La Voz de Galicia

La función social del llanto

Opinión

| XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS |

20 Aug 2003. Actualizado a las 07:00 h.

EN LAS aldeas, donde se mira la muerte de frente, todos saben distinguir entre los que «van na súa», después de una vida bien aprovechada, y los que «levou Deus antes de tempo», sin dejarles vivir su vida ni terminar su tarea. Por eso, aunque cada cual llora a los suyos con la intensidad de su afecto, el dolor se hace colectivo cuando una madre deja hijos pequeños, cuando el cáncer se lleva un niño, o cuando un joven queda en el asfalto. En esa perspectiva, y a pesar de que me sobran argumentos para valorar la gravedad del atentado que le costó la vida al capitán de navío Martín Oar, no tengo más remedio que decir que, mientras él dejó la vida en la lógica de un conflicto que tiene reglas y responsables conocidos, y en una profesión que eligió voluntariamente, a la niña Sonia Carabantes la llevó Dios de una manera demasiado trágica como para haber cedido todas las portadas y todas las comparecencias veraniegas del Gobierno y de la oposición al ilustre soldado que «foi na súa». Huelga decir que, contrario como soy a esta guerra, y denunciante anticipado del caos que iba a generar, mi sentimiento por la muerte de Martín Oar debe ser mayor y más irreparable que el de aquellos que llevan un año explicando esta hipótesis y dando por sentado que un poco de petróleo y una instantánea en las Azores justifican esta muerte y la de todos aquellos que, de un bando y de otro, por bombas o misiles, por hambre o por sed, por errores o intenciones, en Agfanistán o en Irak, civiles o militares, por Dios o por Alá, han muerto, o van a morir, en la guerra de Bush. Y por eso me siento capacitado para decir que, si fuésemos una sociedad sana, y si supiésemos valorar los hechos y los dichos, la muerte de Martín Oar nos habría pillado sin lágrimas, y nadie hubiera entendido que el mismo presidente que dejó pasar el asesinato de Sonia Carabantes como una lid del destino, hubiese interrumpido sus vacaciones para explicarnos lo que todos sabíamos, como si quedase algún español que no sepa por qué están muriendo nuestros militares, y como si todos conociésemos, en cambio, por qué mueren las niñas que regresan del baile. Líbreme Dios -¡nunca lo hice!- de buscarle culpables a la tragedia de Sonia. Pero aquí sólo estamos hablando de las razones del llanto, y de cuáles son los momentos en que, más allá del dolor de cada hijo, padre o viuda, todos los españoles sentimos la necesidad de sufrir juntos, tratando de restaurar las heridas de la sociedad y del alma. Si la muerte de Martín Oar carece de secretos, la de Sonia es inexcrutable. Y por eso hay que razonar la primera y llorar la segunda. Sin cobardías. Sin echarle al cielo las culpas de la tierra.


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