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Pequeñas infamias

Extrañas resurrecciones

Carmen Posadas

En el primer tercio del siglo XX, el mundo occidental se dejaba seducir por dos ideologías entonces tan nuevas como atractivas. Por un lado, estaban los admiradores (entre ellos, muchos intelectuales) del modelo marxista, que propugnaba una sociedad igualitaria determinada por el progreso, el bienestar de los más débiles, la educación y la enseñanza gratuita. Todo un canto a la esperanza que, justo es decirlo, en pocos años transformó a la Unión Soviética de una sociedad campesina y analfabeta a una industrial y urbana, así como a una superpotencia militar. Por otro, estaba el modelo fascista que, en un principio, devolvió la autoestima en particular a los alemanes, impulsó grandes obras como la construcción de autopistas, desarrolló la industria y relanzó la economía logrando que el número de desempleados pasara de 5,6 millones en 1932 a un porcentaje cercano a cero en 1939. No es necesario recordar, sin embargo, en qué acabaron aquellos dos bellos espejismos.

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