Los magníficos retablos de la iglesia de Oza
Meis
Las Huellas de la Religión | En el santuario de San Breixo existe una variedad de imágenes que repasan la historia de la imaginería sacra de la zona de Bergantiños
19 Jan 2024. Actualizado a las 20:12 h.
El estípite, elemento que ha sido ya tratado en artículos anteriores, fue un soporte muy empleado en la retablística de Bergantiños, especialmente a partir de los años cuarenta del siglo XVIII. Es una columna trapezoidal, una pirámide invertida, que conforme pasen los años se irá complicando estructural y decorativamente. El estípite estará vigente en la zona hasta 1770; de las últimas piezas que lo utilizan tenemos, por ejemplo, los retablos colaterales de San Pedro de Valenza, del escultor Antonio de Meis. Meis es, también, el autor de los retablos de Santo Tomé de Xaviña, en los que usará este tipo de elemento sustentante. Los colaterales son de 1755, mientras que el mayor es de 1761. Este último lo tenemos documentado y, aunque los libros parroquiales no recogen el artífice de los otros dos, podemos atribuir su hechura al mismo escultor. . Otra iglesia en la zona que puede presumir de retablos «barrocos de estípite» es la de San Breixo de Oza, que guardan la misma unidad.
A mediados del siglo XVIII se decide llevar a cabo una renovación total de la iglesia de Oza. El antiguo retablo mayor había sido colocado en 1744; seguía las caducas fórmulas de principios de siglo, donde se hacía una sucesión de cuerpos a base de columnas salomónicas. Este era una de las primeras obras de Antonio de Meis y hoy lo podemos ver en el presbiterio de la iglesia de San Salvador de Rebordelos. Con el deseo de un nuevo retablo, el anterior fue vendido y su ganancia ayudó a sufragar el siguiente. Si era necesaria la renovación del patrimonio mueble, lo era más la reconstrucción de la arquitectura; por este motivo, en el año 1759-1760 y siendo cura Francisco Antonio Rodríguez Varela, se hizo de nuevo el cuerpo de la iglesia (que fue alargado) y el arco del presbiterio. La capilla mayor sería elevada varios metros en 1764.
Una vez que el espacio estaba acondicionado, inmediatamente se procedió a la hechura de los retablos. Por eso, en 1764, se le abona «a Francisco Rodríguez, escultor, con cuya cantidad se le acabó de pagar todo el importe del coste del retablo mayor que se halla en la iglesia de esta feligresía, con sus efigies, el que en todo tuvo de coste cuatro mil ochocientos sesenta y cuatro reales de vellón». Las otras imágenes del retablo son un san Blas (1840), otra de san Verísimo procesional y una Virgen del Rosario, en el expositor. Cuatro años antes de la hechura del retablo mayor, la fábrica parroquial y la cofradía del Carmen mandan hacer los colaterales.
Tanto en el mayor como en los laterales, todas las superficies están pobladas de decoración, tanto de tipo vegetal, cintas rizadas, paños, etcétera. Si bien, en el retablo principal el soporte es más estilizado, y en los anteriores más achatado, contando con los mismos estrangulamientos y molduras, lo que nos lleva a pensar que estamos ante el mismo autor, Francisco Rodríguez, natural de Sacos y que tenía su taller en Oza. El retablo del lado de la epístola está dedicado a san Antonio de Padua, cuya imagen toma el modelo del san José situado en la iglesia de San Martiño Pinario, en la ciudad de Santiago. Su datación puede ser contemporánea a la pieza que lo cobija.
En el lado contrario, las armas de la Orden Carmelita señalan la presencia de su titular: la Virgen del Carmen. En este caso, la talla puede ser datada muy tardíamente, ya que se asemeja a las obras realizadas por el escultor compostelano José García Vilariño, entre el ocaso del siglo XIX y los albores del XX.
En la iglesia de Oza vemos una variedad de imágenes que repasan la historia de la imaginería sacra de la zona. Cerca de la puerta nos encontramos con un magnífico san Fernando del siglo XVIII, atribuible a Antonio de Meis; una santa Cristina de 1851 obra de Francisco Rodeiro; un san José de la misma centuria, deudor de la iconografía creada por José Ferreiro; un san Roque, de José Rivas; un san Isidro de fabricación industrial, de la casa Olot... Una de las grandes pérdidas de esta iglesia fue el retablo del santo Cristo, que estuvo hasta hace unas dos décadas. Por su estructura y decoración se podía situar a finales del siglo XVIII y por una nota del archivo sabemos que había sido donado por un párroco. Restaurado a principios del siglo XX, contaba con una gran hornacina central que acogía el Calvario que vemos hoy en el presbiterio, compuesto por el Crucificado, la Virgen de los Dolores y san Juan evangelista. Como marco del conjunto, casetones acogían los instrumentos de la pasión. Una de las joyas es la minúscula efigie de Nuestra Señora de Guadalupe, de marfil, traída, seguramente, del mundo colonial y en una fecha que rondaría las décadas finales del siglo XVIII. Posteriormente, su devoción motivó la creación de una cofradía y la instauración de una fiesta en el calendario parroquial.
Como conclusión, dentro de los términos de esta feligresía, no podemos pasar por alto nombrar la existencia de dos capillas, hoy desaparecidas. La primera de ellas estaba en la casa de las Torres de Oza, dedicada a la Virgen de la Soledad y san José, fundada en 1681 por Jacinto Gregorio de Pazos. En 1914, gracias a una nota documental, sabemos que estaba totalmente arruinada, así como la casa señorial. De igual modo, se perdió con los avatares de la historia la capilla de santa Cristina, en el Monte Neme, de la que existían menciones desde finales del siglo XVI.