El sultán de la Turquía moderna
Internacional
Erdogan parte hoy como claro favorito en las primeras presidenciales directas del país, pese a su deriva autoritaria tras once años en el poder
10 Aug 2014. Actualizado a las 07:00 h.
El primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, parte hoy como favorito en las primeras elecciones presidenciales directas del país, en las que se enfrenta a un profesor de Historia y exjefe de la Organización de la Cooperación Islámica poco conocido, y a un diputado y activista kurdo de 41 años. El carismático Erdogan, un islamista conservador al que todas las encuestas dan un apoyo superior al 50 %, que haría innecesaria una segunda vuelta, podría convertirse en el más longevo dirigente de la república fundada en 1923 por Atatürk sobre las ruinas del imperio otomano.
Pero el sultán, como se le apoda tras once años en el poder, llega a las urnas entre acusaciones de despotismo. En los últimos meses, la represión de las revueltas sociales y las leyes de control de Internet empañaron la imagen de un hombre que se había erigido en artífice de una década de crecimiento ininterrumpido en una potencia de 76 millones de habitantes. «No soy un dictador, no lo llevo en la sangre», se defendió.
Las denuncias sobre corrupción, los ataques en las redes sociales y las críticas a su gestión en el accidente de la mina de Soma, en el que murieron 301 personas y que él atribuyó a la fatalidad, lo volvieron irritable y empezó a tratar de «traidores» y «terroristas» a sus adversarios.
Erdogan sigue gozando de un sólido apoyo en las zonas rurales y en los medios religiosos que prosperaron bajo su gobierno, y desde que accedió al cargo conserva la aureola del hombre que aportó estabilidad después de décadas de golpes de Estado y frágiles alianzas, y que supo cortar las alas a los militares. Robusteció la economía turca, controlando la inflación y triplicando los ingresos de la población, y promovió infraestructuras faraónicas.
Revueltas sociales
Su impulso constructor topó en el 2013 con la resistencia de los habitantes de Estambul a transformar el parque Gezi en un centro comercial. La causa se extendió como la pólvora y durante tres semanas 3,5 millones de turcos desafiaron la represión policial en un centenar de ciudades con un saldo de ocho muertos, 8.000 heridos y miles de detenciones. Según Ilter Turan, profesor de la Universidad Bilgi, el respaldo constante de las urnas alentó la deriva autoritaria. «Desde que llegó al poder, fue girando paulatinamente de las tendencias pragmáticas y del trabajo en equipo a las decisiones personales, de la democracia al autoritarismo, de las políticas elaboradas a las impulsivas», afirma Turan.
Hijo de un guardacostas, Erdogan fue vendedor ambulante durante su adolescencia, y pronto se adhirió a grupos islamistas enfrentados al régimen laico-nacionalista y a los gobiernos militares que abogaban por mantener una estricta separación entre las mezquitas y el Estado. Llegó a ser futbolista semiprofesional y estudió Empresariales, antes de ser elegido en 1994 alcalde de Estambul y ganar popularidad con medidas para reducir los atascos y la contaminación en una megalópolis de 15 millones de habitantes. Pero su partido fue ilegalizado y Erdogan pasó cuatro meses en la cárcel por recitar en una manifestación un poema islamista considerado por los jueces una incitación al odio religioso. «Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados», decía el poema, repetido incansablemente durante la actual campaña electoral.
En el 2001 Erdogan y el actual presidente Abdulá Gul fundaron el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), imbatido en las urnas. En los últimos años flexibilizó la prohibición del velo islámico, restringió la venta de bebidas alcohólicas y trató de alejar los dormitorios de hombres y mujeres en las residencias universitarias, lo que le valió denuncias de tratar de imponer una islamización rampante de la sociedad.