En España, más de 900.000 toneladas de residuos textiles acaban cada año en los vertederos, según la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil. Ropa que descartamos con asombrosa facilidad. La cifra, a nivel mundial, se eleva espeluznantemente a 92 millones de toneladas anuales de estos residuos, generados ante todo en los países desarrollados de Occidente.
Puesto a escala doméstica y para que nos entendamos mejor: solo en Gran Bretaña, por ejemplo, se desechan 13 millones de prendas —que no de toneladas— a la semana: 52 millones de camisetas, pantalones, jerséis, camisas, sábanas, abrigos, faldas, sudaderas en apenas un mes. Cada mes. Todo un retrato de nuestros hábitos de consumo y... consumismo.
En Ghana hay vertederos con montañas de ropa vieja importada de Europa de más de cien metros de altura
De la ropa que tiramos a la basura, apenas se reutiliza el diez por ciento, según la asociación Ecotextil. La mayor parte del noventa por ciento restante viaja a países subdesarrollados. En Ghana, por ejemplo, el mercado gigante de Kantamanto, en Acra, recibe 400.000 toneladas de material textil europeo al año.
Otros cargamentos viajan desde Europa a Nigeria, Pakistán... La exportación de residuos textiles —defienden algunos— tiene sus pros y sus contras: quienes la defienden hablan de los empleos que genera —30.000 personas viven de la venta de estas prendas solo en el mercado de Kantamanto— y subrayan que provee de vestimenta a gente con pocos recursos. Quienes la critican afirman que esta exportación de la ropa usada frena la industria textil de los países menos desarrollados y que, además, contamina mucho. Ruanda, de hecho, se ha negado a la importación de residuos textiles.
Urge una regulación internacional
A Ghana —a diferencia de Ruanda— llegan toneladas de prendas de descarte. Y, al margen del mercado existente que logra que parte del material sea reutilizado, otra parte importante acaba en vertederos contaminantes, creando auténticas montañas de más de cien metros de altura de telas —mayormente sintéticas— que se pudren al sol.
A menudo esas montañas se desmoronan sobre el golfo de Guinea y atascan las redes de los pescadores, además de contaminar las aguas y deteriorar el ecosistema, que acaba por destruir también las fuentes naturales de producción alimenticia de la economía local. Los expertos piden por ello una urgente regulación internacional en la gestión de estos desechos y un no menos urgente consumo textil sensato en Occidente.
El enrevesado viaje de nuestro armario a la aldea africana
→ 440 euros por tonelada de ropa
La ropa usada que reciben las organizaciones humanitarias y la que se deposita en los contenedores de reciclado es luego seleccionada según el estado en que las prendas se encuentran. Una parte se pone a la venta, pero la mayoría se queda sin vender. Esa ropa 'huérfana' de compradores que puedan reutilizarla es comprada entonces por mayoristas traperos, que pagan unos 440 euros por tonelada de prendas recogidas en tiendas y unos 200 por lo recolectado en bancos de ropa.
→ Fraude en la clasificación
Los mayoristas también realizan su propia clasificación de las prendas. Separan las de verano de las de invierno para hacer envíos a los países con el clima adecuado. Una parte de todo el material se destina al reciclado; por ejemplo, para fabricar colchones y material de aislamiento. A menudo los mayoristas realizan la clasificación en los propios países de destino a los que exportan porque allí su coste se abarata. Como en esos países no suele haber, además, un control 'oficial', el fraude en la clasificación aumenta y acaban vendiéndose como ropa de segunda mano toneladas de basura textil inútil.
→ Europa del Este, destino preferente
La ropa que puede ser reutilizada, la que en mejores condiciones se encuentra, se exporta en general a Europa del Este, donde se vende en tiendas. El resto se empaca en fardos y viaja, sobre todo a África, en contenedores transportados por barcos mercantes.
→ El reparto por las aldeas de África
Los importadores africanos compran los cargamentos de ropa y se los venden a los minoristas locales. Estos acuden a los grandes mercados, como el de Kantamanto, en Acra, donde intentan vender la mayor parte de esta ropa usada que reciben. Las prendas sobrantes y las que en peor estado se encuentran son entonces enviadas a las aldeas, donde o bien logran aún ser vendidas o son usadas para hacer trapos. Si no, son tiradas sin más a vertederos en los que se pudren y en los que, con frecuencia, acaban contaminando el mar.
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