Nataxa Ruzafa, experta en relaciones y gestión emocional: «Intentar reeducar a un padre es asumir una responsabilidad brutal»

YES

Nataxa Ruzafa, psicóloga autora de «¿Cuándo seré suficiente?», aborda los patrones familiares que influyen en la autoestima y el malestar relacional.
Nataxa Ruzafa, psicóloga autora de «¿Cuándo seré suficiente?», aborda los patrones familiares que influyen en la autoestima y el malestar relacional.

«Perdonar no es hacer eso que nuestros padres nos pedían de niños», advierte esta psicóloga especializada en autoestima, autoconocimiento y vínculos familiares, que distingue cinco tipos de padres emocionalmente inmaduros

21 abr 2025 . Actualizado a las 20:18 h.

La familia no siempre es un hogar. A veces es un lugar seguro y otras ese ojo de huracanes en el que es difícil estar. Tampoco es apego todo lo que se vende. Hay apegos que brillan no solo por su ausencia, sino porque están dominados por la ansiedad. «A veces es difícil mirar a nuestros referentes: puede asustar reconocer luces en ellos y, sobre todo, sombras. Podemos sentir que al ver estas sombras los estamos traicionando», revela Nataxa Ruzafa, psicóloga experta en el manejo del malestar en las relaciones, la regulación emocional, autoestima y autoconocimiento. ¿Cuándo seré suficiente? es la pregunta que ha convertido en título esta experta en patrones familiares que nos ayuda a hacerle examen a nuestros vínculos más feroces para sentirnos en seguridad.

—Nos invitas a revisar los vínculos con los primeros referentes para entender cómo encaramos nuestras relaciones. ¿Por qué?

—Empecé ejerciendo como psicóloga en un servicio público del Ayuntamiento de Barcelona, un centro que da atención a adolescentes y familias. Siempre he tenido la perspectiva sistémica en la cabeza. Después, dedicándome a la privada, apareció específicamente el malestar con alguna de las figuras de referencia. Y es un tema que siempre me pareció interesante. Es bonito ver la evolución cuando se resitúan ciertas cosas.

—No está bien visto hablar mal de una madre o un padre, por más que hayan sido dañinos. ¿Eso es algo que está cambiando hoy?

—Yo hablo de trauma generacional, intentando poner una visión compasiva sobre nuestros referentes. Si tu padre o tu madre te ha tratado de esa manera, ¿eso de dónde puede venir? No es para buscar culpables, sino para tratar de entender. Hace falta validar la historia de vida de quien ha recibido en la infancia o la adolescencia un trato abusivo.

—Los padres de otras generaciones mostraban madurez en cuestiones vitales, prácticas, de ganarse la vida o jerarquizar las prioridades. Pero hay una generación, o más de una, en que no se tocan temas sensibles ni lo emocional. ¿Qué refleja esta actitud?

—La inmadurez emocional lo que refleja es que venimos de generaciones en las que no ha habido espacio para la parte emocional. Y a ciertas edades puede haber rigidez a abrirse de repente, pero es un impacto. A esos padres emocionalmente inmaduros probablemente no se les ha acompañado para poder expresar y revelar su parte emocional, pero esto en lo que se traduce después es en que tampoco saben acompañar a nuestros hijos e hijas, y eso repercute en que a la larga ellos manifiesten carencias, tengan creencias limitantes o poco justas de las cosas, que puedan sentir que son insuficientes. Cuando una cosa es inmadura siempre puede madurar.

—A veces sin querer acabamos haciendo lo mismo que hemos sufrido. O convertimos carencias en excesos. Igual si a ti te reñían por llorar, acabas siendo tan condescendiente con tu hijo que lo conviertes en una persona que llora por cualquier cosa. ¿Las heridas que tuvimos pueden hacernos como madres demasiado compasivas?

—En consulta me lo encuentro, sí, porque tengo la suerte de poder acompañar a madres y padres y aparece mucho eso de: «Cuando mi hijo llora no sé qué hacer». Ahí nos tenemos que centrar en qué te pasa a ti cuando estás triste, porque cómo afrontas tú esa tristeza nos va a dar pistas de cómo la estás acompañando o no en tus hijos. Cuando llegamos a una edad tomamos conciencia, nos damos cuenta de que hay muchas más cosas de las que creemos en las que nos vemos reflejados en nuestros referentes. De la misma manera que cuando de pequeños aprendemos a hablar lo hacemos desde la mitación, desde un ir repitiendo como loritos las palabras que vamos escuchando, con la parte emocional sucede algo similar, pero no somos tan conscientes. Yo también aprendo a responder y regularme emocionalmente como he visto que lo hacen en mi casa las primeras figuras de apego, que son los padres, o las personas que me han criado. Son estas las personas que te enseñan lo que debes hacer con eso que estás sintiendo.

«Mal de muchos no es consuelo de tontos, ayuda a enfocar el problema de otra manera...»

—¿Cómo se atienden las necesidades emocionales?, ¿qué es lo primero?

—Los excesos o carencias que mostramos acaban reflejando que hemos anulado nuestras propias necesidades emocionales. Si cuando lloraba de pequeña me decían: «No llores más, eres una llorona», es probable que eso me haya llevado a no tener una buena relación con lo que siento, a sentir que siento demasiado, que soy una exagerada. Hay que ver el impacto que ha tenido en nosotros el «eres una llorona» para poderlo resituar. Trabajamos mucho con las creencias injustas con uno mismo, con saber poner límites, con comunicar el malestar que sentimos. Para eso lo primero es dejar de dudar si lo que siento está mal, y validarlo.

—¿Lo que siento no está mal?

—Lo que sientes está bien y te indica lo que necesitas. Otra cosa es cómo actuar y regular eso que sientes.

—En el sentirse insuficiente pesan la mirada y el juicio de los demás, que nos acepten, que nos quieran. ¿Hasta qué punto debes considerar lo que los demás piensan de ti, hasta qué punto es esa opinión sentencia o verdad?

—Cuando hay alguien que es muy crítico, cómo llego yo a saber si soy suficiente para él... Esta pregunta es brutal, una cuestión compleja. No creo que sea sano abordar esa seguridad en una pensando que el contexto no importa o nos tiene que ser impenetrable como un chubasquero. Parte de sentirme segura y suficiente va a depender de que el contexto me ayude. Una amiga puede pensar de ti que eres alguien inseguro, pero si no lo sientes así es importante que valides tu percepción. ¿Qué es la seguridad para esa persona y qué es la seguridad para ti? Igual para esa persona, la seguridad es que no cambies de opinión, pero igual para nosotras cambiar de opinión no implica que seas insegura, sino que tienes capacidad para replantearte las cosas y reflexionar.

«Hay personas que son muy demandantes, personas para las que nunca nada parece suficiente. Da igual lo que hagas. Aquí hay que poner el foco en nuestras necesidades»

—¿Qué pasa con esas personas que, lo busquen o no, te hacen sentir siempre insuficiente o juzgada?

—Creo que hay personas que son muy demandantes, personas para las que nunca nada parece suficiente. Da igual lo que hagas. Aquí hay que poner el foco en nuestras necesidades. Si me baso en atender la demanda de esa otra persona, me pierdo de mí. Y respecto a lo otro, esa gente que en vez de darte una mirada compasiva te da una mirada de juicio, es normal que esa mirada te genere incomodidad o inseguridad. Ahí hay una jerarquía que se marca. ¿Qué puede haber en la otra persona que hace que me esté juzgando? Quizá no solo te juzga a ti, sino que es su manera de relacionarse, juzgando a todo el mundo. Mal de muchos no es consuelo de tontos, ayuda a enfocar el problema de otra manera.

—Existen varios tipos de padres emocionalmente inmaduros, adviertes.

—Sí, cinco tipos. Me basé en la clasificación de la psicóloga Lindsay C. Gibson en Hijos adultos de padres emocionalmente inmaduros, y añadí un tipo más. No son solo padres, yo hablo de referentes: referentes pasivos, inestables, distantes, controladores y sobreprotectores.

—¿Qué tipo es más habitual hoy?

—Están todos muy presentes. A nivel de género, hay diferencias. Pasivos masculinos hay muchos, esa figura paterna ausente por cómo se ha entendido la paternidad. Controladoras y exigentes hay muchas madres. La parte sobreprotectora yo diría que está muy marcada en los referentes femeninos.

—¿Cómo nos protegemos de una madre que nos daña?

—Empezando a ver quién es mi madre y no tanto la persona que yo querría que mi madre fuera. A lo mejor espero que mi madre me diga cosas positivas, que no sea tanto de mirar el punto negro en el lienzo en blanco, pero quizá no pase nunca. Debo empezar a construir una imagen real de quién es mi madre y reajustar mis expectativas. No podemos pensar tampoco que los demás adivinan lo que queremos. Hay que atreverse a decir las cosas, aprender a comunicar qué necesito.

«Reeducar a un padre sería asumir una responsabilidad brutal. Una persona aprende si quiere aprender, no porque otra quiera que aprenda»

—¿Se puede reeducar a un padre?

—Reeducar a un padre sería asumir una responsabilidad brutal. Una persona aprende si quiere aprender, no porque otra quiera que aprenda. No me gustaría romantizar esto y decir que todo se puede conseguir con voluntad. A veces el camino, si no conseguimos mejorar el vínculo, es poner distancia con ese vínculo, y es muy doloroso.

—A veces lo menos doloroso es perdonar. ¿No perdonar nos pesa más?

—Hay gente que no pone nada fácil el perdón. No nos forcemos a perdonar si no lo sentimos. Perdonar de verdad no es como solían enseñar los padres cuando discutías con tus primos: «Venga, pediros perdón». No se debe forzar, y menos justo en ese momento en que estás enfadada. Para poder perdonar quizá debes dar antes espacio al rencor. Si no valido ese rencor, me fuerzo a sentir algo que no siento. A lo mejor necesitas primero procesar dolor, rabia, la tristeza de una pérdida. La rabia está muy mal regulada: o la anulamos o la desatamos. Hay que aprender a gestionarla bien. Es sano experimentar rabia. La rabia viene a decirte que algo de fuera te está hiriendo, hay que aprender a ponerle freno a eso que nos hiere.

—¿«Contener» no es «reprimir»?

—Es diferente, sí. Si estoy tan enfadada que voy a decirte o a hacer cosas, me contengo, cojo esta emoción y me voy a otra parte y me desahogo. Me regulo como pueda aparte: chillo, llamo a una persona que esté fuera del conflicto o escribo en un papel lo que siento. Después es cuando vuelvo, al día siguiente, cuando siento que estoy preparada y puedo hablar de qué es lo que ha sucedido. Hacer que no ha pasado nada es lo peor.

—Dicen que una madre no es una amiga. ¿Es anormal aspirar a tener una relación amistosa con un hijo cuando ya es adolescente?

—Venimos de una infancia en la que somos dependientes, pero cuando empezamos a ser personas adultas lo sano, para mí, a nivel emocional es que esa relación madre-hija deje de ser tan jerárquica para ser más horizontal. Intentar relacionarnos de adulta de adulta.