El espejo luso
Opinión
01 Apr 2007. Actualizado a las 07:00 h.
LA ideología de la decadencia vuelve a ensombrecer Portugal, donde cada lunes miles de trabajadores se suben a una furgoneta en Guimaraens, Monçao o Braga para cruzar la frontera y trabajar en la pujante construcción del sur de Galicia. En un panorama tan inquietante, lo peor que puede pasar es que el asunto acabe en un plató de televisión, pública por supuesto, y el resultado ha sido el peor de los posibles: los telespectadores lusos acaban de escoger al dictador Antonio de Oliveira Salazar como el mejor personaje portugués de la historia. Si a esto se añade la gestación de un partido de extrema derecha cuyo estreno mediático ha sido echar la culpa de la crisis a los inmigrantes, y a las grandes firmas del país diciendo que hay que parar las máquinas y volver a arrancar con otro rumbo, pues ya tenemos un país a la deriva. Durante las dos últimas décadas Portugal registró un avance extraordinario. Tras la entrada en la UE, llegó la lluvia de millones en infraestructuras y las grandes empresas europeas en busca de mano de obra barata. Portugal deja de ser ese país fantasma que se habían inventado los gallegos para poder decir que viajaban al extranjero y ya nadie se vuelve con toallas en el maletero en una de sus incursiones en Valença. Pero ya en el 2007, agotado el grifo europeo, con el sector de la construcción paralizado y las empresas en proceso de deslocalización en busca de mano de obra mucho más barata en los países del Este, las élites portuguesas se han sumido en un nuevo arrebato de saudade. Y eso que aún no han llegado los incendios, que han paralizado el país en los últimos tres veranos y que han retratado el abandono de un país agrario que ha emigrado a las urbes atlánticas dejándolo todo atrás, incluidos los bosques. Cada vez que Galicia se mira en el espejo portugués se le tendrían que poner los pelos de punta.