Para nada

ME DA algo de pereza escribir esta columna, sumarme a la riada de letras, auténtico temporal, que azotará hoy los ojos de los millones de lectores que aún quedan en el mundo. Así que casi agradezco que el gibraltareño este se coma unas líneas ahí, un poco más abajo. Los países con fuertes desigualdades sociales se caracterizan por la existencia de zonas cerradas donde viven los ricos rodeados de la máxima seguridad. Es el precio que hay que pagar si no se quiere ser solidario: la pobreza y el odio generan terror y atrincheramiento. El primer mundo hoy, un año después, parece un condominio cerrado. Se multiplican las medidas de protección sin que decrezca el miedo. Y en eso se nos van los recursos que deberían emplearse en luchar contra la pobreza y la brutal desigualdad: nunca se había visto tal en la Historia. Ante un panorama así cabe el autismo de la urbanización con cámaras y vigilantes que disparan -ojo a la patera- o la generosidad. Arrasar Afganistán no ha servido para nada. Arrasar Irak ya es empecinamiento.