El museo que no tiene paredes
Galicia
El edificio del Gaiás dedicado a muestras carece de salas neutras o con paredes lisas, lo que obliga a montar estructuras donde poder colgar obra
15 Aug 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Primera semana de agosto. Temporada alta. No hay mucha gente en la Ciudad de la Cultura. En uno de los cuatro edificios terminados, el dedicado a museo, se expone la muestra Camiño. A Orixe. En el recorrido que hace por la historia de la ruta jacobea y el viaje al pasado para desvelar quién era el Apóstol Santiago usa piezas como un retrato al óleo realizado en 1655 por Murillo, o el gallardete de la nave Capitana de la Batalla de Lepanto. El valor de las obras no se corresponde con el interés que parece suscitar entre los turistas la muestra inaugurada el 13 de marzo y que estará abierta hasta el mismo día de septiembre. No hay cola para entrar a verla. Cuando pasa poco más de media hora de las cuatro de la tarde, por las salas que ocupa pasean únicamente ocho personas que han pagado los cuatro euros de entrada.
Tras cruzar frente al mostrador en el que se adquieren los billetes, solo hay que avanzar un poco para ver desde lo alto la sala más grande del museo. No hay nada en ella. La escalera mecánica que conduce hasta allí está apagada. Lo que hay abajo es solo un espacio vacío. Los grandes contrafuertes encargados de sostener la estructura diseñada por el norteamericano Peter Eisenman no dejan espacio para colgar nada. Lo ocupan todo, como inmensos gigantes. «El inmueble compite con cualquier cosa que se pueda exponer dentro», explica un experto en diseño de muestras. El techo de la sala va disminuyendo en altura hasta dejar en una esquina un espacio bastante amplio no útil para exponer.
Para ver la primera parte de Camiño. A Orixe hay que subir a la primera planta. Una puerta de blanco inmaculado da paso a la primera sala. Al abrirla, el turista parece entrar dentro de una muñeca rusa.
Salas temporales
Porque en el interior de ese espacio en el que, teóricamente, tendrían que estar expuestas las obras, lo que hay son varios contenedores de forma cuadrada. Como cubos. Son rojos por dentro. Tienen iluminación propia, adecuada a los cuadros que penden de sus paredes o a lo que guardan en sus vitrinas. Es una sala dentro de otra. Y cada cubo está forrado de un material color plata. Como hilo conductor entre los cubículos, hay una especie de sendero bordeado por pequeños trozos de madera marrón y marcado por redes verdes que cuelgan del techo en un ambiente de oscuridad y misterio. Todo el atrezzo conforma un laberinto en el que, de vez en cuando, se ve la sombra del guardia jurado que custodia las obras diluidas en esas guaridas que esconden desde un Durero hasta imágenes de Cristo. Ver un cuadro con la perspectiva de la distancia resulta aquí complicado.
El por qué han ideado la fórmula de las cajas puede suponerse. Expertos en diseño de espacios museísticos consultados explican que en la Ciudad de la Cultura el continente se come al contenido. Una sala dedicada a muestras debe de ser neutra y ha de poder clavarse. La luz natural no ha de ser tampoco un riesgo para la obra.
Las salas del museo de la Ciudad de la Cultura no respetan esos parámetros. De ahí que a veces haya que habilitar un segundo espacio dentro de cada una de sus salas. No hay tampoco paredes totalmente lisas. «Lo que provoca es un incremento de los costes de los montajes», dice una fuente consultada. Sugiere la idea de habilitar de forma permanente una sala porque, aunque de entrada sea más caro, a la larga ahorraría bastante al evitar tener que levantar estructuras temporales.
«Como non veña ninguén non van poder amortizar nunca todo o que gastaron nesto»
La muestra continúa en la segunda planta del inmueble. Hasta allí aún permanece operativa la escalera mecánica. El mecanismo no está operativo para ascender hastalas salas vacías. Los pocos turistas que han entrado están estupefactos ante la escasa afluencia de gente que hay en el museo en pleno agosto.
Dos parejas que viven en Suiza comentan que donde viven habitualmente, en ese pequeño país de Centroeuropa, nunca dejarían que ocurriera algo como lo que están viendo en la Ciudad de la Cultura. «Alí (por Suiza) non hai algo que sexa tan grande e comparable a isto, pero de habelo saberían sacarlle partido, non como parece que acontece aquí», dicen.
Falta de un proyecto
Incluso ponen su grano de arena. «Habería que promocionar esto moito máis. Os artistas que están comenzando a súa carreira non teñen onde expor nada. Poia poderían habilitar parte de isto para que o puideran facer, por exemplo», dice uno de ellos. Porque lo que echan en falta es un proyecto para hacer rentable un complejo en el que los cuatro inmuebles terminados se mezclan con el esqueleto o la coraza de los otros dos que fueron paralizados. Saber qué hacer con algo que ha costado a todos los gallegos tanto dinero resulta fundamental. «Como veña tan pouca xente nunca van poder amortizar isto», apuntan también.
¿Qué van a hacer?
La vista exterior también les sorprende, como a cualquiera que se acerque. Cuando descubren la cantidad de dinero que han invertido en la construcción de algo que ahora se ve totalmente desolado aún se quedan más perplejos. Fuera han visto obras paradas, todo el hierro que ha quedado al aire corroído por la lluvia y por el viento que sopla en medio del monte, losas caídas, materiales descoloridos... Quizá es eso lo que les lleva a lanzar una pregunta: ¿Qué van a hacer con todo eso ahora? ¿Van a acabarlo? La cuestión no resulta extraña porque la vista que se lleva el que llega al Gaiás no es agradable. Es de destrucción, de abandono, de soledad, de dejadez. Ni las muestras que se celebran en le interior, ni la actividad de las oficinas que han logrado ocupar logra imprimir un poco de vida a un complejo que, ya lo advirtieron en su día, no tenía ningún proyecto. Porque como advierte una turista «aquí non hai nada. Non hai máis que pedra. Non pode ser, dende logo».