Memoria de la galerna
Galicia
El recuerdo de la catástrofe marítima que en 1961 costó la vida a 83 marineros en el Cantábrico, revive ahora de la mano de Hixinio Puentes, que en los próximos días sacará a la luz en la editorial Lea un libro sobre aquella tragedia, en la que el mar sólo devolvió dos cuerpos.
21 Jan 2005. Actualizado a las 06:00 h.
A José Sande, a Pepe do Cornán, patrón del pesquero Marqués durante aquel 13 julio de 1961 en el que las familias de todos los tripulantes del barco lloraban desesperadas y ya los daban por muertos, no le cabe ninguna duda: fue un prodigio, un milagro de la Virgen del Carmen que los salvó de la galerna a él y a sus marineros. Desde entonces han pasado más de cuarenta años, es cierto. Pero a Pepe, hombre poco dado a mostrar sus emociones en público y menos aún a sentir miedo -hijo de una vieja estirpe del mar, gente brava, generosa y noble- aún se le asoman las lágrimas al recordar aquellas horas, y otras lágrimas parecidas casi se le asoman también a quien le escucha lo que cuenta. Sande -nieto, por cierto, del legendario Cornán de O Barqueiro, marinero de trainera, hombre de sobrehumana fuerza del que se cuenta que era capaz de derribar un carnero embistiéndole él mismo con la cabeza- asegura que no sabe explicar lo que le mordió el corazón durante aquellos dos días y dos noches que pasó luchando contra el mar, pero fuese lo que fuese le dolerá siempre. «O que eu máis pensaba -dice Pepe o Cornán- é que deixaba un filliño que daquela debía de ter dez anos, e a muller en estado... Pensaba: 'Vaime nacer outro neno e eu xa non vou poder velo, vou morrer aquí, no mar'». La desesperación Cuando la situación parecía más desesperada, mientras la tripulación del Marqués temía irse al fondo en cualquier momento, el patrón del barco había tomado ya una decisión: no prolongar su propia agonía, entregarse, dejarse llevar por la muerte: «Eu xa me vía no mar, pelexando, e iso non o quería -cuenta-. Estaba decidido a non nadar, a deixarme ir ao fondo, a non seguir pelexando para nada. Dígollo de verdade: se daquela tivese un veleno comigo, tomábao para matarme». Sin embargo, y a pesar de tener la tentación de hacerlo, el patrón del Marqués no se rindió frente al mar. Durante dos días se enfrentó a la galerna tratando de engañar, con el timón, a cada ola. Y al final lo consiguió. De poco le hubiese servido al pesquero pedir auxilio, pero la verdad es que, en cualquier caso, tampoco podía hacerlo. La radio, que finalmente terminó por estropearse, no podía emitir señales, era un modelo dotado únicamente de receptor. «É que era -dice Sande- o que lle chamaban unha radioescucha, non valía para falar. Daquela era a que levaban case todos os barcos coma o noso, outra cousa non a tiñas». En los momentos más duros de la tempestad, la tripulación del Marqués no vio ningún otro barco cerca, pero sí antes de que las cosas se pusiesen tan mal para ellos: «Cando empezaba o vento -cuenta el patrón- vimos outro barco, un mercante moi grande, que se nos achegou e que nos enfocou coas luces varias veces. Non son capaz de dicir de ónde era, pero nós vimos que ata viraba arredor de nós. Seguramente trataba de avisarnos de que había perigo, pero nosoutros afastámonos del, porque non o entendimos e tivemos medo de chocar». Dos días después, Sande y sus marineros lograban regresar a O Barqueiro. Creían haber nacido otra vez. Y hoy, quienes aún viven, siguen convencidos, sí, de que fue la Virgen la que los salvó. Porque otros tuvieron peor suerte: algunos barcos, como el Badiola, de Celeiro, perdieron diez hombres y de su tripulación sólo se salvaron tres: Claudio Rego, Manuel Carballal y Vicente Chao. El Todos los Santos, del mismo puerto, perdió a cuatro marineros, un hecho que cuentan en primera persona dos de los supervivientes del siniestro, Manuel Pernas y Antonio Teixeira en un puerto en el que hay un monumento al náufrago. Otros doce muertos dejó el Mari Loly Glela, de Celeiro también, del que pereció la dotación entera, mientras el Doniene, de Espasante, veía hundirse a tres de sus hombres... «Botaba escuma pola boca» En un estremecedor testimonio recogido por Hixinio Puentes en su investigación, uno de los testigos de aquellas horas, Antón de Amora, cuenta: «O Badiola quedou quilla arriba, e na quilla quedaron o Carrero e o Mico de Penjamo. Deu volta e vinlle a hélice andando no aire e cando volveu ao seu, xa viña desarborado, sen ponte, sen paus e sen nada». «Vin tres homes tirarse pola proa. O Cuco foi o primeiro. Houbo outros -sigue el relato de Antón- que se agarraron ao barco e afundiron con el. Cando recolleron a Teixeiro botaba escuma pola boca. Traía a barriga moi inchada e corteille o cinto. Apretándolle a barriga botou un cubo de auga. Míguez desembragaba na palanca que ía fóra da ponte e un golpe de mar esmagouno contra ela, estragoulle a cabeza». Agarrado a un tablón Del Águila del Mar, construido en Lekeitio por Felipe Murelaga, sólo se salvaron dos hombres de los catorce de la tripulación. Uno de ellos fue el patrón del pesquero, Belarmino González García, que se mantuvo a flote agarrado a un tablón, y que al final fue recogido por el Estrella de la Esperanza, al igual que su compañero José Cuervo González. Tras ser rescatado, Belarmino González declaró que el suyo era un pesquero fuerte, con un motor de 125 caballos de potencia, pero que no pudo resistir un golpe de mar que entró por popa y que a él lo arrojó fuera del barco. Mientras nadaba con un solo brazo, sujeto con el otro al madero al que se aferraba, el patrón del Águila del Mar vio a lo lejos al pesquero Padre Nazareno, que luchaba contra la galerna ya sin máquina ni luz, perdida incluso la mitad del puente. De entre todos los pesqueros naufragados, sólo se recuperaron dos cadáveres. El del único marinero gallego fallecido entonces que pudo recibir sepultura en tierra, un vecino de Celeiro, lo sacaron del mar sus propios compañeros. El otro cuerpo que se recuperó frente a las costas de la Bretaña francesa era de un marinero de Santander. Los barcos perdidos durante la catástrofe, que se cebó en la franja de mar que se extiende desde Ferrol hasta Normandía y la Bretaña francesa, Breizh, fueron, según los datos recogidos en su investigación por Hixinio Puentes, finalmente 19. La catástrofe comenzó el día 12 de julio de aquel 1961, cuando la galerna se desató -como siempre se desata, dicen los hombres del mar- de forma inesperada. A las 2 de la madrugada de ese día, el Cantábrico estaba prácticamente en calma. Sin embargo, cuatro horas más tarde, las primeras rachas huracanadas comenzaban a hacer estremecer los barcos, sin darles siquiera oportunidad de regresar a sus puertos. Los peores momentos se vivieron durante la noche del 13 y al día siguiente. Miles de personas, bajo un lluvia torrencial, aguardaban en vano el regreso de los barcos a los puertos de todo el Cantábrico. La incertidumbre se mantuvo hasta bien entrado el día 15. Fue entonces cuando se supo que jamás volverían los barcos por los que aún se aguardaba. El drama se había consumado ya. Palabra de Bretaña Las gentes del mar, solidarias por naturaleza, son -como todas las palabras del mundo- hermanas entre sí. Y Galerna, recuerda Puentes, es una voz a la que los lingüistas vinculan a la voz céltica gail gail, en su sentido de vendabal, y posteriormente a la bretona gwalern, que significa viento del noroeste. Viejas palabras para recordar desgracias que también vienen de viejo. La galerna, dicen los marineros, a nadie respeta. Como pudo comprobar el propio Felipe II, que debió ver muy cerca, cuando navegaba con la escuadra que lo traía de Flandes, la que se desató frente a Laredo el 9 de septiembre de 1549. (Cuentan las crónicas que aquel día las gentes del mar rezaron, arrodilladas, a la Virgen. Y el Rey se salvó).