El arte de serigrafiar en la mente
Opinión
07 Mar 2017. Actualizado a las 05:00 h.
En esta sociedad metaposmoderna, que presume de ser diversa, plural y heterogénea, debería haber sitio para todos y para todas: iguales y diferentes, mayorías y minorías. Pero una sociedad sana y saludable debe dejar fuera las fobias sociales que se nutren de intolerancia y generan odio y violencia, discriminación, exclusión y ausencia de respeto hacia los demás. Una máxima infalible y de obligado cumplimiento, porque para poder ejercer la libertad con mayúsculas y en sus diferentes vertientes, es preciso no sobrepasar los límites de la injerencia en la dignidad e integridad del otro.
Si aceptamos la diversidad en algunas de sus variantes, por qué algunos sectores de la sociedad no solo no aceptan la heterogeneidad en la orientación y en la adscripción de una determinada identidad sexual, sino que niegan la propia existencia de seres humanos con itinerarios vitales que difieren de las clasificaciones etiquetadas como tradicionales o convencionales. Y que un rodante vinilo (bautizado «bus de la vergüenza»), tan discreto en colorido como erróneo en su ecuación, se pasee tan campante por nuestras ciudades no solo es una afrenta y una provocación de calculada estrategia mediática, sino, y sobre todo, supone la punta de un iceberg. Una montaña gélida de prejuicios, alimentada de argumentos tan absurdos como irreales, que no solo nos hiela la sangre, sino que nubla y petrifica el más importante de todos nuestros sentidos: el sentido común.
Porque se puede, a través de subterfugios y recovecos legales, transformar o disfrazar un vinilo que deambula sobre ruedas, para que transite con el semáforo en verde por el maremagno judicial, legislativo y mediático. Pero el problema no desaparece, tan solo se diluye en el tiempo y/o se desinstala de las agendas. Porque las dolencias de nuestra especie son enfermedades -a veces incluso epidemias- de severa transmisión social.
Mientras no entendamos que la educación es la medicina que revierte los flujos contaminantes que fluyen por algunas partes de nuestro cuerpo social, no habremos puesto más que tiritas y parches a las heridas de una sociedad insana. Cambiar, sustituir o tapar vinilos es fácil (sea un bus o una autocaravana), pero serigrafiar los principios fundamentales de un Estado que se dice de derecho, y su compendio de valores cívicos -en los que se sustenta una sociedad madura y saludable- en las finas texturas de la mente humana y en los delicados hilos de nuestro corazón, es tarea compleja y conflictiva. Pero es el único antídoto contra la intolerancia y los prejuicios que generan la ignorancia y la falta de diálogo y entendimiento. Un impulso al ejercicio de la libertad bien entendida y gestionada desde el respeto mutuo, la empatía y la comprensión.
Trabajemos juntos en el difícil arte de educar, o lo que es lo mismo, imprimir con tinta indeleble, en cada poro de la mente humana y en los lugares más recónditos del corazón, una ecuación que no reste y sea siempre un resultado de suma positiva.