La soledad de quienes cuidan
Opinión
07 Dec 2025. Actualizado a las 12:45 h.
La triste noticia aparecida estos días en los medios sobre una mujer de 87 años fallecida en el hospital tras ser hallada en su casa de Abegondo, después de varios días postrada al lado del cuerpo inerte de su hija (cuidadora principal), me hizo rememorar lo sucedido en similares circunstancias al actor Gene Hackman, enfermo de alzhéimer, y a su esposa, cuyas autopsias confirmaron que la muerte del actor se produjo varios días después de la de ella.
En ambos casos, los cuidadores principales, a los que se supone más sanos, son los que fallecen antes que la persona cuidada, precipitando con ello un desenlace terriblemente dramático.
Por desgracia, estos casos, que inicialmente pueden parecer aislados, quizá no lo sean tanto. Por este motivo se hace imprescindible reflexionar sobre la situación actual del cuidado a las personas dependientes y de la realidad que viven quienes les cuidan.
Sabemos que una de las mayores conquistas de nuestra era es el incremento de la esperanza de vida de la población. Las personas vivimos cada vez más años, pero inevitablemente esto implica una mayor posibilidad de padecer patologías que ocasionen dependencia. El envejecimiento demográfico es una conquista y a la vez un reto al que se deben enfrentar las políticas sociales de todos los gobiernos mundiales y particularmente cada uno de nosotros, de cara a planificar cómo deseamos envejecer y cómo queremos que nos cuiden.
Según el CSIC, en España hay más de 10 millones de personas mayores de 65 años, muchas de ellas autónomas y con buena calidad de vida. No obstante, los datos más recientes del INE indican que el número de personas dependientes está en torno a los dos millones y, por tanto, con necesidad de cuidados tanto formales (profesionales formados) como informales (familiares y allegados que deberán compaginarlo con sus vidas).
Recientemente, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología avaló el I Estudio del Observatorio de los Cuidados, una iniciativa del Laboratorio Cinfa cuyo objetivo es dar reconocimiento y visibilidad a las personas cuidadoras. El resultado de esta radiografía a los más de 3.200 entrevistados revela que 51,1 % pertenecen a la denominada «generación sándwich», que cuida simultáneamente a padres y a hijos. El perfil de género es mayoritariamente femenino, con una edad media de 49 años y que a su vez combina trabajo dentro y fuera de casa. En el 75,6 % de los casos la persona cuidada es el padre o la madre y su media de edad supera los 81 años. Otra de las conclusiones es que las personas que cuidan manifiestan que han tenido que abandonar actividades de ocio, limitar las relaciones con amistades y familia, y en un alto porcentaje refieren sentir soledad y cansancio tanto físico como mental.
Romper con algunas de las tendencias reflejadas en el citado estudio, que forman parte de la situación real de muchos cuidadores en su día a día, exige un cambio de perspectiva colectiva.
Es vital que gobiernos, instituciones, administraciones y la sociedad en general reconozcan el valor de quien cuida y que se destinen más recursos económicos y prestaciones adaptadas a las necesidades reales de las personas en el momento que se presenta la dependencia, no después de meses esperando… porque en algunos casos ya no llegan a tiempo. Según datos del Observatorio Estatal de la Dependencia, a finales de septiembre del 2025 había 284.020 personas en listas de espera: 133.414 personas que están a la espera de valoración y 150.606 personas esperando prestaciones y servicios que tienen reconocidos por ley.
Además, proporcionar ayudas a las organizaciones o asociaciones para que impartan formación en tareas de cuidado y autocuidado, promover grupos de apoyo mutuo, garantizar un servicio de ayuda a domicilio digno, de teleasistencia adaptada y facilitar la conciliación laboral son algunas medidas imprescindibles para aliviar la sobrecarga y la precariedad de quienes dejan su vida en favor de quienes necesitan sus atenciones. Igualmente, es necesario fomentar una cultura en la que pedir ayuda no se perciba como un fracaso, sino como una muestra de fortaleza y autocuidado.
La soledad y el aislamiento que se vive en el cuidado a las personas dependientes es una problemática urgente y real que debe dejar de ser invisible.
Para cuidar bien, lo primero es que quien cuida esté bien cuidado.