Iván Rodríguez, orientador familiar: «No es que los adolescentes no quieran hacer lo que les piden sus padres, es que no pueden»
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«La paradoja de los adolescentes es ''déjame en paz''... ¡Te necesito, ven!», advierte este terapeuta, coautor de «El lenguaje silencioso», que acompaña a chavales en una metamorfosis natural que tiene sus propios códigos. Sus «sin más» no son literales
27 oct 2025 . Actualizado a las 09:38 h.La adolescencia siempre llega envuelta de algo más que un tornado de humores. A esa «tormenta cerebral» que nos empapa entre los 12 y los 24 años para transformarnos de manera radical, la adolescencia debe sumar otras anomalías, como ese aire de sospecha que causa en la mirada adulta, que lo ve todo muy segura de sí misma, pero no siempre mira allí donde hay que mirar. «Los niños y los adolescentes de hoy pasan mucho tiempo solos», advierte el trabajador social y orientador familiar Iván Rodríguez Ibarra, terapeuta de jóvenes en el programa Norbera de la Fundación Izan en San Sebastián y autor de El lenguaje silencioso. La técnica de la caja de arena en la adolescencia, una brújula para la comunicación cuidadosa con adolescentes elaborada junto al psicólogo José Luis Gonzalo Marrodán, con ilustraciones de la adolescente Maider Dorregaray.
—No son niños, tampoco adultos. ¿Cómo lo hacemos más fácil para que haya comunicación, para saber cómo tratarles?
—En la etapa adolescente hay que tener en cuenta que se dan cambios importantes. Hay cambios físicos, que son evidentes, y diferentes en chicos y chicas. Y hay otro tipo de cambios que son más internos, que tienen que ver con la postura de ese chico, de esa chica, hacia el mundo. Por una parte no son niños, pero tampoco adultos, claro... Chavales y chavalas, esta es una palabra que me encanta. Yo suelo decir que los chavales están despistados en esta etapa. Están enfrentándose a muchos retos y ven que hagan lo que hagan el mundo adulto les critica. A los chavales se les piden cosas de adultos cuando no pueden realizarlas. Si ya de por sí esta etapa tiene unos cambios importantes a nivel neurofisiológico, el mundo adulto no lo pone fácil.
—En «En el lenguaje silencioso» dais cuenta de la contradicción que marca la adolescencia: la necesidad de separación y, a la vez, la de pertenencia al hogar. ¿Cómo se explica?
—Hay dos partes. Hay unos núcleos cerebrales que es importante entender para comprender el comportamiento de los chicos. Siempre hablamos de que los chavales son impulsivos, se mueven en el placer, en eso de «hago lo quiero, como quiero y cuando yo quiero». Y suele ser así. El núcleo cerebral asociado al placer es el accumbens, que es como una lenteja (no es literal). Durante la adolescencia ese núcleo es como una pelota de golf. En esa etapa, el chico o la chica está predispuesto a todo ese placer, a esa inmediatez en la recompensa, a esos estímulos... Ese núcleo, en el adolescente, es más grande y más receptivo a ese placer. Luego está la amígdala, que tiene que ver con el miedo y la regulación emocional, y el córtex prefrontal, responsable de todas las funciones ejecutivas. Cuando como adultos pensamos y damos respuestas coherentes, queremos también que los adolescentes lo hagan, y no es posible, porque su córtex prefrontal aún se está formando y no se desarrolla hasta los 25 años. ¿Qué quiero decir? Que les estamos pidiendo cosas que no pueden hacer. No es que no quieran, es que no pueden. ¿Y ante eso qué no hay que decir? «Pues como no puedes, haz lo que quieras». No, en esto no podemos caer. Los adultos tenemos que ser espejo. Tenemos que ser referentes y guías de los chicos y chicas.
«La paradoja adolescente es: "Déjame en paz..., pero te necesito, ven"»
—¿Qué es lo importante?
—Estar al lado de ellos, no estar enfrente. Y en el momento en que el chico o la chica te necesita, si hay una relación adecuada (algo que se trabaja en los primeros años de vida), va a recurrir a ti. La paradoja adolescente es: «Déjame en paz..., pero te necesito».
—«Déjame en paz... ¡pero ven!».
—Eso es. Y el adulto tiene que estar disponible. No vale con que te quedes en el «pasa de mí, no quiere hablar nunca y de repente viene para comentarme cualquier cosa, ¡qué jeta!». No. El chaval te necesita. Y los momentos del adolescente no son los momentos del adulto. Por eso es importante buscar momentos y elegir los conflictos. No puedes tener un chico de 15 años en casa con el que estás todo el día discutiendo porque no hace la cama. Quizá no te estás dando cuenta de que está viniendo a las tres de la mañana a una edad en la que no corresponde o que empezó a fumar. Tienes que elegir las peleas; si no, el adolescente te va a ganar.
—¿Es normal que vivan despistados?
—Es lo natural. El adolescente que le dice a sus padres a todo que sí... grrrrrr, ¡lagarto, lagarto!, como se suele decir.
—¿Mal?, ¿da mala espina?
—No siempre mal, pero cuidado. Yo a los adolescentes con los que trabajo les suelo decir: «Puedes venir triste o enfadado, lo que no puedes es reventar un ordenador porque estás enfadado o dejar un mes de ir a clase porque estás triste». Son cosas muy diferentes.
—No es lo mismo que mi hija suelte un «gilipollas» a su hermano que que dé un portazo. ¿Cómo debemos reaccionar ante este tipo de cosas como padres si hay otros hijos en casa?
—Está bien lo de «hay otros hijos» porque a veces se pone el foco solo en el adolescente, que suele ser el altavoz de un conflicto en la familia. Yo trabajo con los padres, los hermanos e incluso los abuelos. Poner el foco en el adolescente es lo más fácil, pero no llega. Cuando hablamos de conductas inadecuadas en la adolescencia, hay conductas y conductas. Una cosa es una conducta puntual de un portazo, pero a veces hay que echar la vista atrás. Veo a padres y madres que le quieren poner un límite a su hijo adolescente de 1,85 y 80 kilos cuando no se lo han puesto nunca.
«Hay que frustrar a los hijos, y hay que hacerlo desde edades más o menos tempranas. El niño debe entender que no todo va a salir como quiere y que no todo es posible en la vida»
—¿Somos demasiado permisivos, muy complacientes con nuestros hijos?
—Es un problema la dificultad que tenemos los padres con nuestros hijos en frustrarles. Es decir, hay que frustrar a los hijos, y hay que hacerlo desde edades más o menos tempranas. El niño debe entender que no todo va a salir como quiere y que no todo es posible en la vida. ¿Padres muy permisivos? Es cierto que me encuentro con padres muy permisivos, pero también con padres rígidos. Pienso que debemos ser juncos, fuertes y a la vez flexibles. El adulto se tiene que saber adaptar al mundo adolescente. Es el adulto el que se tiene que adaptar a los cambios de su hijo o de su hija. Eso no quiere decir que el padre sea un camarada del hijo, el padre es el capitán.
—¿Sin autoridad no hay educación, no vamos a ningún lado?
—Debe ser una autoridad bien entendida. Hay chicos de 13 años que piden salir hasta las tres de la mañana, y yo conozco padres que dudan. ¡Perdone! No, ahí corresponde un no desde el principio. «No, porque te quiero y esto no es adecuado para ti».
—¿Qué es la técnica de la caja de arena, para conectar con los chavales?
—Es sencilla. Se trata de un cajón de arena donde se introducen miniaturas (muñecos) y se crean mundos. Su origen está en 1929 y la inició una pediatra polaca, Margarett Lowenfeld, que observó que los niños tendían a coger los muñecos y a colocarlos en cajas para jugar. Vio que si les dejabas jugar con libertad creaban cosas. Puede ser la primera y la única técnica terapéutica inventada por los niños.
—¿Cómo se usa y a qué ayuda?
—Yo en consulta puedo tener unas 300 miniaturas. A cada niño que viene le digo que de manera libre escoja las que quiere para hacer lo que quiera dentro de esa caja. Cuando uno se acerca a la caja de arena la parte izquierda del cerebro (la que tiene que ver con el razonamiento) se desconecta, y se conecta la que tiene que ver con el hemisferio derecho, lo emocional. Trasladamos entonces cosas internas al mundo de la arena. Hay chicos y chicas con historias difíciles, con abusos, maltrato... Y a veces el lenguaje puede hacer que uno se retraumatice. A través de la técnica de la caja de arena se tiene una distancia emocional suficiente para que las cosas que llevan dentro vayan saliendo. Eso de por sí es curativo. Lo que caracteriza esta técnica es que los terapeutas de partida no la interpretamos. Conforme avanza el trabajo sí se empieza a dar cierta interpretación, pero no como expertos, sino como acompañantes. —¿Ese «lenguaje silencioso» ayuda a saber cómo se sienten?
—Sí, a saber si tienen un trauma, han vivido un evento traumático, si viven una dificultad... Hoy los adultos estamos mucho en el interrogatorio, en saber qué hacen, no en cómo se sienten. Vienen de estar ocho horas en clase y les preguntamos qué han hecho, con quién, qué tal los exámenes... ¿En qué momento se les pregunta qué tal estás, qué tal con los amigos? No se habla. No se habla porque los padres y las madres no tienen espacio para hablar. Los chavales se sienten aturdidos y abandonados, y piensan: «¿Por dónde salgo?». Y ese malestar sale en ocasiones por la conducta. Los padres y madres deberíamos ser entrenadores emocionales, que den espacios para hablar de lo que sentimos.
—¿Qué implica escuchar lo que sienten? No valen diez minutos un día...
—Claro, no vamos a quedar los martes a las siete y media a hablar de emociones. Eso con el adolescente no funciona. Es importante introducir el lenguaje emocional en la comunicación familiar, que es algo muy difícil. La mujer ha salido hace años al mercado laboral pero es que en casa el hombre no ha entrado... Entonces, ¿quién está con los chicos y chicas? Cada vez estamos menos con los niños y los adolescentes. Y hay que estar y hablar con ellos. Hay que hablar de lo banal, pero no solo de lo banal. Hay chicos que lo pasan muy mal cuando fallece un abuelo y nadie se da cuenta. ¿Cómo es posible? Abrazar la tristeza que es parte de la vida es muy importante. Es cuestión de entrenar. El padre que vuelve a casa del trabajo quizá puede decir: «Me están presionando en el trabajo, me estoy enfadando mucho».
—¿Qué te parece lo peor que podemos hacer como padres?
—Ignorarlos. Yo trabajo con padres que tiran la toalla y me parece una barbaridad. Dar a un chico de 14 años por perdido es muy doloroso para él. El fruto del trabajo que hacemos padres y terapeutas con adolescentes muchas veces no lo vamos a ver en la adolescencia, sino dentro de unos años, cuando ya son adultos. Es muy negativo el ignorarlos, el no estar atentos a ellos, y entender que también sufren. Como padres, debemos acompañarlos.