La Voz de Galicia

Marca propia

Ourense ciudad

Isaac Pedrouzo

18 Feb 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Que alguien bautizase a Ourense como terra da chispa me resulta incluso poético.

Sin chispa no hay principio, y sin principio no hay todo lo demás.

En Ourense ya hay más de tres cosas que no hay en todo el mundo, bastantes más, y puedo asegurar que tenemos nuestra propia manera de hacer o decir. Ourense como marca. Trabajé sin remuneración alguna como embajador del licor café más allá de la frontera con el resto de España y Portugal, exportando muchos litros y muchas resacas. La boca pastosa y el corazón acelerado los domingos.

Hice de guía turístico termal con extranjeros, nacionales y comunitarios soportando horas de espera en cafeterías mientras ellos se ponían a remojo más tiempo incluso que ese pescado que uno ha de desalar antes de cocinar.

Fui anfitrión de decenas de carnavales, domingos fareleiros y entierros de la sardina.

Incluso te llevé de procesión a Los Milagros y ya sabes cuánto odio caminar.

Comí y cené con conocidos y desconocidos en La Romántica. Me indigesté al terminar la ración de canelones entera para después reírnos de aquellos ridículos precios.

Coincidió en A Coruña el día en que entendí que existo por mis ganas de querer todo lo de Ourense, de que todo el mundo lo quiera también, bueno y porque mi padre tardó más de la cuenta en salir del armario.

Fumaba en la puerta de un bar cualquiera una noche de invierno cualquiera, porque en la costa todas las noches parecen la misma noche, todos los inviernos son el mismo invierno. Fumaba evitando la inoportuna y siempre amenazante brisa salada mientras Juan hacía cábalas sobre la generación X. Estornudó con la nariz, el tipo de estornudo que duele durante unos minutos y que siempre siempre va acompañado del moco traicionero que sale sin avisar. Se limpió como se limpia todo el mundo, mirando al suelo rápido y con vergüenza, siempre tratando de que el otro no se dé cuenta, pero no hay que engañarse, el ojo sigue siendo más rápido que la vergüenza.

Sucede en estos casos que, por la prisa de recuperar el estado normal, uno no usa el pañuelo con la destreza necesaria, olvidando la segunda traición del moco, el que se ha secado y se queda a la vista de cualquiera en la frontera que separa el dentro del fuera.

Lo que en Ourense -y al parecer solo en Ourense- llamamos carraña.

«Tienes una carraña», le dije. Me miró confuso, perplejo, y noté en sus cejas que no entendía lo que le había dicho. Le señalé la nariz. «Ah, un moco dices», lo quitó con alivio moderado utilizando el mismo pañuelo con el que se había sonado. Pasé la siguiente hora explicándole que aquello no era un moco, la diferencia entre un moco y una carraña me parecía demasiado evidente como para tener que explicarlo.

Volvió a sucederme lo mismo en Vigo, Santiago y Madrid, incluso con mis amigos catalanes y andaluces. Ese día en A Coruña acepté exportar carraña. Otra marca ourensana más.


Comentar