La Voz de Galicia

Decidir morir con 12 años

Opinión

Manuel Fernández Blanco Psicoanalista y psicólogo clínico

05 Mar 2023. Actualizado a las 13:13 h.

Alana (que había pedido ser conocida como Iván) y su hermana gemela Leila decidieron acabar con sus vidas. Desgraciadamente Alana lo logró. A su hermana intentan recuperarla de sus graves lesiones. El método elegido para intentar poner fin a su existencia no deja lugar a dudas sobre la determinación de su acto. Si bien el hecho de que lo abordaran conjuntamente le confiere un carácter excepcional, ya que el suicidio es el acto solitario por excelencia. Esto abre a la posibilidad del carácter solidario de la conducta de una de las hermanas, tal vez reforzado por el vínculo gemelar. Impresiona que no podían separarse tampoco en ese momento, lo que es muy a tener en cuenta en la atención que precisará Leila. 

El pasaje al acto de Alana y Leila nos conmueve y desafía todos nuestros prejuicios sobre la infancia y la adolescencia. Es frecuente que la mayoría de las personas exprese haber tenido una infancia feliz, pero este juicio se basa sobre todo en la negación y en la amnesia sobre el sufrimiento infantil. Todos los que hemos tratado a niños, o psicoanalizado a adultos, sabemos que la infancia no es un paraíso.

Esta actitud de negación individual se expresa también a nivel social. Por eso la primera reacción de las instituciones concernidas es la negación de factores de riesgo, que normalmente las informaciones posteriores desmienten. No se trata de poner el acento en la culpabilidad (normalmente los más inocentes son los que pueden culparse más), ni tampoco pensar que son posibles políticas capaces de una detección y prevención absoluta del riesgo suicida, pero tampoco negar lo más evidente: la situación límite que siempre atraviesa quien intenta o logra acabar con su vida.

Esa situación se caracteriza por la abolición del registro de la demanda. El acto de Alana y Leila es todo lo contrario de una llamada de atención o de una petición de auxilio. El pasaje al acto suicida suele ser la respuesta a una situación en la que la angustia no se tolera más. Es un intento de salir de la escena insoportable, de separarse. Pero esta separación se realiza operando con la propia pérdida.

Aunque se deje una carta, o un escrito, ya no se espera nada. Esas palabras no esperan ningún retorno, una vez que se ha renunciado a toda esperanza. Operar con la propia pérdida supone identificarse al objeto prescindible, a un resto que se elimina.

Imposible saber con exactitud qué pudo hacerles sentirse así a Alana y a Leila. Tal vez la guía más fiable para saberlo son sus escritos de despedida. En cualquier caso, algo les hizo sentir, en un momento en que la búsqueda de la identidad se hace depender mucho de la aceptación de los demás, que su existencia no tenía valor.

 


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