La Voz de Galicia

MANDORLA SIN ÁNGEL

Opinión

GARITA DE HERBEIRA / Alfonso de la Vega

20 Jul 2001. Actualizado a las 07:00 h.

El pasado día 18 se celebró el primer aniversario de la muerte del gran poeta José Ángel Valente. Se trata de uno de los gallegos exiliados del paraíso en busca de la conciencia de sí en forma de Palabra perdida. Como Alfonso, nuestro (único) rey sabio, Madariaga o Valle Inclán, Valente se exilió de su patria chica en busca del Conocimiento. En realidad, todo poeta radical nace vive y muere siempre en el exilio, pues el sentido último de la Palabra no es transmitible. Sólo cabe transmitir un método que permita al lector participar de la misma experiencia iniciática. Como Eneas o Dante, que bajan a los infiernos, o don quijote, que se introduce en la cueva de Montesinos en busca de la revelación, Valente se introdujo en la mandorla, símbolo románico de representación del universo, del cuatro más uno, pantocrátor, pez que nada en el océano de la lengua española. Pero mandorla, como su esposa Coral sabe, también significa experiencia amorosa, conocimiento de lo femenino, tantrismo como forma de realización espiritual y superación de la dualidad. Alquimia de la carne que se hace emoción de lo sagrado, erotismo puro, poesía sagrada. Identidad entre cuerpo y espíritu. La mandorla se asemeja al cunnus o yoni, la entrada al útero materno. Un viaje iniciático a los orígenes de la cultura española, al descubrimiento del alma que supera la mera literalidad de las palabras, la materia como huella de una emoción remota, la del esplendor, el fulgor primigenio del que nos hablan todos los místicos. La cábala española, el Zohar, la Fuente de la Vida, el Collar de la Paloma, el Cántico Espiritual. Ahí es nada el Cántico, una de las mayores aportaciones de España a la cultura universal, la unión de voluntad y conocimiento resuelta en liras prodigiosas. Fuente de inspiración y experiencia de la sabiduría. Conocimiento que hace auténticamente libre. Voluntad de Ser. José Ángel nunca buscó el aplauso, ni los reconocimientos oficiales. En su vocación universal, despreciaba la mediocridad en la que había devenido la cultura española, primero durante el pertinaz franquismo, luego en sus secuelas: la actual disgregación en taifas indigenistas. Él escribía porque era su modo de concebir la vida, una liberación del peso de la existencia, un acto de amor hacia sus auténticos contemporáneos y compatriotas, aquellos que como él, no importa ni el espacio ni el tiempo, han permitido que la Palabra guiara sus vidas. (A la memoria de José Ángel Valente)


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