Ruth se reconstruyó tras una relación tóxica: «Un día dejé mi casa y me fui con una maleta, mi hijo y el corazón roto»

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Ruth se fue de su casa a base de coraje. Se mudó a otra ciudad con el niño del que intentaron convencerla que abortase y montó su propio negocio mientras lo criaba. «Me reconstruí mejor y más fuerte», dice
13 abr 2025 . Actualizado a las 12:38 h.Ruth Santana se reconstruyó desde el dolor más profundo y la autoestima más baja tras una relación tóxica que tan solo su hijo le dio fuerzas para romper. Se armó de valor y de una maleta para abandonar Madrid, donde vivía, y mudarse a Sevilla en busca de un futuro que tendría que forjar con sus propias manos. Sus padres también residían en Madrid, «pero necesitaba poner tierra de por medio para dejar atrás la relación con el padre de mi hijo», relata Ruth, que es de madre coruñesa y tiene familia en la ciudad gallega, pero indica que necesita un clima menos lluvioso para vivir.
Su embarazo llegó por sorpresa, y cuenta que en un principio el hombre que era entonces su pareja recibió la noticia con alegría. «Cuando lo supo estaba muy contento, pero fue a hablar con su padre, que es quien maneja el dinero y decide todo, y le dijo que cómo íbamos a tener un hijo, que era una locura... Yo tenía 36 años cuando me quedé embarazada y tenía trabajo, así que locura ninguna». Cuando su ex volvió de esa conversación, dice que lo hizo totalmente cambiado. «Me dijo: “Es que tengo que hablar contigo, esto no puede ser, no lo podemos tener”. Yo no entendía nada».
Después, la dejó sin contemplaciones. «Dijo que su padre le había dicho que si yo quería tener al niño, que lo tuviera, pero que él no tenía por qué cargar con el mochuelo, porque era yo la que decidía tenerlo». Ruth se fue embarazada y destrozada a casa de sus padres —vivía en una casa en la sierra y ellos en el centro de Madrid— . «En esos meses, él me llamaba solamente para convencerme de que abortara. Habló con toda mi familia, incluso con mi padre y con mi hermano, para que me convencieran. Pero mi familia no quería eso, al contrario. Y conforme iban pasando las semanas y se iba acercando el final del plazo para poder abortar voluntariamente, empezó a llamarme como un psicótico para lo mismo».
Ruth nunca dudó de su maternidad ni pensó en interrumpir el embarazo, pero tenía mucha dependencia emocional de él. «Por eso, cuando acabó el plazo para poder abortar voluntariamente, llegó el día de los enamorados y me envió un ramo de flores gigante, me dijo que se había arrepentido y que me quería mucho... y volví con él. Le justifiqué pensando que le había quedado grande la situación y que le había costado aceptarla. Siempre me arrepentiré de eso».
UN AUTÉNTICO «INFIERNO»
El niño nació y se desató lo que Ruth define como «el infierno». Asegura que el padre siguió haciendo su vida de soltero y responsabilizándola a ella de la crianza, bajo el mismo pretexto de que para eso había decidido tenerlo. «Se iba un viernes y volvía el domingo, y mientras, me quedaba yo sola con el bebé en la sierra. En invierno, que la nieve llegaba a cubrir las ruedas del coche, me quedaba aislada sin poder ni hacer la compra. Y menos mal que le daba el pecho al niño, porque si no...».
Llegó el momento en que Ruth tuvo que reincorporarse a su trabajo, en una cadena de peluquerías, tras la baja maternal. Al menos tuvo la suerte de tener una jefa que conocía la situación y que incluso le dejaba llevar al niño cuando no tenía otra opción. «Reduje la jornada para poder cuidar de él, pero había dos tardes que tenía que ir y que se quedaba en casa con su padre y el abuelo paterno, y empecé a ver cosas que no me gustaban». Pero hubo un día que supuso el detonante por el que Ruth decidió romper con todo. «Llevaban al niño en el coche en el colo, sin atar en su silla de retención infantil. Les dije: “¿Qué pasa, que como no lo habéis conseguido matar dentro, lo queréis matar fuera?”. Me dijeron que estaba loca, que era una histérica... Pero tomé la decisión de irme con él. Dejé mi casa con una maleta, con mi hijo y con el corazón roto y me fui a Sevilla, donde había vivido con 20 años y ya conocía la ciudad».
Su jefa, a la que define como una mujer «extraordinaria» y con la que todavía sigue en contacto, le arregló los papeles para que pudiera cobrar el paro. Ya en Sevilla, Ruth aprovechaba cada paseo con el bebé en el carrito para pegar carteles que hacía con sus propias manos ofreciendo sus servicios como peluquera. Era consciente de que ni el salario ni las condiciones como peluquera por cuenta ajena eran compatibles con la conciliación que ella necesitaba, estando sola con su hijo para todo. Poco a poco, empezaron a llamarla clientas para que fuera a peinarlas a sus casas. «Yo me presentaba con el maxi-cosi en las casas, porque pensaba: “Si ya estoy aquí no me van a echar”, y la verdad es que tuve suerte porque además el niño se portaba superbién», recuerda.
Con ayuda económica de su familia, montó una pequeña peluquería en un pueblo de Sevilla —que llamó Positive, muy en línea con ella (@positive_estilistas en Instagram)— adonde se llevaba el bebé a diario para cuidarlo entre secados y tintes. Fue devolviendo el dinero y pudo cerrar esa peluquería para abrir otra en una zona mejor, «porque el ambiente de la primera era malo y cuando el niño empezó a andar, vi que tenía que irme de allí. Había gente que fumaba porros, y un día con 4 años mi hijo entró preguntándome: “Mamá, ¿qué significa cabronazo?”». Ruth buscó otro local en una zona mejor pero cercana a la del primero, para no perder la clientela que había conseguido. Ya lleva siete años en él.
Sobra decir que la unión entre madre e hijo es inquebrantable. «Somos como muy amigos y tenemos mucha complicidad, pero con nuestros límites. Él va a cumplir 12 años y cuenta conmigo para todo, sabe muy bien que lo quiero mucho y que soy su punto de apoyo. También que necesito trabajar, así que me ayuda en todo lo que puede. Y es supercariñoso, está todo el día encima de mí dándome besos, diciéndome: “Mamá, es que eres tan guapa, tan trabajadora”. Y me cuenta todas sus cositas. No sé lo que cambiará con la adolescencia, pero de momento nuestra relación es muy buena. También intento que sea independiente, pero le ayudo si en algún momento me lo pide y sé hacerlo».
SOLA PARA TODO
Se emociona cuando lo recuerda tan pequeño, todavía en pañales y con chupete, entrando en su primera peluquería. Ruth es su madre, su abuela y su amiga. Lo es todo. Es lo que tiene criarlo en solitario y lejos de la familia, pero no se arrepiente. «Estoy muy contenta de cómo lo he hecho todo para llegar a reconstruirme así, por mí misma. Al principio, una no se da cuenta de la manipulación, pero cuando empiezas a verlo y a despertar, tienes una autoestima ya muy dañada. Entonces, a mí lo que me ha hecho esto es enfrentarme a una vida sola y darme cuenta de que realmente una persona no te quiere solo porque te lo diga, sino que son muchas más cosas. He vuelto a construirme mejor y más fuerte».
Tanto es así que hoy esta mujer y madre coraje tiene una nueva relación sentimental «sana y constructiva», apunta, en la que por el momento cada uno vive en su casa, pero están felices. «Está basada en la comunicación, en la confianza, en hablarlo todo, sin ningún tipo de manipulación. Pero claro, pero encontrar eso yo ahora sé que si no te trabajas a ti misma y no te das el valor que realmente tienes, no vas a atraer a una persona así. Vas a atraer a otras personas como la que tenía antes a mi lado», concluye Ruth, un auténtico ejemplo y una superviviente que hoy luce su mejor sonrisa con el niño por el que ha luchado con uñas y dientes desde antes de nacer.