Seis décadas desde la rebotica
Arousa
Sesenta años. Esta es la edad que separa al primer farmacéutico de Carril de su nieta, que ha heredado directamente las riendas de un negocio histórico
01 Jun 2008. Actualizado a las 02:00 h.
Viernes. Último día del mes. Las recetas circulan a velocidad de vértigo en la rebotica. Antiguo lugar de tertulia, la trastienda en la que la vida fluía con su propio ritmo es hoy el centro neurálgico de un eficaz engranaje administrativo. Todo mecanizado, todo informatizado, controles exhaustivos, comunicación inmediata con la Administración. Alba Gago García-Brabo dirige un negocio que, desde la superficie, poco tiene que ver con el que su abuelo José inauguró en Carril en los años 50. Marta, en su doble condición de madre e hija, representa a la generación intermedia de una saga de boticarios que, sin embargo, se resistió a vestir la bata blanca. Eso en absoluto quiere decir que desconozca los resortes de la savia familiar. Muy al contrario, defiende el núcleo que nunca debe perderse de vista: «La esencia sigue siendo solucionar un problema a la gente; esto es lo que jamás se puede perder».
La farmacia García-Brabo, hoy ubicada frente al ambulatorio de San Roque, abrió sus puertas en la calle Rosalía de Castro, de Carril. Fue la primera botica carrilexa en un tiempo en el que el farmacéutico, el cura y el médico prestaban lo más parecido a un servicio social integrado. «No solo venían a por medicinas, la gente pedía consejos de todo tipo, incluso legales», recuerda José. En su rebotica se leían cartas que llegaban de lejos, noticias del mar vitales para mujeres que apenas reconocían la forma de las letras. Hombres, muchos menos, «porque los hombres -sentencia José- siempre creemos que sabemos más de lo que en realidad sabemos, y al final todo se queda en agua de borrajas».
El farmacéutico eligió carrera en Santiago llevado de un pragmatismo irrebatible. Las ciencias químicas estaban de moda por aquel entonces. Pero le habrían convertido en un asalariado y, muy probablemente, apartado de Carril, algo a lo que no estaba dispuesto. La medicina conducía, por pura lógica, a la zambullida en un ambiente de pobreza y enfermedad. En cambio, la farmacia ofrecía dos salidas redondas: «Podía ser mi propio jefe y, además, quedarme en Carril». Dicho y hecho, con los años José se especializó en óptica, formando parte de la primera promoción de especialistas de Santiago, y poco a poco fue tejiendo una irreprochable labor junto a doctores como Gabriel Bravo y Nicolás Viqueira, y a un equipo propio siempre estable.
Joaquín Barreiro empezó a trabajar en la farmacia con 16 años; acaba de jubilarse con 65. «Andaba en bici haciendo recados a unos y a otros, yo lo vi un tío espabilado, le eché el ojo y le dije a don Jesús Garrido: ''Había que conseguir que viniese Joaquín''. Él me respondió: ''Ya hablé con él y se lo voy a proponer''». Así quedó sellada una relación de cincuenta años. Teresita Ríos firmó también décadas de botica con García-Brabo. Y otros muchos, «a los que estamos muy agradecidos por su honradez y saber hacer», reconoce José. «Jamás hemos tenido un problema, solo con un tipo, ya en la recta final; no hace falta nombrarlo porque él sabe muy bien quién es», añade José con puntería.
No mucho después de inaugurar la farmacia, José se casa con Chelo Beiras, enfermera y puericultora, que tomaba el tren desde Vilagarcía para atender a los pequeños de la casa cuna de Santiago. Con ella la botica comenzó a vigilar episodios de raquitismo, distribuir vitamina D, ir a recoger el Pelargón -la primera leche infantil en polvo- a Pontevedra cuando se agotaba. Y a salvar más de una vida. Así se iluminó también la rebotica con las carreras de Marta, Xandra y Paola.
La concentración de médicos en el ambulatorio trajo consigo, en los años 70, el traslado de la farmacia a un emergente San Roque. Los suministros ya no llegaban a través del Veloz. En el 82 se instaló el primer ordenador en García-Brabo. Y la profesión ganó velocidad hasta transformarse por completo. Tras acabar la carrera en el 2003 y compartir la titularidad de la farmacia durante un breve período, Alba Gago García-Brabo tomó el relevo de su abuelo. Él está encantado. Ella, también. «Si perdiese el título -afirma sin dudar- no me importaría volver a estudiar la carrera». En Alba fluye un saber antiguo que José supo desarrollar hasta hacer de él una institución. El futuro es, ahora, suyo.