La Voz de Galicia

Populismo sin ideología

Opinión

Nieves Lagares Diez Miembro del equipo de Investigaciones Políticas de la Universidade de Santiago de Compostela

11 Dec 2022. Actualizado a las 05:00 h.

 

Decía Donald Trump en el 2016 que «podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos», tal era la lealtad de sus votantes y tan poco importaba lo que hiciera o lo reprochable de su conducta o su moralidad.

 

Aquella afirmación contenía una parte de verdad porque muchos de sus votantes no votaban solo por él, sino contra otros, lo que hemos llamado «voto negativo». Por eso el trumpismo ha mostrado tanta resistencia, a pesar de Trump; porque, por un lado, es la expresión de lo que algunos ciudadanos piensan, no se atreven a decir, y quieren que alguien verbalice y, por otro, muchos no votan por Trump sino contra esa forma de hacer política que instaura nuevos principios y le dice a la gente cómo tiene que vivir, alterando sus formas tradicionales de vida.

 

Los seguidores de Trump lo han acompañado siempre mientras defendía formas tradicionales de vida y de comportamiento; ahora, tras el asalto al Capitolio, la reciente llamada a «terminar con la Constitución», o la condena de fraude y evasión fiscal a Trump Organization, está por ver si lo seguirán sosteniendo, incluso cuando ataca los más sólidos principios americanos.

El populismo se asienta en la fractura entre el pueblo y los líderes, aprovecha el descontento de los ciudadanos para responsabilizar a los gobernantes, se nutre del dolor, de los miedos, de la desesperación, de las carencias, y los pone en relación con las decisiones supuestamente interesadas de los políticos, con sus beneficios, con su corrupción, con la venta de España a los independentistas o con el España nos trata mal, con los privilegios de los banqueros y las grandes compañías o con las puertas giratorias, porque el populismo no tiene ideología.

Y entonces sitúa al pueblo como el único objeto de la política populista, nosotros y los otros, o lo demás no importa, America First, el problema son los emigrantes, Europa nos oprime, siempre hay un conflicto externo, siempre un gobernante interno desleal con el pueblo, con los valores tradicionales, con la familia. Dios, patria, familia, el lema fascista que recupera Meloni y compran los italianos para hacerla presidenta, contra Europa, pero también contra los nuevos valores, contra el matrimonio homosexual, los derechos de los colectivos LGTBI+, los emigrantes.

 

El populismo ni tiene ideología ni lo es; sí es una performance de la política que se nutre principalmente del relato, y las nuevas extremas derechas han encontrado en él la forma de conectar con la insatisfacción ciudadana. No es que los españoles se hayan hecho masivamente de extrema derecha, algunos sí, claro, pero la mayoría votan contra el orden establecido, contra la corrección política y moral que imponen los gobernantes, igual que en EE.UU. tras la era Obama.

 

Cuando el relato se convierte en el propio contenido de la política, las probabilidades de que los populismos sean la forma de las democracias aumentan, igual en el American First que en el «derecho a decidir», en el Dios, patria, familia, o en el «Yo sí te creo». Y es difícil dar marcha atrás.

 


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