Cristina Molares es una de las últimas expertas de este oficio en España: «Continúo creando vidrieras con técnicas del Medievo»

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A sus 38 años, ha restaurado las vidrieras del Café Derby, en Santiago, o las de la catedral de Tui. Ahora continúa la estela de su padre en Vidrieras Cosmo, a la vez que apuesta por su propia marca, Anacos de Cores
03 jul 2025 . Actualizado a las 12:21 h.Apenas levantaba un palmo del suelo y Cristina Molares (Vigo, 1987) ya apuntaba maneras. Mientras otros niños pasaban sus ratos libres entre canicas y peonzas, ella lo hacía entre grisallas y vidrios. Cristina creció en Cosmo, el taller de vidrieras artesanales que su padre tenía en el bajo de su casa. Siempre curiosa y muy creativa, las horas se le pasaban volando observando cómo su maestro —su padre, Antonio Molares— jugaba con las luces y las sombras para crear verdaderas obras de arte. «Pasaba mi tiempo allí, viendo cómo trabajaban, cómo dibujaban e incluso les echaba una mano cuando me dejaban», recuerda.
Sin perder de vista los vidrios, al hacerse mayor, Cristina decidió estudiar diseño de interiores: «Estuve trabajando como interiorista en un estudio, pero incluso mientras trabajaba seguía viniendo todas las tardes al taller para ayudar a mi padre». Tras 15 años como interiorista, la viguesa se propuso aparcar la que había sido su profesión para dedicarse de lleno al mundo de las vidrieras. Y la jubilación de Antonio hace dos años fue el empujón que necesitaba para tomar las riendas del taller en el que había pasado toda su infancia: «Ya que él se jubilaba, en el 2023 decidí ponerme al frente como autónoma».
Ahora, esta artesana viguesa mantiene vivo un oficio del que quedan muy pocos expertos en toda España. A sus 38 años, Cristina continúa con la estela de su padre en Cosmo, a la vez que apuesta por su propia marca, Anacos de Cores. «No me llegan las horas del día para todo lo que quiero hacer», confiesa entre risas. Desde el taller, sus manos dan vida a obras únicas realizadas artesanalmente de principio a fin: desde dibujar el boceto a cortar cada pequeña pieza. «El primer paso para hacer una vidriera es dibujar el boceto a tamaño real para sacar las plantillas. Después de esto, hay que cortar manualmente cada vidrio y, en el caso de que sea una vidriera decorada, tendríamos que pintar cada pieza con óxidos metálicos. Luego, se funden en el horno haciendo que el óxido penetre en el vidrio y consiguiendo unas pinturas que duran toda la vida», detalla. Pero el proceso no acaba ahí: «Todavía habría que ensamblar cada pieza como si fuera un puzle y soldarlas con plomo. Por último, llevaría un empastado, que es una pasta de aceite de linaza y carbonato cálcico, que se filtra entre los plomos y los vidrios, lo que le aporta rigidez».
Cristina aclara que depende del formato y tamaño, pero revela que hacer una vidriera «puede llevar tranquilamente dos meses». El mimo y cariño que pone en cada una de sus creaciones es lo que las hace tan especiales: «Están hechas con detalle y cuidado y las técnicas no cambiaron nada, porque siguen siendo las de toda la vida, las que se utilizaban en el Medievo cuando se hacían vidrieras».

Romper con lo clásico
Y con lo que también disfruta es dando vida a auténticos tesoros en Anacos de Cores, donde crea obras de pequeño formato utilizando la técnica tiffany, de cinta sobre cobre. «Creé mi propia marca para acercar las vidrieras a la gente más joven, porque desgraciadamente siempre las asociamos a algo de carácter religioso que solo hay en iglesias o edificios antiguos, pero en Europa tienen cabida en ambientes más modernos y minimalistas», cuenta. Y en su taller se hacen realidad desde cactus a mariposas monarcas hechas completamente de vidrio. Pero Cristina es un culo inquieto y ahora se ha lanzado a estudiar orfebrería en la Escuela de Artes y Oficios para seguir innovando con sus «anacos». «Estoy aprendiendo a soldar otros metales y ahora fundo los residuos de vidrio que voy reciclando de las vidrieras grandes para hacer pequeñas joyitas», explica.
Lo de esta artesana no se queda ahí. Su pasión por el oficio la ha llevado a participar en recuperaciones históricas como las de las vidrieras del café Derby de Santiago o las de la catedral de Tui. Precisamente, el día que nos adentramos en su taller, la pillamos in fraganti dando una nueva vida a una vidriera con la imagen de la Virgen del Carmen. Una reliquia que formaba parte de un barco llamado Méndez Núñez y que, tras quedar en mal estado, sus propietarios la pusieron en venta en Wallapop. El destino llevó a un cura pontevedrés a hacer un viaje hasta Burgos para adquirirla y finalmente llegar a las manos reparadoras de Cristina. Ahora, ya en su taller, muy pronto volverá a recuperar el brillo que el paso del tiempo había apagado. Hacer una restauración no es para nada sencillo, pero esta viguesa ya es toda una experta. «Lo más complicado es encontrar el vidrio que se parezca más al que había en una vidriera del siglo XVII o del XIX. Tengo que hacer muchas pruebas hasta llegar al color exacto».
Toda la pasión que tiene hacia la que hoy es su profesión la heredó de su padre. Y él, a pesar de estar ya jubilado, sigue echándole un cable en el taller cuando más lo necesita. «Cuando me ve agobiada siempre me echa una mano y la verdad es que yo se lo agradezco enormemente, porque es tener al maestro aquí conmigo cuando lo necesito. La rapidez que tiene él cortando vidrio, después de 50 años en el oficio, no es la misma que tengo yo», relata. Esta artesana lo tiene claro y quiere seguir con la tradición familiar. «Mi padre está contento de que haya seguido con el relevo del taller y a mí me gustaría continuar con esto, porque en Galicia aún quedan muchas vidrieras por hacer y por restaurar».