Lucía Sesma, lingüista de Pasapalabra: «El Rosco es una prueba dificilísima, yo no sería capaz de completarlo»

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Laura Cantero

La filóloga que cada tarde engrasa la gran rueda del programa recoge en su primer libro «La caja de palabras» una retahíla de anécdotas históricas en las que el lenguaje es el protagonista

15 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Sabía que hubo un tiempo en el que el 12 de octubre no se celebraba el Día de la Hispanidad, sino la Fiesta de la Lengua? ¿O que la caída del muro de Berlín dependió de solo dos palabras? ¿Se había planteado alguna vez que Lola Flores, al pronunciar el ya mítico «si me queréis, irse», cambió la forma en la que usamos el imperativo? Usted y yo igual no, pero Lucía Sesma (Segovia, 1980) conoce estas y otras muchas más peculiaridades históricas del lenguaje y ahora nos las regala en su primer libro, La caja de palabras. La castellana lleva años dedicándose a la divulgación, aunque tenga que compaginarlo con su trabajo diario: ser cada tarde la brújula lingüística del programa Pasapalabra.

—¿Tienes alguna historia favorita de entre todas las que recoges en el libro?

—Mi favorita es la del oráculo de Delfos, porque yo seguía viviendo con el mito y, al investigarlo un poco más, fui descubriendo que en realidad no era tanto un oráculo como un centro de información y de poder…, al final era la consultoría de la antigüedad. Ahora pagamos para que nos den informes de márketing y posicionamiento y antes iban a Delfos para conseguir información. Me gustó mucho desmontar ese mito.

—Hay un momento en el que dices: «No hay palabra que no deje huella…».

—Es verdad que hay algunas palabras que curan, que nos abrazan simplemente con nombrarlas y otras que nos quiebran. Por ejemplo, tengo un amigo que fue al médico porque tenía un dedo amoratado, y al doctor se le dio por sugerirle que podría ser un cáncer. Afortunadamente, no era esta enfermedad, pero fíjate el poder que tienen ciertas palabras, sobre todo las negativas, que solo con nombrarlas te arrastran a todo un pensamiento. Incluso se te pone el cuerpo diferente…

—También hablas de ese efecto negativo que pueden tener las palabras a través del caso Rubiales y en el libro analizas su discurso de perdón.

—Con este ejemplo de Rubiales quería demostrar cómo tú puedes decir que estás haciendo una cosa (como en este caso, que él dijo que pedía perdón), pero en realidad estás haciendo todo lo contrario. Intenté diseccionar como una lingüista forense por qué sí o por qué no había pedido disculpas. Y finalmente, pues no, creo que no lo hizo.

—En este caso él fue un poco descuidado con las palabras… ¿Crees que, en nuestro día a día, deberíamos ser más precisos con el lenguaje?

—Pues tengo ciertas dudas. Creo que utilizamos el lenguaje como podemos, como nos permiten las circunstancias. Yo siempre estoy preguntándome si hablamos bien, si hablamos mal… Pero a mí me preocupa más que hablemos de forma adecuada al contexto. En el lenguaje no existe ni el bien ni el mal, ni siquiera lo normal. Existe lo adecuado a cada momento.

—Entonces, ¿no crees que cada vez hablamos peor?

—Pues a lo mejor sí. A lo mejor las tecnologías sí que están cambiando la forma de comunicarnos en nuestro día a día, pero lo importante sería, para mí, discernir entre unas comunicaciones informales, coloquiales, por WhatsApp, y otras en el ámbito público, desde la política, los medios de comunicación, el Congreso, la OTAN... Ahí creo que sí que hay que tener más cuidado y dar a conocer que tenemos una riqueza inmensa en este bien común tan preciado que es el lenguaje.

—¿Cuándo te enamoraste tú de la lengua y decidiste que el de las letras iba a ser tu camino?

—Siempre he encontrado en los libros una emoción especial que no me da ninguna otra cosa. Pero sí que hay un hito que fue clave para mí y es que en 5.º de EGB mi profesora Marisi nos hizo escribir un cuento cada semana. Esa fue la chispa que desató mi amor por escribir y esa pasión por la lengua.

—Y al final acabaste estudiando Filología y trabajando en «Pasapalabra». ¿Cómo saltaste de las letras al plató?

—Pues antes ya había trabajado como editora, como correctora, haciendo algunos pinitos en la traducción… En un momento hice un máster y el director nos envió la oferta de trabajo del programa. Yo mandé mi currículo, hice una entrevista y allí mismo me dijeron: «El puesto es tuyo». Pero yo en el momento les dije: «Pues me vais a disculpar, pero me lo tengo que pensar». Vaya, un poco chula [ríe]. Pero es que justo estaba decidiendo si me iba de España o no, porque mi pareja de aquel momento estaba en el extranjero. En el camino de la entrevista al metro decidí que no, que iba a rechazar la oferta de Pasapalabra y que me iba a ir a vivir a Dubái. Eso fue en el 2007 y, años después, en el 2011, la compañera que sí había aceptado el trabajo cuando yo dije que no se fue, así que el director me llamó otra vez. Eso fue un jueves y el lunes empecé a trabajar.

—¿Y qué papel juega una lingüista en el programa?

—Pues hay un equipo de guion con un coordinador, Borja Pérez, que diseña todas las pruebas. Ellos realizan todo el contenido: desde la silla azul, las diferentes pruebas y el Rosco. Yo lo que hago es leerlo todo y corregir las pocas cosas que tengo que corregir. Y luego también tengo otro papel durante la grabación, en el directo. Ahí estoy atenta a que en pantalla, en los grafismos, salga todo bien. La verdad es que suele estar impecable, pero aun así todos somos humanos e igual que en las editoriales hay un corrector, aquí también. Todos los ojos son bienvenidos.

—Y luego llega la prueba estrella, el Rosco con sus 25 palabras.

—En el Rosco suele pasar que hay varias respuestas posibles para una misma letra. Pero a veces sucede que los concursantes contestan algo que no estaba previsto, algo diferente. En ese momento el director, la subdirectora, el coordinador de guion y yo lo hablamos y debatimos si esa respuesta alternativa es correcta o no. Yo doy mis argumentos lingüísticos y ellos, como llevan tanto tiempo en el programa, tienen también muchos conocimientos. Entre los cuatro intentamos dar con la mejor respuesta y, si hay dudas, siempre vamos a favor del concursante.

—Pero son decisiones que tenéis que tomar muy rápido, ¿no?

—Sí, porque ten en cuenta que, aunque es falso directo, queremos que sea lo más natural posible. Claro, hay que cortar porque hay que tomar la decisión, pero sigue siendo un programa y los concursantes siguen estando ahí en tensión. Además, ten en cuenta que no podemos falsear la dinámica del concurso y los segundos que ellos van consiguiendo en el resto de pruebas son los que tienen para pensar las respuestas del Rosco. Si parásemos mucho rato por la respuesta de un concursante, el otro estaría pensando las suyas, con lo cual le daríamos más ventaja. Así que sí, es un poco contrarreloj, efectivamente.

—¿Y pasa mucho esto de que te pongan entre la espada y la pared?

—Bueno, siempre hay algunos momentos. También esa es la magia, que te sorprendan los concursantes con algo que no te esperabas, alguna palabra que efectivamente sí es acorde con lo que hemos preguntado, pero nosotros no la habíamos pensado. En eso consiste la emoción, que siempre hay alguien que despunta.

—¿Recuerdas a alguien que te haya sorprendido especialmente?

—Pues tuvimos a Rafa Castaño, que fue uno de los últimos botes y fue increíble porque resolvió las 25 palabras del Rosco en un turno. Eso sí que pasó a la historia. Era un duelo muy ajustado con Orestes y ya llevaban varios días donde se veía que había mucha tensión. El día que llegó el bote de Rafa, al contestarlas seguidas, fue impresionante.

—¿Tú has probado alguna vez a resolver el Rosco? ¿Crees que lo acertarías?

—No, no lo he hecho nunca, pero creo que acertaría pocas. Desde luego no lo completaría entero. Es una prueba dificilísima, hay un nivel altísimo y los concursantes se preparan mucho. Yo tendría que estudiar más.