El color de la esperanza
Opinión
14 Oct 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Si vemos el mundo con los ojos de los que sufren en Siria, en Egipto, en Somalia, en Nigeria, en Sudán, en Palestina, en los caminos de los emigrantes, en las pateras, en el infierno del hambre, nos preguntaremos: ¿dónde está Dios? Mi amigo Santiago Agrelo, franciscano de Rianxo (adonde vuelve todos los años para celebrar la fiesta de la Virgen de Guadalupe), nunca eludió la pregunta, y menos ahora que es arzobispo de Tánger y vive el drama de la emigración africana hacia Europa en primera persona. Sus clases, sus escritos, sus homilías, sus conferencias no dejan indiferente a nadie, porque tienen el gusto de quien hace vida aquello que cree y predica. Compagina energía y convicción con un rostro pacífico y una apariencia sencilla y humilde. Por todo ello, se ha convertido en una de las voces proféticas del momento.
Acaba de publicar el libro Emigrante: el color de la esperanza, con cuya lectura disfruté este largo fin de semana. Impresiona cómo, a pesar de conjugar verbos de sufrimiento y de crueldad, ofrece razones para la esperanza, «sin dejar de mirar a la Virgen pobre y a mi Señor desnudo en su nacimiento y en su muerte»: amor, compasión y misericordia frente a indiferencia. Y lo primero, hacer visible el rostro de los excluidos: el mayor poder del que disponen los medios de opresión, nos dice, es el de ocultar el rostro de las víctimas. ¿Le echamos una mano?