La época en que vivimos, tan proclive a la novedad y el espectáculo, tan gentil con quien reluce y se exhibe, tan implacable con quien renquea y no tiene más remedio que volverse sobre sí, ha depreciado ese verbo, cuidar, del que todos necesitamos en algún momento de la vida y en el que encuentra su realización lo mejor y lo más noble de cuanto somos. Cuidar deja de ser una necesidad personal, para quien cuida y para quien recibe el cuidado, y se convierte en una mercancía más, negociable con un margen a ser posible creciente. Una cuidadora nos pone en la carta de esta semana ante esta áspera e inelegante realidad. Hay una línea donde acaba la eficiencia en la asignación de recursos y comienza la deshumanización de una sociedad. Y diríase que, hoy por hoy, en esa línea no vigila nadie.
