Javier Sierra, escritor: «Miguel Ángel dejó un mensaje oculto en la Capilla Sixtina»

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JAVIER OCAÑA

De misterios y de maestros va esta entrevista. De los misterios que hay ocultos en las grandes obras de arte y de la capacidad del maestro del misterio para descubrírnoslos: «Cuando era joven me asaltó un señor en el Museo del Prado y me dio una clase magistral de cómo debía leer el arte»

15 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Javier Sierra es conocido como el maestro del misterio, pero también podríamos denominarlo el maestro del misterio del arte, porque es capaz de ver lo que hay detrás de una pintura del Bosco, Velázquez o Botticelli. Y como entre maestros anda el juego, nos presenta su última novela, El plan maestro, y nos desvela los mensajes ocultos que hay en las obras de los grandes maestros. ¿Seremos nosotros sus discípulos? Descúbrelo por ti mismo en esta clase magistral y dime si no estarías horas leyendo todo lo que dice.

—Llevas ya varias novelas escribiendo sobre arte, ¿de dónde viene esa pasión?

—El origen está en un tropiezo que tuve en el Museo del Prado siendo muy joven, cuando era un estudiante de primero de Periodismo en Madrid, delante de una obra de Rafael. Me asaltó un señor mayor y me dio una clase magistral de cómo debía leer el arte. Ese encuentro fue real, y fue la inspiración para El maestro del Prado en su momento, pero sobre todo, me acercó a una forma interpretativa de los símbolos del arte, que me llevó a escribir sobre esa cuestión. Es como la trastienda de mi literatura.

—¿Y nunca has vuelto a saber nada más de este señor?

—No, y precisamente yo creo que fue esa nostalgia de querer encontrármelo y que me siguiera explicando cosas, lo que me llevó a convertirlo en personaje literario.

—¿Es el arte el auténtico lenguaje universal?

—Lo es. Es lo que nos hace humanos. El arte aparece aproximadamente hace unos 70.000 años, según las últimas dataciones en cuevas del norte de la península ibérica, del sur de Francia y simultáneamente en Indonesia, en Sulawesi. Es lo que hace que nos agrupemos para contar historias. Junto a la pintura, surge también la música. En esas cuevas prehistóricas donde se ha encontrado el arte parietal más antiguo, se han encontrado también los instrumentos musicales más antiguos. Y todo eso nos diferencia del resto de inteligencias que habitan el planeta. Somos los únicos capaces de sintetizar pensamientos abstractos en ideas simbólicas. Eso es el arte, eso es la escritura, eso es la música y eso nos diferencia del resto de inteligencias.

—¿Pretendes que el lector vea las obras con otros ojos?

—Lo que estoy entregando con El plan maestro es un cambio de óptica. La trama tiene que ver con cómo interpretamos el arte. En el siglo XXI, lo vemos desde la óptica de la estética, de la belleza y de la armonía. A veces, le damos ciertos matices históricos, pero en origen, el arte es algo muy distinto. Era una manera de marcar dónde confluían el más allá y el más acá. Su visión de la pared no era la de un lienzo muerto sobre el que expresarse. En realidad, veían una membrana que separaba el más allá del más acá. Y hay artistas como el Bosco o Botticelli, o incluso más recientes como Frida Kahlo, que bebieron también de ese espíritu y lo aplicaron a sus obras. Es decir, esa idea del arte como puerta entre mundos es algo que ha llegado hasta nuestros días, desde la prehistoria.

—Incluso dices que en la Capilla Sixtina, en «La creación de Adán», hay un misterio oculto...

—Sí, eso tiene que ver con algo que en la novela llamo la segunda mirada. En 1975 un neurocirujano norteamericano visitó la Capilla Sixtina con su familia y se quedó un buen rato hipnotizado con un detalle de La creación de Adán, donde Dios está alargando su dedo hasta tocar el de Adán. Se quedó perplejo porque se fijó que el manto de Dios tiene exactamente el contorno de un corte transversal del cerebro humano. Es como si Miguel Ángel hubiera visto un cerebro humano y hubiera querido burlarse del papa Julio II, diciéndole que su Dios, en realidad, está en la cabeza de los hombres y no fuera.

—Entonces es un crítica a la Iglesia...

—Exacto. Y le hubiera costado su propia cabeza, imagínate. Pero lo hizo en forma simbólica, utilizando las formas geométricas para transmitir un mensaje oculto.

—Siguiendo esa teoría, «La fragua de Vulcano», puede ser «Encuentros en la tercera fase»...

—Claro, es que lo son. Piensa que la mayoría del gran arte es el resultado de intentar hacer visible lo invisible. Y casi todos los personajes son ángeles, divinidades, figuras sobrenaturales, que no podemos ver con nuestros ojos, pero que los artistas le dan una forma para hacérnoslas cercanas. El arte era un suerte de magia para materializar lo que es inmaterial.

—En la catedral de Salamanca apareció tallado un astronauta...

—Sí, porque ha sufrido muchas restauraciones y en el siglo XX un escultor hizo una recreación de una gárgola y en vez de poner un monstruo medieval colocó un astronauta. No hay misterio ahí. Pero sí en otras representaciones. Por ejemplo, en un cuadro del año 1600 en un pueblecito que se llama Montalcino, muy cerquita de Siena, en Italia, se ve una imagen de Dios padre y Dios hijo sujetando una especie de bola metálica que podría ser la Tierra, pero de la que salen dos antenas enroscadas y lo hacen parecer un Sputnik. Es una cosa curiosísima, que no sabemos a qué obedece, pero es indudable que el cuadro es de 1600.

JAVIER OCAÑA

—¿Hay misterio en la Sábana Santa?

—Para mí, la Sábana Santa es la primera fotografía de la historia. Si fuera lo que nos dicen los creyentes, el lienzo mortuorio que envolvió el cuerpo de Cristo en el momento del embalsamamiento y de la resurrección, al extenderlo, al ponerlo recto, esa imagen de Jesús estaría deformada. Es como cuando te limpias la cara después de maquillarla. Lo que queda en la toalla es tu cara, pero deformada. Sin embargo, está perfectamente proporcionada. Esa imagen se hizo por proyección, con la tela en tensión. Y si se hizo en el siglo XIII, como dice el carbono 14, quiere decir que alguien en ese siglo fabricó una foto, que no volvió a hacerse nunca más y no sabemos por qué. Pero el rudimento de la fotografía sería la Sábana Santa. Y para mí hay un misterio en ella, pero no es el que creemos.

—Entonces, ¿alguien imitó a Jesucristo?

—Claro, construyeron una reliquia en el siglo XIII utilizando una técnica avanzadísima para chamuscar una imagen en superficie sobre una tela en tensión. Es un objeto que está pensado para colgar en un balcón porque es muy largo. Y es un artificio, no es una reliquia mortuoria, lamentablemente. Pero esconde un misterio y es quién inventó la fotografía en el siglo XIII y por qué no se volvió a utilizar. Ahí hay una historia fascinante.

—¿No se sabe cómo se hizo?

—No, no. Probablemente usando la cámara oscura, que era algo que usaban los pintores en el Medievo. Era una habitación cerrada a la que le practicaban un agujerito en una pared. Por ese agujero entraba la luz y se proyectaba en la pared del fondo la imagen que había en el exterior. Lo que hacían era calcar luego la imagen. Pero lo que no existía era una emulsión para fijar la imagen sobre un soporte. Eso llegaría en el siglo XIX. Pero alguien pudo haberlo inventado en el siglo XIII, ¿por qué no? No sería tan difícil. Había mucha alquimia en aquella época y se hacían muchos experimentos.

—¿Quién es el artista más importante de todos los tiempos?

—Es muy difícil, pero para mí el más completo, el más fascinante y el más consciente de su poder fue Leonardo da Vinci. No quería ser pintor solamente. Él era inventor, cocinero, contador de chistes... era muchas cosas.

—¿Y el más enigmático?

—Hay muchos, pero quizás el más opaco fuera Jerónimo Bosco, del que no sabemos prácticamente nada, ni siquiera de su biografía.

—Antes hablabas del más allá, ¿has tenido alguna experiencia relacionada con ello?

—No, pero en el libro cuento una anécdota infantil, que es un recuerdo que tengo con mis amigos de aquella época. Todos recordamos haber visto una especie de criatura extraña sobre una montaña una tarde. Y lo he rescatado para reflexionar sobre qué recordamos y cómo nuestros recuerdos nos pueden alterar, edulcorar o modificar de manera radical. No sé lo que vimos, pero a mí me ha servido de inspiración.

—¿Cómo se digiere ser uno de los autores más vendidos de Estados Unidos?

—Yo creo que tiene que ver con la universalidad de las historias. Mis novelas tratan de responder a preguntas que valen igual en Galicia que en el último pueblo de Wyoming. Y que es quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Eso es universal. Y si esas preguntas las adornas con ropajes de distintas culturas, creo que son digeribles para cualquiera.

—¿De dónde sacas el tiempo para escribir tantas novelas y colaborar en distintos programas?

—Quitándoselo a cosas que son más cotidianas para otras personas. Es decir, yo no voy a conciertos ni al fútbol. Dedico casi todo mi tiempo a leer, a viajar y a escribir. Por eso, no me preguntes nada de deportes ni sobre Shakira, porque no sé nada. Pero sí puedo decirte que no hay ciudad en el mundo que visite, en la que no acabe en su museo principal. Yo no visito ciudades, visito museos.