Pasadas las Navidades, acude un año más la mezcla de sentimientos que nos producen. Hay quienes desesperan ya de preservar su espíritu originario, vencido en todos los frentes por los grandes almacenes, la publicidad, la adicción tecnológica y los alcaldes iluminadores, entre otros taimados enemigos. Hay, en cambio, quienes se lo reencuentran y lo celebran en una cabalgata de Reyes en la que se ven envueltos pese a no tener ningún niño al que acompañar. La Navidad, como todas las fiestas, religiosas o paganas, se alimenta de ilusiones y sobrevive allí donde alguien las conserva. Con fe y sin ella, aún puede ser hermosa si se vive como ocasión para compartir emociones y afectos con los nuestros, los que están y los que se fueron. Para todo lo demás, ya está el Black Friday. Y similares.
