La Voz de Galicia

La tragedia griega

Opinión

Fernando Salgado

30 Dec 2014. Actualizado a las 05:00 h.

Un activista anónimo, espada en ristre, se dedica a degollar banqueros entre las vetustas piedras de Atenas, al tiempo que anima a los ciudadanos a no pagar sus deudas e hipotecas. Un líder político, de nombre Alexis Tsipras, se reúne con el banquero Mario Draghi y le exige una reducción sustancial de la deuda contraída por Grecia. El primero de los personajes, protagonista de la novela negra Con el agua al cuello, del economista y escritor Petros Márkaris, es aclamado como un héroe en su país: incluso su perseguidor, el comisario Kostas Jaritos, también con el agua al cuello como sus conciudadanos, no puede reprimir cierta simpatía por la tizona justiciera. Al segundo, de planteamientos cada vez menos drásticos y más aquilatados, le auguran los sondeos una victoria en las adelantadas elecciones griegas del 25 de enero.

Si las encuestas aciertan y Syriza alcanza el poder en Grecia, Europa asistirá a un choque de trenes de incalculables consecuencias. La guerra entre acreedores y deudores estallará con toda virulencia y desbordará las fronteras griegas. Salvo que se imponga la cordura -vamos a ser optimistas este fin de año- y se acuerde un armisticio, del que les ofrezco el preámbulo: «No era realista esperar que los países deudores pudieran alcanzar el crecimiento económico suficiente para hacer posible la devolución de las deudas originales si no se adoptaba alguna vía de alivio de la deuda». Por cierto, la frase entrecomillada no es mía: la escribió Luis María Linde, hoy gobernador del Banco de España, a propósito del Plan Brady para la reestructuración de la deuda latinoamericana en la década de 1980.

La deuda soberana griega es claramente insostenible. En cinco años pasó del 112,9 % al 177 % del PIB. Gran parte de ese incremento se debe a las políticas de austeridad brutal que devastaron el país: la economía griega retrocedió un 22 % desde el 2008. Aunque los griegos no hubieran pedido un solo euro desde esa fecha, la destrucción de riqueza habría elevado el endeudamiento hasta el 145 % del PIB. En esa tesitura, solo hay dos opciones: o persistir en el error, como hacen la troika y los sumos sacerdotes alemanes, que exigen al Gobierno de Samarás subir el IVA de los medicamentos y dar un nuevo tajo a las pensiones; o bien, aliviar la carga de la deuda, como diría Luis María Linde y propone Syriza.

Se equivocan quienes piensan que Bruselas y Fráncfort, que tienen la sartén de la financiación por el mango, harán pasar, con Syriza o sin Syriza en el timón, a la humilde Grecia por el aro. Olvidan que el partido de Tsipras, que ahora defiende la permanencia en el euro y ha renunciado a la reestructuración unilateral de la deuda, dispone de armas no despreciables. La primera: cuanta más presión se aplique a Grecia y a los bonos griegos, mayores pérdidas sufrirán los acreedores. Y los acreedores son hoy, precisamente, sus socios europeos: dos tercios de la deuda griega está en manos de los fondos de rescate. La segunda: la tragedia griega, como en el pasado, se propaga con pasmosa facilidad a los países de su entorno aplastados por montañas de deuda. En España deberíamos saberlo bien.


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