Reconstrucción y educación
Galicia
12 Apr 2013. Actualizado a las 07:00 h.
El efecto oleada de las fiestas que acaban como los tsunamis nos deja en estado de shock y se tiende a pensar que se trata de hechos aislados perpetrados por jóvenes descontrolados bajo la influencia del alcohol. Se culpa a las redes sociales y nos deja anonadados el encontronazo entre la sociedad organizada y una aparente versión grupal de la locura.
Digo aparente porque hay un sentido detrás. Mayoritariamente, las personas tienden a respetar los criterios de grupos de referencia, para adquirir estatus dentro de ellos. Deducen sus normas observando el comportamiento de otros o infiriendo sus preferencias. El mismo hecho de estar en grupo hace que nuestra conciencia se centre en nuestra identidad social, más dispuestos a renunciar a lo que nos distingue como individuos, tanto para lo que nos dignifica como para lo que nos rebaja. El sentido se construye sobre la marcha y lo reprobable se vuelve deseable.
Aunque las respuestas no son sencillas, existen soluciones. Se trata de enseñar cómo resistir las invitaciones destructivas, atreviéndose a ser diferentes. Y pasa, sin duda, por cambiar la actitud parental frente a estos actos, que optan por exculpar antes de educar a los hijos. ¿No sería apropiado que los causantes de los destrozos ayuden a la reconstrucción y que los padres impulsasen tal actitud en lugar de transformarse en cómplices? ¿No aprenderían los culpables que hay otros criterios deseables? Como la abuela de la película Poesía (que decide, a pesar de la opinión mayoritaria, hacer que su nieto pague las consecuencias de un acto criminal en lugar de ocultarlo). Yo diría que sí.