
La actriz británica Joely Richardson se sincera
La hija de Vanessa Redgrave: «Mi madre es una inspiración, pero también es un grano en el culo»
La actriz británica Joely Richardson se sincera
Viernes, 15 de Marzo 2024, 09:32h
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Uno de los momentos más amargos para la actriz Joely Richardson tuvo lugar en el año 2009. Estaba trabajando en Londres cuando le comunicaron que su hermana mayor, Natasha, también actriz, había tenido un accidente de esquí en Estados Unidos. Se había dado un golpe en la cabeza y estaba ingresada en un hospital de Nueva York. «No sabíamos que iba a ser el final», dice en voz baja, con el timbre grueso de los Redgrave (madre Vanessa, tío Corin, tía Lynn, abuelo sir Michael). «Me subí inmediatamente a un avión rumbo a Nueva York. Llevaba una maleta diminuta, casi vacía». Natasha, Tash, murió dos días después, a los 45 años. «El día del funeral llevaba puesta su ropa porque no me había traído nada mío. De repente, en la iglesia, mientras atendía a la gente, reparé en que tenía puestos los zapatos de mi hermana, y fue terrible, horrible, devastador».
Joely, de 59 años, y su hermana crecieron a la sombra de grandes genios. A pesar de su glamuroso linaje, su infancia no fue fácil. La familia se rompió pronto, cuando su padre, el director de cine Tony Richardson, se marchó con la actriz Jeanne Moreau. Tony murió tiempo después, a los 63 años, en 1991, de una enfermedad relacionada con el sida. Joely estuvo a su lado.
De hecho, Joely siempre se mantuvo muy unida a su padre. Quizá porque la relación con su madre nunca fue fácil. Durante años, Redgrave compaginó la interpretación con la militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, de corte trotskista; lo mismo pagaba la fianza de los presos de Guantánamo que apoyaba a los separatistas chechenos, al IRA o a la Organización para la Liberación de Palestina. Su lucha política le hacía ausentarse con frecuencia de la poco glamurosa casa familiar (donaba casi todo lo que ganaba a causas nobles) o arrastraba a sus hijos a aburridas reuniones políticas.
Tash, dos años mayor que su hermana, se convirtió en la 'protectora' de Joely. «Tash era la brillante organizadora. Yo, el marimacho salvaje, que trepaba a los árboles. Ella era la diosa doméstica. Casi nunca veíamos a mamá, así que ella se encargaba de llenar la nevera y cocinar. Mi hermano Carlo (hijo de Redgrave con su segundo marido, el director Franco Nero) y yo lavábamos los platos». Ese reparto de papeles continuó en la edad adulta. Incluso cuando Tash se casó, con el actor Liam Neeson, y tuvo dos hijos. «Tash era la matriarca, la gran matriarca». Cuando murió su hermana, Joely no solo estaba devastada. Divorciada de su marido, el productor de cine Tim Bevan, y con una niña, tuvo que tomar el timón y mantener el rumbo del clan. «No fue fácil –dice–. No lo hacía conscientemente. Me las apañaba como cualquiera cuando alguien muere y la familia entra en crisis. No se trataba solo de que sus niños se habían quedado sin madre. Se trataba de que yo no había vivido un día de mi vida sin Tash. No conocía el mundo sin ella».
Sin embargo, quince años después, la familia está inmersa en su nueva rutina. «Tardé cinco años en superar el shock, el trauma y el horror de perder a una persona que no imaginaba perder, porque no tocaba. Pero ahora llevamos una década de esta nueva vida y creo que nos ha ido bien».
Joely es inquietantemente parecida a su madre, ambas angulosas y nervudas (mide 1,70 metros), con unos ojos penetrantes que le confieren un aura aristocrática. «Cuando tienes 30 o 40 años luchas y te enfrentas a todo por la familia, pero también buscas tu identidad. Al cumplir los 50 pasas un pequeño puente, pero, en el momento en que lo cruzas, se produce un reinicio. Dios mío, libertad absoluta. Es fabuloso».
No es de extrañar que Joely haya luchado por establecer su propia identidad. Hija de dos grandes nombres, las comparaciones eran constantes. Profesionalmente era imposible estar a la altura de su madre, a quien los dramaturgos Arthur Miller y Tennessee Williams elogiaban como la mejor actriz de su época. Además, políticamente se sentía culpable por no tener opiniones firmes (se ha descrito a sí misma como «política pasiva»). En su adolescencia, Joely intentó esquivar las expectativas anunciando que quería ser tenista y pasó un par de años en una academia de tenis de Florida.
«Tenía mucho entusiasmo, pero nunca fui muy buena», dice. Y decidió no eludir más su destino y empezó a trabajar en la Royal Shakespeare Company. Desde entonces, su carrera ha sido una montaña rusa. Ha interpretado papeles importantes en Broadway, pero también películas como Raf, un rey de peso o La cita navideña de papá. «Todo ha sido casualidad», dice. A los 27 años se casó con Bevan, productor de Love actually y El diario de Bridget Jones, y tuvo a su hija. Seis semanas después de dar a luz empezó a rodar la versión para la BBC de El amante de lady Chatterley, de Ken Russell. Después, se retiró.
«Estaba casada, era madre y ama de casa», cuenta. «Era muy joven, pero me sentía como una adulta. Me hubiera gustado tener más hijos. Lo intenté y no funcionó. Perdí bastantes embarazos. La verdadera juventud me llegó más tarde. Mi 30 cumpleaños fue un verdadero punto de inflexión».
En 2001, ella y Bevan se divorciaron. Llevaban un tiempo separados y todo se volvió un poco 'tabloide'. Tuvo una aventura con Robbie Williams y una relación esporádica con un presentador de televisión.
En 2002 se trasladó a Los Ángeles para protagonizar el papel de Julia McNamara, «una esposa pija», en A golpe de bisturí, en aquel momento la serie de cable más vista en Estados Unidos. Su nombre era muy popular y ganaba mucho dinero, pero entonces llegó la muerte de Tash. Y «cansada y acabada», tanto personal como profesionalmente, cambió de nuevo de rumbo y volvió a centrarse en el teatro.
Ahora, una década más tarde y a punto de cumplir 60 años, Joely ha vuelto a virar su destino participando en series de televisión. Es un camino que le gusta. Pronto aparecerá en la serie de Disney+ Renegade Nell. Y en otra de Netflix, The gentlemen. De hecho, ahora lo que quiere es diversión. «Solo falta un año para que cumpla 60. No me siento tan vieja, pero definitivamente estás en el descenso. No sé cuánto tiempo me queda. No se trata de ser una mártir. Tengo una gran familia con la que estoy muy muy conectada y a la que quiero y adoro, pero soy más consciente de cómo empleo el tiempo y de optimizar toda mi energía y mis niveles de concentración en ser egoísta, en hacer las cosas que quiero hacer».
Después de muchos años de resentimiento ve mucho a su madre, que ahora tiene 87 años y vive a un par de kilómetros de ella. Su Instagram está repleto de fotos de las dos riendo juntas, pero la exasperación filial no está lejos de la superficie.
«Quiero a mi madre –reconoce–. Es una gran y estimulante amiga. Es una inspiración y un grano en el culo, pero, por favor, no te tomes esa cita de forma aislada. Creo que todas las relaciones familiares tienen todos los colores. Nunca es como 'oh, nos llevamos bien y hacemos pasteles'. Tenemos broncas y luego somos como niñas riéndonos en la hierba».
«Cuando miro a mi madre, veo a esos gigantes absolutos; creo que es por haber vivido la guerra de niña. Angela Lansbury también la sufrió. Son mujeres que siguen adelante y lo hacen sin que nadie pueda decirles: '¿Es esto sensato?'. Su extraordinario espíritu sigue adelante. Incluso cuando están enfermas o frágiles se levantan. Hay algo parecido a un descaro que las impulsa a continuar. Me parece inspirador. Si alguna vez tengo la mitad del espíritu de mi madre, seré feliz»