Pero no sólo son los perros quienes actúan como terapeutas. A la cárcel de Cartagena llevaron siete parejas de canarios, que fueron recibidos con todos los honores. Los internos que trabajan en mantenimiento les hicieron las jaulas y los del taller de cerámica, los comederos y los bebederos. Otro preso pintó las paredes con plantas y cascadas. Posteriormente, las aves con sus cantos fueron rebajando la tensión del día a día.
Gracias a la colaboración de un colectivo antisida de Álava, en 1995 empezó un programa en el que participó un gato persa que acompañó a los internos del tercer grado y a enfermos terminales de la cárcel de Nanclares en un piso de acogida en Vitoria. La intervención terminó porque el felino falleció de una insuficiencia renal el año pasado.
En la fundación indicaron que hay más alegría y una mayor comunicación entre los internos y el personal cuando están de por medio los animales. «La presencia de animales despierta sentimientos como la simpatía, la tolerancia, la compasión y, sobre todo la paciencia», expresaron funcionarios de la prisión monterrosina.