Los abrazos rotos no ofrece nada nuevo bajo el sol. Es un filme cien por cien Almodóvar donde la fórmula que tan bien le ha funcionado a lo largo de estos años se repite una vez más. En principio si a uno le gusta el cine de Almodóvar esto no tendría por qué suponer ningún problema, pero semeja que dicha fórmula se agota por momentos y el filme pierde fuelle a lo largo del metraje.
Los tiempos de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, La ley del deseo o Átame han quedado atrás con la década de los ochenta. Se echa en falta la frescura y descaro de ese primer Almodóvar, que aún seguía conservando en sus obras «de madurez» (camino iniciado en 1998 con Todo sobre mi madre y su andadura internacional). El Almodóvar actual camina cada vez más hacia un estilo depurado y unas imágenes estilizadas, así como a su rendido homenaje al melodrama clásico y sus adorados Douglas Sirk, Cukor o Cassavetes.
En Los abrazos rotos el melodrama es el protagonista indiscutible, con unos toques de género negro y de trampas de guión (fórmula ya empleada en La mala educación , con la que guarda gran relación, por esta y otras cosas), que configuran un juego de cajas chinas de cine dentro del cine donde la supuesta complejidad de la narración (el filme va de flash-back en flash-back ), se hace inexorablemente con la película.
Los momentos cómicos se relegan solo a la ficción, a ese falso filme que el protagonista rueda con su musa (para el caso Penélope Cruz, musa a su vez de Almodóvar) y que es una suerte de autohomenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios. Es aquí donde tienen cabida cameos de las chicas Almodóvar de toda la vida (Chus Lampreave, Rossy de Palma) o la incorporación de Carmen Machi (que a su vez ha dado pie a un corto, La concejala antropófaga ) que nos obsequian con los mejores momentos de la película.
Además, mayor protagonismo masculino, importancia de la figura del padre, referencias cinéfilas y Penélope. Claro que el juntar el tirón mediático e internacional de Almodóvar y Penélope Cruz no es garantía para una película, y finalmente Los abrazos rotos resulta un Almodóvar descafeinado.