, y no perciben esa complementariedad en el expositor de la pescadería, sino más bien rivalidad pura y dura. Porque el cliente que se lleva una lubina de crianza en el cesto de la compra deja de comprar un pancho, un jurel o una maragota salvaje. Y viceversa. Sobre esas interacciones también se debatió en Lecciones Avanzadas de Economía de la Pesca y la Acuicultura, el seminario internacional organizado por la FAO y la Consellería do Mar que durante la semana pasada se desarrolló en Santiago. Gunnar Knapp, director y profesor de Economía del Instituto de Investigación Socioeconómica de la Universidad de Anchorage, Alaska, habló de las interferencias entre pesca y acuicultura basándose en el ejemplo del salmón, aunque aclaró que es difícil generalizar y, sobre todo, saber si lo ocurrido con esa especie es extrapolable al resto de las que se cultivan. Y Knapp, que admitió que el proceso de adaptación y convivencia no ha sido nada amable, resaltó que finalmente ambas partes han sacado beneficios la una de la otra.
El economista de Alaska se refirió a un amplio abanico de interacciones. Por ejemplo, a veces se necesitan ejemplares salvajes para engordar en las plantas; y en ocasiones se emplean especies nacidas en granjas para repoblar los caladeros. Otro punto -tan polémico que Knapp rechazó entrar-, es el de la alimentación de las especies de cultivo, que precisan del pescado salvaje para su engorde. Y las más tensas son las que se producen en el ámbito del mercado.
Momentos de crisis
En Alaska, todo el salmón que se vende es salvaje. Hay toda una flota dedicada a eso que antes de los años ochenta no tenía rival. Los acuicultores de salmón de Noruega, Chile o Canadá todavía soportaban elevados costes, la producción de las granjas era muy baja y, en consecuencia, los precios eran muy altos.
Pero a principios del milenio las tornas se invirtieron. Los costes de la cría de salmón se redujeron drásticamente, la oferta en el mercado aumentó y, en consecuencia, los precios de la especie cayeron en picado.
Claro que el descenso en la cotización no solo se produjo en el pescado de piscifactoría, sino que también se desplomó el del producto salvaje. En esta fase los pescadores de salmón se vieron contra las cuerdas, con una flota sobredimensionada que apenas daba para cubrir costes. A eso se sumaban las desventajas inherentes a la pesca salvaje, como la imposibilidad de predecir la producción anual -al contrario que en la acuicultura-, la falta de uniformidad en el producto, que aumenta los costes de las empresas transformadoras, y las regulaciones y restricciones a la captura de la especie.
Travesía del desierto
Fue una larga travesía por el desierto de la que, sin embargo, la pesca extractiva salió reforzada, haciéndose más eficiente y eficaz y, sobre todo, rentable. Según Knapp, los pescadores siguieron el impulso de los acuicultores, que con una innovación constante en la presentación de los productos consiguieron dar mayor valor añadido a sus productos de crianza. Y el pescado salvaje también se empezó a vender fileteado, troceado para sushi y en otras presentaciones para ganar clientela. Además, diversificaron mercados y, en lugar de tener en su cartera prácticamente en exclusiva a Japón, se abrieron a la UE, a China y al propio mercado nacional. También se lanzaron de cabeza al márketing para distinguir este pescado del que produce la acuicultura. Tanto es así, que un enorme salmón salvaje acapara todo el fuselaje de un avión de Alaska Airlines.
Por tanto, aunque al principio la pesca saliera perjudicada, a la larga, la producción salvaje se ha beneficiado del incremento de la demanda y de la innovación propiciada por los acuicultores.
La producción cárnica, el verdadero rival
El economista de la Universidad de Alaska emplea el caso del salmón para demostrar que el consumidor no hace distinción entre salvaje y de acuicultura. Lo que reclama es buen producto a buen precio. De ahí que concluya también que no hay competencia entre la producción de la pesca extractiva y la acuicultura, sino que se complementan. Y apuntó hacia el verdadero rival: la producción de carne.
Y es que con las capturas mundiales de pescado estancadas desde hace años en el entorno de los 90 millones de toneladas, ese crecimiento significativo de la producción de proteínas que requerirá el aumento de la población mundial en el futuro solo puede llegar de la acuicultura o de la ganadería.
De cazador a ganadero
En este sentido, Gunnar Knapp apuntó que el suministro de pescado está recorriendo un camino que ya antes recorrió la agricultura: «El hombre dejó de ser cazador-recolector para convertirse en agricultor y ganadero; lo mismo ocurre con la pesca y la acuicultura», señaló el economista estadounidense.
Eficiencia
Que los pescadores no deben ver un rival en los acuicultores, sino no perder de vista a la agricultura y la ganadería es una visión que compartió en las jornadas Luz Arregui, directora de calidad del Grupo Tres Mares y presidenta de Atrugal, la patronal gallega de trucha.
Arregui fue más radical que Knapp, pues a su juicio «solo la acuicultura está en disposición de producir alimentos de forma eficiente» para alimentar a los 9.000 millones de personas que poblarán el planeta en el 2050. Y es que tanto la ganadería como la acuicultura «necesitan mucho espacio y su índice de conversión es elevado», de ahí que opine que no se trate de una elección entre carne o pescado. Será solo pescado y con la producción salvaje estancada el crecimiento tiene que venir por la vía del cultivo.
En los últimos años, la producción acuícola creció un 6,1 %.