La Voz de Galicia

Luces en la ciudad

Opinión

Ramón Pernas

09 Dec 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Me apropio del titulo de la nostálgica película de Chaplin para encabezar e iluminar este articulo de Adviento y contar cómo se enciende la noche con millones de bombillas que alumbran los innumerables mercados navideños en las calles y plazas de Europa, singularmente en Alemania, Hungría o Suecia.

Acostumbro a perderme algunos días de la primera semana de diciembre por las grandes ciudades del centro de Europa, frecuento Alemania y he disfrutado también de los fríos amables de Múnich, Berlín o Hamburgo y he comprobado cómo iban a más las luces de la ciudad, los adornos urbanos, las arcadas luminosas, la iluminación navideña que convierten las largas noches en mañanas de luz, reinventando cada año la Navidad y devolviendo a los ciudadanos el espíritu navideño, que me invita a reflexionar que Europa en estas fechas es Navidad.

Y no porque San Nicolás llegue a Holanda desde España con su cargamento de naranjas redondas como pequeños soles, y se convierta en Santa Claus y en el viejo Noel que esta destronando paulatinamente a los señores reyes, aunque la tradición asegure que están enterrados en la catedral de Colonia. Es mas complejo que eso, parece como si el solsticio se adelantara y dividiera en dos el año con un murmullo de silent nigth, de adeste fidelis, sonando en el corazón de los hombres y durante el caminar pausado por las calles.

No es solo una apuesta comercial ni la apoteosis del consumo y pese a las profundas contradicciones del oficio de vivir estos días son como una fiesta colectiva que inunda de luz la ciudad.

Es la magia, acaso cursi, de la Navidad.

Y como cada año he bebido el gluhwein y me he sentido germánico degustando el vino caliente de invierno, el vin chaud de los franceses del norte, el vino rojo especiado con canela, con cardamomo y clavo, con jengibre, el vino nacional del Adviento que tanto gusta beber cundo diciembre anuncia la fiesta de la luz que coincide con la fiesta católica de santa Lucía y que en Escandinavia celebran con el fin de los días menguados y colocan a las adolescentes unas coronas con velas encendidas.

Y me acordé de historias contadas en invierno y de vinos calientes y azucarados en las leyendas campesinas de mi tierra, vinos sanadores para combatir los constipados cuando Galicia era un país de fríos, y ya era Invernia antes de que nos lo contaran en esa estupenda serie televisiva que es Juego de Tronos. Bebí el vino caliente de la Navidad, me sentí, una vez mas, cómodo visitando los cada vez mas grandes mercadillos navideños, y complacido al comprobar como se hace una reivindicación sin aspavientos, degustando los productos coquinarios que son santa y seña de los pueblos, desde las salchichas al cerdo asado, desde el vino caliente al caliente vino de la navidad que nos deja sueños antiguos al degustarlo e ilumina la vida.

Son las luces de la ciudad y siempre hay, como el la película de Charlot, un payaso que se enamora de una joven ciega.

Acaso un final feliz.


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