Madre a los 21, abuela a los 38 y bisabuela antes de cumplir los 60
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Celia Blanco Estévez es la matriarca de una familia con dos hijas, cinco nietas y una bisnieta. Su marido, Ricardo, dice estar encantado
07 Dec 2025. Actualizado a las 08:50 h.
En el parque, Celia es de las abuelas jóvenes, de las ágiles, de las que juega con la pequeña Isabella hasta que ambas se cansan. Celia hace todo eso después de haber pasado la mañana trabajando limpiando casas. Solo que Celia no es la abuela, sino la bis de la pequeña, que va a cumplir 4 años. Y eso que todavía no tiene edad para jubilarse, cuenta entre risas. Está más que acostumbrada a que la gente abra los ojos como platos cuando explica el parentesco con la pequeña en los cumpleaños infantiles. Pero es que en esta familia ser madre joven se ha convertido ya en una seña de identidad de tres generaciones. No fue el caso de la madre de Celia. Al contrario, su progenitora la tuvo tarde para la época.
Vayamos al principio. Celia Blanco Estévez nació en 1963 en el concello ourensano de Viana do Bolo. Por aquel entonces, sus progenitores pasaban ampliamente de los 40 (ella tenía 44 y él 50). Y aunque hoy en día eso es más habitual, entonces era extraño. En Viana creció y poco después de cumplir la mayoría de edad comenzó a salir con Ricardo, quien se convertiría en su marido, vecino de la aldea vecina de Seoane. Se casaron cuando ella tenía 20 y fue madre por primera vez a los 21. Repitió la experiencia dos años después. «O meu marido quería ser pai pronto [le lleva 5 años] e eu naquel momento tamén. Non sei se é que non o pensei moito (ríe) pero nunca xamais me arrepentín», señala. Entonces la pareja vivía en Viana, en la casa de Celia. Recuerda aquellos primeros años de maternidad como muy buenos. «Eu fun filla única e estabamos cos meus pais. O meu home daquelas traballaba nunha panadería», recuerda. Ella estaba en casa cuidando de las niñas y echándole una mano a sus padres, que para entonces ya estaban jubilados y la ayudaban en la crianza.
Cuando Patricia y Beatriz, sus hijas, tenían 6 y 4 años, la familia se mudó a Madrid. «Marchamos por cuestións de traballo do meu home. Viñemos por unha oferta de conserxe e levamos 35 anos no mesmo sitio, nun barrio céntrico cerca de Sol», cuenta. Explica que se trata de una portería muy familiar, con pocos vecinos. En ella ha ido creciendo la familia. Su hija mayor era una adolescente cuando se quedó embarazada. «Foi un pouco... [suspira]. Foi un pau para todos», reconoce Celia. Cuando Arancha nació, su madre tenía apenas 16 años. «Eu fun avoa con 38 anos. Moita xente coa que traballo hoxe en día ten fillos a esa idade», señala. «As nais agora non son nada novas», dice. Arancha es como la tercera hija del matrimonio. Se crio en casa con su madre, su tía, sus abuelos y su bisabuela (que vivió en Madrid con su hija hasta que falleció, hace 14 años, con 92). Unos años después la familia siguió creciendo con la llegada de su hermana Paula.
Celia y su marido confiaban en que la tercera generación no apurase tanto la maternidad, pero Arancha no les hizo demasiado caso. Tenía 20 años cuando decidió buscar el bebé. «Nós queríamos que esperara e estudara un pouco máis, porque daquela estaba rematando o Bacharelato, pero non quixo», cuenta la ourensana. «A eses anos dislle as cousas, pero non se lles obriga», reflexiona. Hace casi cuatro años llegaba a sus vidas la pequeña Isabella.
Celia resume su vida como feliz. Haber vivido rodeada de niñas es una suerte. «Eu son moi neneira», reconoce. Y aunque ahora en la portería ya solo vive con ellos Paula, la otra hija de Patricia, que acaba de cumplir los 18 y está en el primer curso de Magisterio, sigue ejerciendo el matriarcado. «A miña filla maior vive cerca e vén todos os días xantar aquí. E di que cando nos xubilemos vai volver vivir con nós. Non quere perder o cordón umbilical», cuenta la madre entre risas. La nieta mayor también va a verles cada mañana para dejarles a Isabella. Celia la lleva al colegio (aunque viven un poco más alejadas, está escolarizada cerca de la casa familiar por si surge algún imprevisto, para que puedan acercarse los abuelos al centro) y la recoge a la salida, para encargarse de la pequeña mientras su madre no termina de trabajar. Y está encantada. «Pasámolo moi ben xuntas», cuenta. Por eso muchos fines de semana la cuarta generación familiar se queda a dormir en la portería. Celia aprovecha para educarla en gallego. «Fáloo a diario co meu marido, pero coas fillas e as netas non. Agora coa pequena si que o fago, estouno intentando», cuenta.
LA «BIS» MÁS ÁGIL
«Eu son unha persoa relixiosa e pertenzo a grupos de igrexa. Cando hai alguén que non nos coñece e lle digo que son a bisavoa, alucina. Eu estou encantada», señala. Está más que acostumbrada a ser la abuela más joven en cualquier tipo de evento. Y sabe que no tiene competencia como la bis más ágil y con más ganas de jugar.
Aunque no tiene más que palabras positivas hacia la composición de su familia, entiende que ser madre recién cumplida la veintena es casi imposible. «Agora mesmo hai que prepararse; é importantísimo estudar», señala. No es ajena tampoco al problema de la vivienda. «Agora os mozos están máis preparados, saben moito máis e teñen moitas máis cousas, pero fallan en poder ter unha casa. Nós niso tivémolo máis fácil. Cada xeración ten as súas cousas», resume.
La familia tiene en Madrid su centro de reunión, aunque parte del corazón está en Mallorca. Allí vive su hija pequeña, Beatriz, con su marido y sus tres hijas: Mía (que nació en Argentina, el país de su padre), Ada y Lúa. «A única que ten nome galego», destaca Celia. Beatriz fue madre tarde para lo que es la tradición familiar. «Tivo á primeira nena con 29 anos», relata, tras haber estudiado Magisterio.
Dos hijas, cinco nietas y una bisnieta. «Nesta casa somos todas mulleres, un matriarcado total», dice riendo. «E o meu home está encantado», añade. Él, por detrás, asiente.
Aunque vive en Madrid desde hace 35 años, Celia no ha perdido sus raíces vianesas. Conserva la casa familiar, a la que regresa cada verano. Aquí se juntan sus hijas y sus nietas para pasar unos días juntas. «Gústalles moito a vila. E a min tamén. Este ano éramos nove, porque levamos ata amigas delas», relata. Eso sí, este agosto fueron unas vacaciones más cortas de lo esperado por los incendios forestales. Con las llamas cerca, decidieron regresar a Madrid. En la capital está su casa y no tienen planes de abandonarla pronto. «O meu home podería xubilarse, pero de momento non quere», relata Celia. Y añade: «A el gústalle moito isto. E ao ter a filla e as netas aquí...». No lo piensa mucho, pero se le alegra la voz al hablar de volver en verano a Viana.