La Voz de Galicia

Más dura será la caída

Opinión

Xosé Luís Barreiro Rivas

21 Sep 2013. Actualizado a las 06:00 h.

La sucesión en la Corona de España, de la que se viene hablando intensamente desde hace semanas, debería ser un hecho tan importante como normal, y no solo porque el tiempo corre para todos y la vejez impone ciertos límites, sino porque la misma Constitución de 1978, al igual que todas las constituciones y normas que rigen las monarquías parlamentarias, definen un estricto y sencillo protocolo que la cultura medieval definió mejor que nadie: «El rey ha muerto -o abdicado-, ¡viva el rey!».

Ello no obstante, para que todo discurra así, es necesario que sucedan dos cosas que aquí no han sucedido. La primera, que la figura del rey no se magnifique en falso, y que el paso del tiempo no convierta en un bluf lo que innecesariamente habíamos canonizado. Y la segunda, que la sucesión real no se produzca en una circunstancia crítica de cuyos símbolos forma parte la propia monarquía.

En España, repito, hemos hecho mal las dos cosas. Porque después de haber creado artificialmente un juancarlismo estúpido y parrandero, al que le hemos atribuido la arquitectura de la transición y la creación de la España moderna, y al que hemos rodeado de una corte de aduladores y oportunistas de lamentable imagen, era inevitable que el paso del tiempo y la llegada del quinquenius horribilis de la Casa Real provocasen la desilusión y la frustración colectiva, y que, tras el grito del niño que dijo «el emperador está desnudo», empezásemos a echar leña sobre la hoguera simbólica en la que estamos quemando el mencionado juancarlismo. Y porque, metidos en una crisis de tan enormes proporciones, también era inevitable que los símbolos del bienestar especulativo y fofo que ahora rechazamos sufran la misma suerte con la que estamos premiando a los políticos, los empresarios especuladores, los banqueros estafadores y los fofos prescriptores de opinión que hicieron su agosto en las dos últimas décadas.

Don Juan Carlos de Borbón y Borbón puede abdicar ahora o dejarlo para más adelante, y puede dar la sensación de controlar y conducir el proceso a la medida de España, o de verse arrastrado por él. Pero lo que ya no puede evitar es el ser desbordado por todos los errores de la Casa Real, por el enorme deterioro de su imagen y por la sensación de que, privado de la protección artificiosa que le dio la transición, sigue cayendo en picado en todos los indicadores que le son aplicables.

Y por eso puede decirse que su abdicación ya va con retraso, y que, de no hacerla inmediatamente, puede transmitirle su actual meigallo a su sucesor, que en los últimos tiempos se ha ganado un enorme respeto, y que debía cuidarse especialmente de la cortesanía lamentable que acabó con el rey supermán que fue su padre. Porque cuanto más alto y más fácil se ensalza a los mortales, más dura será la caída. Como esta que ya se avecina.


Comentar