Las seis encarnaciones de Martín Códax

Para quienes, como yo, disfrutan del vino pero se les resisten sus arcanos, incapaces de retener aromas y sabores para ordenarlos adecuadamente en el lugar correcto de la memoria sensorial -frase larga pero necesaria-, propuestas como la que ayer desplegó Martín Códax en su espléndido comedor sobre las viñas de O Salnés constituyen un verdadero regalo. La bodega cambadesa culminaba Os sabores do Atlántico con una cata que resumía todo lo bueno que este ciclo enogastronómico ha dejado en los paladares de quienes han podido gozar de él.

El mejor de los titulares lo proporcionó el sumiller Javi Padín, encargado de dirigir la cata de seis de las grandes referencias de la casa. Es tontería darle vueltas a lo que no se puede mejorar. Y hablar de estos seis vinos como de otras tantas formas de encerrar el paisaje de las Rías Baixas en una botella no puede superarse a la hora de definir la ligazón de un vino con su tierra, su clima, sus gentes y sus tradiciones, sin abandonar por ello una voluntad de evolución constante. Así que frente al pequeño grupo de catadores y comensales fueron desfilando un espumoso, el emblema de la bodega, Martín Códax, Lías, Organistrum, Vindel y ese trago de ámbar llamado Gallaecia. Seis encarnaciones muy distintas de una misma alma atlántica. La forma correcta de mirar una copa y apreciar su contenido, la paciencia que requiere comprobar cómo funciona en la boca, los aromas que evoca, el error que para Rías Baixas supuso reivindicar en sus años mozos la bandera de los vinos jóvenes o la conveniencia de pedir el vino por su procedencia, no por el nombre de ninguna uva, fueron algunas lecciones de esas que lo devuelven a uno al mundo sabiendo que ha aprendido algo.