Pippi Calzaslargas
Fugas
29 Jan 2016. Actualizado a las 16:38 h.
Se llamaba Pippilota Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Langstrumpf. Los niños de los setenta y ochenta en España la conocimos ya como Pippi Calzaslargas por una serie de televisión que, vista hoy, todavía sorprende por sus relatos tan políticamente incorrectos y por una lentitud en la trama que seguramente exaspere a las mentes veloces nacidas ya en la cuna digital. Los larguísimos planos en los que no sucede apenas nada y Pippi, Tommy y Annika pasean por el campo en silencio, felices, son ahora mismo una especie de insurrección contra el tiquitaca y el ruido de fondo en el que vivimos instalados desde que alguien puso un smartphone en nuestras manos. Esas secuencias tan suecas son algo así como el rock sinfónico de nuestra niñez setentera y ochentera.
Blackie Books reúne en un delicioso volumen Todas las historias de Pippi, los cuentos de Astrid Lindgren en los que se basó muy fielmente la serie. Así que volvemos a soñar con esta pelirroja de trenzas disparadas y zapatones enormes. Todos quisimos vivir al menos durante un instante aquella infancia de una niña que tenía un padre pirata navegando por los mares del Sur. Porque vivía sola en Villa Mangaporhombro con un mono y un caballo, no iba a la escuela, guardaba una maleta llena de monedas de oro, era capaz de inventar las mentiras más descomunales y laberínticas que uno pudiera imaginar, y se enfrentaba sin titubear tanto a los rufianes que querían robarle sus doblones como a las solteronas que pretendían encerrarla en una vida convencional.
Aunque tal vez nunca fuimos tan valientes y con lo que soñábamos en realidad era con ser sus vecinos Tommy y Annika. Porque para ser Pippi había que poseer el coraje de la hija de un pirata y rey de los caníbales. Y eso no abundaba. Pero quién no quería tener una amiga como Pippi y vivir mil aventuras e incluso tomarse con ella una píldora para no envejecer nunca. La píldora se parecía mucho a un guisante. Quizá era un humilde guisante. Pero Pippi lo convertía todo, hasta un guisante seco, en algo mágico.