La Voz de Galicia

Ni Igor ni Aigor

Cultura

sabela pillado

«Victor Frankenstein» es la enésima versión del mito imperecedero de un creador que jugaba a ser Dios

24 Apr 2016. Actualizado a las 05:00 h.

Poco podía imaginar Mary Shelley, cuando allá a principios del siglo XIX escribió su magna obra, la novela gótica de terror Frankenstein o el moderno Prometeo, que, a lo largo de los siglos, su legado sería reinterpretado una y otra vez por un invento en aquel entonces todavía por llegar, el cine.

Victor Frankenstein es la enésima versión del mito imperecedero de un creador que jugaba a ser Dios y la trágica criatura que nunca pidió ser creada. Lejos de los clásicos de James Whale o de reinterpretaciones más acertadas, este filme se revela como uno más del montón a pesar de su voluntad diferencial, tanto en su narrativa como en sus tentativas formales. Aquí, como ya ocurría en Mary Reilly (Stephen Frears, 1995), el protagonismo lo asume el asistente, un personaje externo que ve los delirios del amo desde una relativa distancia.

Pero, dejémoslo claro, el único e irrepetible Igor (o Aigor) del cine -cuando menos hasta que sea dignamente desbancado-, siempre será el descacharrante Marty Feldman de la destacable parodia de Mel Brooks, El jovencito Frankenstein (1974). Daniel Radcliffe, años después de abandonar su varita de Harry Potter, sigue en su línea de «quiero sacudirme la etiqueta de mago» interpretando personajes diferentes y pretendidamente osados, pero, aunque su intento es loable, tanto su Igor (que no Aigor), como el Doctor Frankenstein de James McAvoy, se pierden en un marasmo de movimientos de cámara y acción fuera de tono (¿Frankenstein lanzando patadas voladoras?), que en devaneos extraños de guion interrumpen de modo continuo el intento de ahondar en la psicología de los personajes.

Centrarse en la acción a lo Guy Ritchie no es modernizar el mito, es dar una película que pretendidamente intenta llegar a un nuevo público, pero que se queda en un espectáculo vacuo y sin brío, una película carnavalesca que, además, relega al monstruo a un bicho guiñolesco con escaso protagonismo.


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