El sendero «de los patrones del mar» sirve a la historia
Cervo
23 May 2021. Actualizado a las 19:11 h.
Un motivo más para el orgullo. Un reconocimiento a este rincón mágico al norte del norte. Mi pueblo, sus gentes, su historia. Comienzo en La Caosa. Dónde llegaba el río Lieiro. Allí estuvo la primera botica. Julián López García. Administrador de la Aduana de San Ciprián, que se hizo boticario y emprendedor. Escucho las pequeñas campanas del ofertorio para los peregrinos que recibieron cuidados en el hospital de San Andrés -siglo XVII-. Me dirijo por el sendero de losas grises, entre canteras de granito marítimo desde La Fontiña hacía la Atalaya. De repente me detengo ante una hermosa cetárea para langostas, hoy abandonada. Pronto el arenal de Cubelas que me está señalando como el sol se asoma por la única ventana que le queda a la fábrica-vivienda para salazón, dónde el gran Paulino tuvo un sueño al querer construir sobre aquellas rocas batidas por la mar, un hotel. Ya estoy en ese Castro cristianizado con la capilla de San Ciprián, en medio del muelle que da lugar a lo que siempre llamamos Puerto de Arriba. Desde allí no tengo más remedio que echar la vista y la imaginación hasta esos Farallones que tanto saben sobre la navegación a vela para aquellas goletas, trincados y pataches.
Regreso hacia el sur, dándole la espalda al viejo faro-1864-; lo hago pegado a la playa de La Concha, cuya ensenada protegida por la isla de La Anxuela permitía antaño presumir con aquella flota de boniteros. Me acerco a La Barra que forma la desembocadura del rio Lieiro convertido en ría que requería de Torno para entrar, con marea entre el Mingarolo y la playa, a Los Campos, antiguo puerto de las Reales Fábricas de Sargadelos. Me parece escuchar los martillos y sierras manuales de aquellos carpinteros de rivera -astilleros artesanos con la madera del Carballo-. Hoy un parque ocupa el espacio de la ría. Llegando hasta el puente de la carretera que sube hacía Santa María de Lieiro. Primero bordeando un jardín muy cuidado en el que un edificio de madera ha servido de continente para exposiciones a los escultores de la comarca. Se llega a una hermosa fábrica de salazón, que fue legado del emporio industrial de los López Ríos. Siempre imagino aquel espacio con chimenea y paredes en piedra como escenario para representar una tragedia griega o gallega, pero también un festival para habaneras.
Me adentro en el sendero que camina a la búsqueda del Puente Medieval, y observo el viejo puente del FEVE. A la derecha esa hermosa casa «da beira do Río» con su hórreo y su horno, recuperado el conjunto gracias a los Pernas Coldeira. A la izquierda aquellos pasos que fueron camino necesario para ir de una orilla a otra del Covo, cuando Lieiro era una plantación entre Lino y Maíz. Casetas de madera para sentarse y leer un capítulo de cualquier obra de mi escritor preferido, Pérez Reverte. Así hasta lo que llamábamos «río de lavar». Vuelta en dirección a La Casa del Mar, a su entrada saluda con una placa en memoria de aquella brava mujer _María de Miranda- primera concejal en las elecciones en febrero de 1936.
Termino mi paseo delante del último romántico que sigue creyendo en el arte o ciencia para construir embarcaciones de madera. Francisco Fra. Al llegar hasta aquí concluyo con dos pensamientos. Es de justicia el galardón concedido. No estaría de más, rebautizar el sendero como «de los patrones de mar», para evitar que alguien termine por contar como nuestro pueblo solo dio sentido histórico a su vida al llegar la factoría del aluminio.