Guillermina y Estela: «Fuimos las primeras mujeres en casarnos en Galicia hace 20 años, pero no fue un acto de valentía»

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XOAN A. SOLER

España celebra este lunes los 20 años de la aprobación del matrimonio igualitario. Historias como la de Guillermina y Estela son el testimonio de cómo se vivió este hito democrático. «El señor Zapatero tiene para siempre un lugar en nuestra casa», señalan

27 jun 2025 . Actualizado a las 22:17 h.

Este 30 de junio se cumplen 20 años de la aprobación en España de la ley que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo. Todo un hito histórico en la lucha por los derechos civiles del colectivo LGTBI, que situó a España en el 2005 como el tercer país del mundo en legalizar estas uniones, tras los Países Bajos y Bélgica. Una decisión que, aunque recibió en aquel momento una fuerte oposición social y política, abrió la puerta a miles de parejas para consolidar su amor bajo la protección legal del Estado. Entre ellas estaban Guillermina Domínguez y Estela Lama, dos mujeres gallegas que, sin pretenderlo, se convirtieron en pioneras. «Cumplimos 20 años en octubre», relata Guillermina con una sonrisa que se oye incluso por teléfono. «Fuimos las primeras mujeres en casarnos en Galicia. De chicos no sé. Pero siempre lo tenéis más fácil, obviamente», afirmó entre risas.

Guillermina y Estela llevaban ya varios años de relación cuando se aprobó la ley. Vivían juntas, compartían un proyecto de vida y tenían claro que dar el paso no era solo un acto de amor, sino también una declaración política. «Lo primero que pensamos cuando salió la ley fue en reivindicarla. Para nosotras fue algo maravilloso, después de tanta lucha. Poder legalizar una situación que era real. Ya teníamos hijas y un futuro juntas, así que había que dar ese paso también por protección legal», recuerda.

En su caso no hubo dudas. El suyo fue un matrimonio lleno de significado. «Era un acto reivindicativo y social. Nuestro entorno estaba feliz, nos apoyaron. El señor Zapatero tiene para siempre un lugar en nuestra casa, aunque solo sea por eso», sostiene Domínguez.

Pese a todo, hay que recordar cómo fueron esos primeros meses y años tras la aprobación de la ley. Su exposición pública al ser uno de los primeros matrimonios gallegos supuso un contratiempo para su día a día. Santiago de Compostela, ciudad donde vivían, es —como muchas otras localidades— «un espacio pequeño donde todo se sabe», comentan. Guillermina venía de un matrimonio con un hombre, tenía tres hijas y, como ella misma reconoce, la situación no era sencilla: «Fue difícil. Muy difícil. Santiago es pequeño, y ser una madre separada que se casaba con otra mujer en el 2005 no era cualquier cosa. De hecho, tuvimos una experiencia muy fea con un medio de comunicación que se empeñó en hacernos una entrevista. Nos negamos. Aun así, publicaron una foto nuestra de espaldas entrando en el Ayuntamiento y nos pusieron verdes. Decían que si no queríamos salir del armario. ¡Y nos estábamos casando!», lamenta Guillermina.

Doble estigma

Episodios como este revelan el doble estigma que muchas mujeres del colectivo han sufrido y siguen sufriendo: el de ser lesbianas y ser mujeres. «Siempre hay una doble lucha: ser del colectivo y ser mujer. El machismo impregna muchos aspectos. Y, por desgracia, lo estamos viendo volver. Esa involución me entristece profundamente. Después de tanto trabajo, da pena ver que se puede perder», reflexiona.

Guillermina, historiadora de formación y docente de profesión, ve con preocupación el escenario político actual. «Los derechos no son eternos. Cuesta mucho conseguirlos y muy poco perderlos. Creo que como sociedad nos hemos relajado. La gente piensa que ya está todo hecho. Pero no está. Hay que seguir peleando».

El testimonio de esta pareja también nos recuerda que la lucha por la igualdad no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. Muchas personas del entorno no entendieron o no apoyaron su decisión en aquel momento. «Tuvimos amigas, incluso cercanas, que tardaron años en casarse después de que nosotras lo hiciéramos. Porque había miedo. Miedo a la exposición pública, a la reacción del entorno. No estamos hablando de Madrid o Barcelona, estamos hablando de pueblos y ciudades pequeñas. Ahí te señalan, y a veces te evitan, que no sé si es peor», indica Domínguez.

Frente a las críticas, Guillermina y Estela encontraron un apoyo fundamental: sus hijas. «Estaban emocionadas. Ellas eran lo más importante. Mientras estuvieran con nosotras, lo demás daba igual. Las cuatro o seis personas que siempre estuvieron ahí son las que realmente importan», confirman ambas. Como docente, Guillermina siempre se sintió comprometida con la educación en valores y la visibilización. «Yo era muy clara con mi alumnado. Les decía: “Soy lesbiana, estoy casada con una mujer, y no quiero oír insultos homófobos en mi aula”. Creo que eso ayudaba a normalizar. Tuve estudiantes trans, estudiantes gais... Y creo que el hecho de verme a mí les daba confianza. Les hacía sentir que no estaban solos».

Uno de los episodios que recuerda con más claridad ocurrió con un alumno que intentó insultarla en un pasillo. «No reaccioné. Le pedí a otra profesora que le hablara de Safo. Luego tuvo que pedirme perdón. Y al final, se convirtió en un pesado de lo encantado que estaba conmigo. Fue su forma de aprender», resalta.

El avance social ha sido evidente, pero reconoce que el presente la inquieta. «La sociedad mejoró mucho en un tiempo. Ahora no la veo igual. No soy pesimista, soy realista. Me preocupa lo que verán mis hijas. No por mí, que ya estoy de vuelta de todo, pero sí por ellas, por las nuevas generaciones», sostiene Guillermina.

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Un amor que perdura

En este vigésimo aniversario de la ley, Guillermina y Estela también celebran sus 20 años de matrimonio. «No sé si son bodas de porcelana o de qué, pero lo celebraremos. Tampoco vamos a hacer una gran fiesta, pero con nuestra gente, sí. No es fácil estar juntas 20 años hoy en día. Los matrimonios duran cada vez menos», añade. Lo celebrarán como siempre lo han hecho: con discreción, con humor y con la familia. Pero también con la satisfacción de haber sido parte activa de un cambio que transformó la historia del país. «No fue valentía —dice Guillermina—. Fue conciencia. Democrática y cívica. La democracia es que cada quien viva como le dé la gana, con respeto. Nada más. Nada menos», afirma.

En tiempos donde la memoria parece desvanecerse con rapidez, testimonios como el suyo son imprescindibles. «Somos una sociedad que olvida muy rápido. Por eso es importante contar la historia. Porque si no se cuenta, se borra», matiza. Y menciona las manifestaciones que se realizaron en aquella época contrarias al matrimonio igualitario para que las nuevas generaciones sean conscientes que no fue «un derecho caído del cielo». Veinte años después de esta ley que marcó un antes y un después, Guillermina y Estela siguen caminando juntas, con la misma firmeza con la que aquel octubre del 2005 se dijeron «sí, quiero».