El último disparate de la T.I.A. que pudo ver Ibáñez en vida

Poca sorpresa se espera cuando uno abre un cómic de Mortadelo y Filemón. Una sucesión de personajes conocidos —los dos protagonistas, el Súper, Ofelia y Bacterio—, una sucesión de gags más o menos ingeniosos, quizá algún cameo, y una estructura en página de entre 10 y 12 viñetas por página, sin grandes planchas. Es todo tan previsible que es encantador por ello. Dicen que una serie infantil engancha en televisión a los pequeños cuando estos ya saben cómo va a acabar —generalmente bien—, porque rechazan el azar. Y posiblemente en los cómics de Francisco Ibáñez esa misma técnica ayudó a que se quedasen prendidos en el cerebro de millones de lectores, adictos a sus historias desde críos. Todo es previsible, y eso es un punto, aunque lo que hizo grande a este hombre fue crear unos personajes icónicos desde hace más de 60 años. Tamaña resistencia está al alcance de pocos. 

Mortadelo y Filemón llevan detrás más de 200 historietas, todas originales. La número 220 lleva por título Mundial de baloncesto 2023, siguiendo la estela de otras que firmó Ibáñez sobre grandes acontecimientos deportivos (olimpiadas y campeonatos de fútbol). Pero esta tiene una dimensión sentimental diferente: es la última que pudo presentar en vida Francisco Ibáñez. Falleció a mediados de julio, apenas unas semanas después de que este trabajo llegara a las librerías. En realidad, el campeonato de básquet ha comenzado estos días en Asia, pero al dibujante siempre le gustaba adelantarse unos meses y recrear lo que pasaría si en un encuentro internacional así se colara la T.I.A., ya saben, la agencia del Superintendente, sus Técnicos de Investigación Aeroterráquea, una parodia de la CIA en cuya plantilla de investigadores solo conocemos a Mortadelo y Filemón.

 ¿Y qué servicios se precisan de la T.I.A. en este campeonato? Pues se les requiere para destapar una red que usa un gas para encoger a los jugadores de baloncesto y así favorecer a uno de los equipos participantes.

La aventura no se desarrolla en Asia, se ubica en la ciudad —que nunca se ha desvelado— sede de la T.I.A. durante los entrenamientos de las diferentes selecciones. El dúo de investigadores lo dará todo para intentar resolver el caso, con resultados disparatados esperables (volvemos a lo de la previsibilidad). Ibáñez recurre a una narrativa blanca, sin dobles interpretaciones, para que la historieta la pueda abordar desde un primer lector de Mortadelo hasta un veterano, de abuelos a nietos, sin distorsiones. Evita en este caso invitar a personajes de actualidad —y eso que una competición así se presta a ello— y opta por ir esparciendo más golpes (literalmente) de humor, con mejor o peor fortuna. No es el mejor Ibáñez en su guion, pero sigue sorprendiendo la facilidad con la que monta las viñetas, recrea a sus personajes, reproduce escenas de huida, y disfraza a Mortadelo cada vez que se da la ocasión. Con 87 años presentó esta aventura con la misma intensidad que si tuviera 20, y eso es algo que merece tener presente.

Fue el último tebeo de Mortadelo y Filemón que vio Ibáñez, sí, pero ¿será el último nuevo que vean sus lectores? Posiblemente no. Un creador tan prolífico —a un ritmo de entre tres o cuatro álbumes por año— es muy probable que dejara material inédito, y algo ha ido deslizando su editorial. Y siempre quedará la salida de recurrir a dibujantes y guionistas externos para preservar la franquicia. Se ha hecho con Corto Maltés y con Astérix, por citar dos ejemplos de creaciones internacionales, con más acierto en el primer caso que en el segundo. Pero no sucedió con Tintín. De este último caso hablaba así Ibáñez: «Un día leía que Hergé decía que cuando él muriera no se haría más [Tintín], pero yo no lo veo así, no hay porqué». Atentos.