Por un puñado de flechas
Ourense
La obra de Ana de Lara vuelve a la prestigiosa galería Marisa Marimón
22 Dec 2025. Actualizado a las 05:00 h.
«La creación es un acto de amor, un acto de fe en la vida». María Zambrano.
En Segundo acto de fe, Ana de Lara presenta en la consolidada galería Marisa Marimón un sugerente proyecto expositivo a través de la figura del arquero, alter ego de la propia artista, improvisando soluciones en el instante de máxima tensión del tiro, en el momento decisivo de la pincelada. En un gesto de anacronía deliberada, la artista combina materiales contemporáneos con puntas de flecha de barro que emulan lascas de piedra prehistóricas. El arquero de hoy es el reflejo del de las cuevas de Lascaux en Sagitario. La pátina de la memoria descansa sobre estas puntas de flecha, otorgándoles un valor de referente cultural que trasciende su falsa materialidad.
La metáfora plástica identifica el tiro con arco con la acción de pintar. Cada flecha lanzada es un trazo tenso, un gesto que se inscribe en el espacio y en el tiempo. La puntería y el fallo se convierten en la incertidumbre del proceso creativo, en la búsqueda de la perfección que siempre se escapa. Ana de Lara se inspira en el polifacético cineasta David Lynch que en Atrapa el pez dorado reflexiona sobre la intuición y la naturaleza del proceso creativo.
En la memoria del pasado, el arquero es el proveedor de alimentos de la tribu que se enfrenta a la naturaleza como es el pintor a la problemática consumista de la sociedad contemporánea, en un gesto depredador o desesperado de supervivencia. Su obra es un acto de fe, de perseverancia en la presencia del arte para trascender al tiempo y al espacio, para conectar con lo más profundo y esencial. El artista es un funambulista sobre la cuerda floja de la incertidumbre y el fracaso, el gesto creativo es siempre un acto de esperanza, un lanzamiento de flecha hacia el futuro.
La obra de Ana, un acto de fe en el desasosiego de la duda, es el vértice del riesgo como si cada flecha dorada de su carcaj fuera una daga arrojada a la diana del lanzador de cuchillos o al vacío del olvido. Señala María Quiroga la anécdota que María Gaínza relata en Un puñado de flechas, sobre su encuentro con Francis F. Coppola quien afirmaba que cada artista posee un carcaj con un número limitado de flechas doradas que puede lanzar en distintos momentos de su vida, gradualmente, espaciadas a lo largo de los años o todas a la vez y cómo en cada una de las flechas que lanza se expone en todo. Cada obra como un nuevo reto, otra prueba de resistencia, un acto de compromiso en la terquedad de la inocencia en la rebeldía innata de la juventud, creciendo en la incertidumbre de un mar de posibilidades.
El sujeto plástico trasciende al artefacto artístico: el arquero, metamorfoseado en una Diana contemporánea, diosa de la caza, invita a reflexionar sobre la mujer y la creación. La imagen de la diosa Diana con su arco y la flecha, se convierte en símbolo de identidad femenina, de la capacidad de crear y destruir.
Remite a las amazonas, aquellas guerreras míticas que se enfrentaban a la adversidad con valentía y destreza. En su obra la artista atraviesa una visión feminista donde la mujer es sujeto activo, soberana de tomar el control de su propio destino.
Y, sin embargo, la paradoja de Zenón, impregna en su antagonía cada obra donde el movimiento del ritmo y el estatismo de la representación se funden en un pulso de contradicciones.
Como en una poesía de Emily Dickinson: «La esperanza es la cosa con plumas que se posa en el alma y canta una melodía sin palabras y nunca se detiene». La esperanza es la flecha que Ana lanza al futuro, una flecha que se convierte en autoreafirmación en la creación como un constructo y un acto valeroso de libertad.
La creación como desafío a la adversidad y lo funesto, un aprender a caer y a levantarse. Cabe destacar la originalidad del acabado de las obras, realizadas en papel trasladadas al soporte de madera y su mirada personal en la representación del paisaje, de una naturaleza estructural y geométrica a través de los campos de color. Un paisaje inmersivo e íntimo, vinculado a un romanticismo literario como Regreso a un paisaje especular, surrealista en la anarquía de lo onírico, de la realidad a la paradoja de atmósferas metálicas; narraciones contextualizadas en una naturaleza convertida en sujeto y escenario en el misterio del espacio, donde cuestiona los límites entre lo natural y lo artificial, intensificando la extrañeza de lo ficticio en estructuras orgánicas y formas geométricas para ser deconstruidas y reorganizadas en el campo de batalla del lienzo como Desde la copa de un árbol.