La Voz de Galicia

COVID-19, negación y pulsión de muerte

Opinión

Manuel Fernández Blanco Psicoanalista y psicólogo clínico

13 Apr 2020. Actualizado a las 05:00 h.

El doctor Fernando Simón declaró en rueda de prensa que, si su hijo le preguntara si debía acudir a la manifestación del 8M, lo dejaría a su elección. Podríamos pensar que actuó de modo negligente o malvado. Pero yo no lo creo, considero que simplemente actuó de modo humano, o demasiado humano como diría Nietzsche.

Solo los humanos morimos, los animales simplemente perecen. En los animales predomina el instinto de vida, ningún animal pone en riesgo su vida innecesariamente: huyen y se protegen de los peligros. El ser humano, el único ser con conciencia de finitud, con conciencia de estar prometido a la muerte, es paradójicamente el único ser vivo en el que habita la pulsión de muerte, la tentación del abismo.

El horror a la muerte, y el desamparo radical a la que nos confronta, nos suele conducir a su negación. Freud aclaró que la psicología social es idéntica a la individual. Por eso, si el sujeto niega la muerte, una colectividad (comenzando por sus líderes) también puede hacerlo. Esto explica que nuestras autoridades sanitarias y políticas padeciesen, al inicio de la crisis, de la pasión de ignorancia. La pasión de ignorancia no se caracteriza por el no saber, sino por ignorar lo que se sabe. Un robot, un algoritmo, conocidos los datos epidemiológicos de China e Italia, habría tomado medidas más tempranas y eficaces que los seres humanos frente a esta crisis sanitaria. Algunos de nuestros dirigentes políticos están sufriendo, en primera persona, las consecuencias de esta negación.

Esta crisis, como todo acontecimiento perturbador impensable, rompe la estabilidad y seguridad basada en nuestras rutinas. En este caso, todavía nos altera más por la incertidumbre de su duración temporal. Pero perturbador no es sinónimo de traumático, al menos para la mayoría. Un acontecimiento imprevisto solo deviene traumático si actualiza impresiones inasimilables ya presentes en nuestra subjetividad. Los efectos de la situación que estamos atravesando a nivel colectivo tendrán su repercusión singular en cada uno. Pueden ser fuente de padecimiento, pero también una oportunidad de conocimiento.

Frente a esta pandemia hay quien cree que nunca le alcanzará e intenta burlarla lanzándole un desafío. Ese sujeto puede ser el mismo que circula a 200 kilómetros por hora en la autopista. Su imprudencia está, inconscientemente, al servicio de que ocurra lo que niega: para él y para otros. Mejor opción es la de quien recurre a la fobia normal. Ante un peligro, si pierdo el miedo, pierdo mi seguridad.

Por último conviene recordar que con todas las enfermedades infecciosas existe el riesgo también de la propagación del racismo, de considerar que el mal es siempre importado. En Italia se corrió el bulo de que el primer contagio vino de Alemania. Otros hablan del virus chino. Todo con tal de considerar que la impureza es siempre exterior. Por eso quiero terminar con una frase de mi colega Araceli Fuentes, que vive en Madrid: «Mejor los balcones que los Balcanes».


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