La Voz de Galicia

Rosendo Pardiñas, un ratero nombrado juez de Alfoz y otros cacos de principios de siglo

Alfoz

MARTÍN FERNÁNDEZ

«El Regional de Lugo» aireó que era conocido como Serafín

17 Dec 2023. Actualizado a las 13:08 h.

En uno de sus geniales cuentos, Borges relata que cuando Julio César fue apuñalado por los senadores de la República romana, descubrió entre las caras y los aceros la de su propio hijo, Bruto, a quien dijo: Tu quoque fili mei? (¿Tú también, hijo mío?). Diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho fue agredido por otros gauchos y, al caer, reconoció a un ahijado suyo y le habló, con mansa reconvención y lenta sorpresa: ¡Pero, che!. El gaucho nunca supo que murió para que se repitiera una escena. La vida es cíclica y también en A Mariña lo que vemos ya lo vieron nuestros antepasados...

«La Gazeta de Madrid» publicaba el 3 de abril de 1901 la lista de jueces nombrados por la Audiencia para la provincia de Lugo. En Ribadeo, José Antonio Mosqueira para la villa y Tomás Moreda Penabad para Barreiros. En Viveiro, Jesús Fraga Valmayor en Cervo y Manuel Parapar en Riobarba. Y para Alfoz, fue designado Rosendo Pardiñas Montero. En este último caso, pronto saltó la sorpresa. «El Regional de Lugo» aireó que, en los ambientes judiciales y policiales, era conocido como Serafín y detallaba -con un estilo irónico y sugerente- sus andanzas.

 Se le pegó la caja

Entre 1888 y 1890, Serafín había sido mozo de tahona en la panadería que José González Mariñao tenía en la calle Calatrava, en Madrid. Trabajaba en horario nocturno y «un día, por distracción, se le pegó algo que había en un cajón del mostrador del despacho de pan y, sin despedirse del amo, se dirigió a la Estación del Norte donde la policía municipal tuvo el mal gusto de detenerlo y conducirlo a sus instalaciones en las que permaneció entre rejas varios meses». El año anterior ya había pasado una temporada en la cárcel de Mondoñedo «por haber admitido el regalo de 100 pesetas y dos prendas de un amigo suyo, apodado Riotorto, aficionado a lo ajeno y fugado de una cárcel de Asturias». «El Regional» resaltaba que Pardiñas «fue procesado por aquello y, tras las elecciones de diputados a Cortes, obtuvo el sobreseimiento». Y concluía el historial señalando que «en su última estancia en Madrid, perdió la vista de un ojo, efecto del roce de un vaso, ocurrido en una de las varias tabernas que frecuentaba en los barrios bajos»...

Conocidos los datos, la Audiencia de A Coruña tuvo que explicarse. Y lo hizo el 17 de octubre de 1901: «Para restablecer la verdad, queremos hacer constar que el nombramiento de juez de Alfoz del Valle de Oro, hecho a favor de Rosendo Pardiñas Montero, no es obra del presidente de esta Audiencia, señor Ladreda, sino del digno magistrado que, durante el período de vacaciones, estuvo encargado accidentalmente de aquella presidencia. Pero, tan pronto como el señor Ladreda tuvo noticia de los hechos atribuidos al expresado juez municipal, dio orden al juzgado de Primera Instancia de Mondoñedo para que abra un expediente sobre la certeza de aquellos para la resolución que proceda». Y procedió suspenderlo. Pero, che...

El francés que huyó de Viveiro con los relojes que tenía que arreglar

En Viveiro se perpetró en 1892 un timo por un sujeto francés, que se hacía llamar Mr. Jean Marie Rives y decía ser relojero, según informó «El Eco de Vivero» el 27 de enero de aquel año. Había llegado a la ciudad meses atrás y se dedicaba a componer y arreglar relojes que llevaba a la posada en la que residía. Trabajó un tiempo de ese modo y sus reparaciones eran de plena satisfacción para sus clientes.

Un día arrendó una tienda en la calle de Pastor Díaz y corrió la noticia de que se establecía en la ciudad como un vecino más. Timbró papel con su nombre, encargó tarjetas con las señas del nuevo comercio y en los primeros días de enero, tras haber recogido un buen número de relojes para limpiarlos y arreglarlos, pretextó un viaje a O Vicedo y se marchó tranquilamente sin que se volviese a tener noticias de él.

Pasaron los días y los dueños de los cronómetros que le fueran entregados para reparar, comenzaron a sospechar del atento profesional galo. Uno de ellos telegrafió a Ortigueira y obtuvo la respuesta de que el día 6 había salido para Ferrol un relojero ambulante que se hacía llamar Julián Andis. El vecino corrió la voz y entonces varios de los clientes, que también le confiaran sus relojes y despertadores, denunciaron los hechos en el Juzgado de Viveiro que, de inmediato, instruyó diligencias y procedió a abrir el local que alquilara el complaciente relojero. Allí no quedara nada más que un reloj de pared y uno de mesa, ambos de poco valor, y algunos útiles del oficio.

 De oro y plata

La pesquisa judicial concluyó que el gabacho se había llevado diez relojes de oro de bolsillo -algunos de alto precio- y gran número de relojes de plata que sus dueños le entregaran para que los limpiara. Y, en efecto, los limpió... Del pícaro franchute nunca más se supo en Viveiro.

Un comerciante de Barcelona fue estafado en nombre de los Escuder de Ribadeo, que no sabían nada

Por aquellos años, un comerciante de Barcelona, llamado Galcerán, recibió una carta de los señores Escuder de Ribadeo -Sebastián Escuder tenía en 1875 un comercio y almacén de tejidos y curtidos en la villa- en la que le rogaban que entregase 2.100 pesetas a un tal Fernández Regueira, según publicó La Voz de Galicia el 21 de enero de 1887. La cantidad era el reempeño de una papeleta del Montepío barcelonés y la carta añadía que, una vez recuperada la papeleta de empeño, se le remitirían fondos para desempeñar las alhajas que dicha cédula representaba.

Galcerán recibió a un hombre que dijo ir a recoger el dinero citado en nombre de Fernández Regueira. El catalán se lo entregó y, a cambio, recibió un vale en el que constaban empeñados un reloj, una cadena de oro, un medallón con 15 brillantes, dos gemelos, tres pasadores de oro, una sortija de oro con un brillante, dos ajustadores con zafiros y un alfiler de oro con tres perlas negras. Estaba extendido a nombre de Francisco Fernández y en él se consignaba un préstamo de 4.500 pesetas. El talón era auténtico y el sujeto que lo presentó, exhibió otro para justificar que el tal Fernández le había vendido la papeleta en 2.100 pesetas.

Galcerán informó de todo ello a los Escuder pero estos le contestaron que no entendían nada de lo que les decía. Entonces el catalán comprendió que había sido víctima de un timo. La carta de Ribadeo era una perfecta falsificación: falso el membrete, adulterada la letra y la firma y fraudulento el talón del Montepío que llevaba el número 17.418 y había sido extendido el 31 de octubre de 1886. Al presentarse Galcerán en el Montepío para comprobarlo, resultó corresponder a un reloj por el cual se prestaran 8 pesetas… Los autores de la estafa, cuando se hicieron con la papeleta, borraron lo que les convino y estamparon los que les vino bien para sus fines.


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