Fernando Miralles, campeón nacional de oratoria: «A veces hace falta un traductor para entender a Yolanda Díaz; y para mí, Ayuso no destaca»
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Es un maestro de la palabra y nunca se corta al emplearla. En «Persuasión y poder», desnuda los discursos de diez líderes mundiales: «La gente a la que le sorprendió la victoria de Trump es porque se estaba autoengañando»
25 nov 2024 . Actualizado a las 16:10 h.Es campeón nacional de oratoria, ha publicado dos libros e imparte cursos, talleres y formaciones para aprender a hablar en público —y que quieran escucharte—. A través de una mirada técnica —«y apolítica», puntualiza—, Fernando Miralles desgaja en su libro el poder comunicativo de grandes referentes mundiales, pero durante el transcurso de esta entrevista accede a hacer lo propio con nuestros políticos. Y no salen muy bien parados: «Tú escuchas a Sánchez y es muy aburrido, y Feijoo no vale nada a nivel comunicativo».
—La actualidad te da la razón. Acaba de ganar Trump, uno de los líderes en los que te detienes en tu libro. No te sorprendió la victoria, ¿no?
—No, yo creo que a la gente a la que le ha sorprendido es porque se pone una venda en los ojos. Pero es normal cuando se tiene una ideología muy sesgada. De hecho, yo en el libro analizo a Obama y también a líderes de todas las ideologías, por lo que no quiero que mi análisis se interprete como una cuestión ideológica. Simplemente, a nivel de comunicación, además de la desastrosa gestión de Biden y, por supuesto, de la pobre experiencia de Kamala Harris, había muchos indicios de que Trump ganaría, y quien decía lo contrario era porque se estaba autoengañando.
—Lo defines como el rey de la automopromoción, del eslogan y de la bronca controlada.
—Exactamente. Además, Trump hizo una cosa que le dio muchos puntos, que fue aparecer en el pódcast de Joe Rogan. Hizo muchas apariciones en pódcast, donde le permiten hablar sin filtro marcado ni corte alguno. Y eso le ha permitido que todos los que le odian le odien más, pero también que todos los que lo aman lo amen más. Tiene esa habilidad para la autopromoción. Si te fijas, en todas las entrevistas que hace y en sus mítines no explica nunca algo en equipo, ni dice que se soluciona por una serie de sistemas o instituciones, como suele hacer el perfil más de izquierdas. Él dice: «Yo fui allí, estaba en la reunión con Kim y le dije...».
—¿Simplificar el mensaje es la clave del éxito?
—Sí, porque es capaz, con un storytelling y una forma de contar historias muy cercana, como la que usarías con un amigo, de explicar elementos complejos. Y además juega con el misticismo del poder, porque tienes enfrente de esa conversación a Kim Jong-un. Y te lo explica con esa voz: «Le dije: “Oye, Kim, hagamos esto». Aterriza un mensaje simple, como si lo estuvieras contando en un bar, y eso cala y hace que la persona que lo está escuchando diga: «Es muy bueno, porque lo ha hecho él. Y encima lo entiendo». No te habla como, por ejemplo, le pasa a Yolanda Díaz, que a veces necesitamos un traductor, porque habla de una forma muy pomposa, muy técnica.
—Y siempre con una sonrisa y un tono de voz característicamente dulce. ¿Resulta desconcertante cuando habla en contextos poco propicios para sonreír, como estas semanas con el caso Errejón? ¿Debería cambiar el registro?
—Acabas de dar en una parte importantísima de por qué creo que tenemos los peores políticos de la historia. Yo soy de Valencia, y la catástrofe que ha habido ahí, tanto del Gobierno del Partido Popular como del PSOE, ha sido deleznable. No es una cuestión ideológica, soy bastante apolítico. Pero cuando te paras a analizar la comunicación no verbal hay un elemento fundamental, que es la congruencia. Si tú estás triste, tu cara tiene que aparentar tristeza. Por ejemplo, la ministra de Defensa salió con una sonrisa diciendo barbaridades poco adecuadas a la situación. Y si Yolanda Díaz aparece en un contexto de malas noticias con una sonrisa, y mantiene el mismo registro, es preocupante. Porque entiendes que quien te está hablando no está conectando realmente con la realidad.
—¿Con qué político te quedas del panorama nacional a nivel de oratoria?
—No elegiría a ninguno en activo, pero siempre he destacado a dos que son muy buenos. Para mí, indiscutiblemente, en los últimos años de la política, el mejor, el más equilibrado, el más irónico, pero a la vez el más elegante y humano, era Espinosa de los Monteros, que ya no está en política, y lo hacía de gloria. Me recuerda mucho a la época de la política antigua, un Alfonso Guerra, un Felipe González, yendo atrás incluso un Adolfo Suárez, donde los políticos todavía tenían un poquito más de carrera. Y el segundo que me gustaba mucho en la época del 2015, en ese escenario polarizado, que lo hizo muy bien con el movimiento 15-M, fue Pablo Iglesias. Fíjate que son antagónicos. Y el que me fascina hoy, que se estudiará dentro de muchos años, cuando ya pase su era, sobre todo a nivel estratégico, es Pedro Sánchez.
—¿Lo consideras un buen orador?
—No es bueno a nivel de oratoria. Tú escuchas a Sánchez y es muy aburrido. Ni hablemos de Feijoo, que lo siento porque sé que es gallego, pero no vale nada a nivel comunicativo. Sánchez triunfará como estratega. No ganó ni una sola de las elecciones, pero sigue ahí, consigue mantenerse. Es capaz de decir citas muy desafortunadas, como la de Valencia, aunque no la expresó exactamente así: «Si necesitan más recursos, que los pidan». Y volvería a salir.
—Tu libro se titula «Persuasión y poder». ¿Van unidos en su caso?
—Sánchez no persuade, lo que hace es utilizar herramientas. Abrir instituciones, aumentar la parte de las cotizaciones a los jubilados, el tema de la inmigración.... Juega muy bien sus cartas con todos los elementos a su disposición para conseguir votos. Pero no ha ganado unas elecciones, no ha persuadido al pueblo. Ha organizado después mediante estructuras, pactos y reuniones uno a uno, una serie de elementos que lo han posicionado como la persona a la que han investido presidente. Pero no ha persuadido. De algún modo, quien sí persuadió, porque ganó las elecciones, pero lo hizo fatal, porque he estado analizando su campaña, fue Feijoo. Obtuvo la mayoría de los votos, aunque no la suficiente.
—Tú te quedas con los extremos.
—Como académico de la oratoria me gustan los extremos, porque son los que más juego te dan a la hora de analizar. Los de centro son más tranquilos, no tienen tantos recursos. Pero tú te vas a un Milei y me gusta en la parte de la campaña, gritando, insultando, jugando con lo de los ministerios fuera... Y ahora que es presidente, ha cambiado radicalmente su discurso. Ahora coge las gafitas, las coloca y lee con una voz plana. La clave, si quieres conectar, es lo que hacen los políticos en campaña y no lo que hacen cuando ya están en el gobierno, que es apelar a las emociones, modular la voz todo lo que pueden, hacer muchas pausas, eliminar las muletillas... Y es una de las cosas que más trabajo con los directivos a los que entreno. Porque muchos vienen con voz torrija, esa voz plana, y le dan vida para que cambie y la gente los quiera escuchar.
—Los hay de centro que son algo más cañeros. ¿Qué te parece Ayuso?
—Sí, Ayuso tiene ironía y comunica bien. Cuando la estuve analizando, vi que siempre adelanta los agradecimientos, porque siempre tiene que ver la forma de conectar un poquito más rápido con la gente. Cuando hace una intervención los avanza, y después ataca. Tiene buena capacidad de respuesta, habla bien, tiene buenas estructuras y juega bastante con la ironía. Pero salvo esa ironía, tampoco estamos hablando de una persona que destaque demasiado.
—De los diez líderes internacionales que analizaste, ¿a cuál eliges?
—Si nos vamos a la parte técnica, de todos los que he analizado Obama es el más carismático, el que más conecta y el que más permanece. Es un deleite oírlo y juega muy bien con las historias personales. Tiene un premio Nobel de la Paz, pero este hombre envió 20.000 bombas en su último año de mandato. No le ha pasado factura gracias a su comunicación. Y todo el mundo lo considera maravilloso y bueno. Es de los mejores conferenciantes y de los que más cobran.
—¿Cuál es la clave para que Elon Musk haya llegado al Gobierno de los Estados Unidos?
—Hay muchas variables. La primera es que Musk tiene una cosa que es la autoridad, la parte del ethos que hablaba Aristóteles, esa credibilidad, esa reputación en el campo empresarial. Es una persona que ha hecho cosas imposibles, un ingeniero que ha conseguido algo que la NASA no pudo hacer, que un cohete se lance y se recupere al 100 %. Cuando llegó a Twitter, tenía que ahorrar 100 millones de dólares en gastos. Para eso quiso inutilizar unos servidores, y todos le decían que por el volumen de datos que guardaban, necesitarían nueve meses. Él quería hacerlo en tres meses, y finalmente lo consiguió en dos días. Cortó él mismo un cable con una navaja y lo dejó inservible. Musk es ingeniero, es una persona que hace, que no te dice falsas promesas. La diferencia entre un político y un empresario es que el empresario ejecuta. Y, además, Musk comunica.
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—¿Y quién resulta imprescindible?
—Para mí el capítulo fundamental, por el contenido y quizá no tanto por el orador, sería el de Steve Jobs, por la parte de los pecados capitales. A un soberbio le alimentas el ego. A un envidioso le dices que es mejor que los demás. A un perezoso le dices que va a tener que trabajar poquito. Y a un avaricioso, que va a ganar mucho dinero. Cuando tú conoces los pecados capitales de la otra persona y sabes cuál es su punto débil, eres capaz de darle el mensaje que quiere escuchar. Y parece de perogrullo, pero muy poca gente lo hace, por ego. Steve Jobs lo hizo toda su vida de manera magistral. Estos cuatro pecados mueven el mundo, y siempre hay uno que prevalece en cada uno de nosotros.
—El ego no debe prevalecer cuando hablamos en público. De hecho, sueles decir que nunca hay que empezar una presentación presentándote.
—A ver, puedes empezar presentándote si lo que quieres es aburrir. Hay veces que el formato te obliga a empezar de esa manera, pero si no es así, hay que diferenciarse. Como orador, tienes que entender que eres una herramienta para satisfacer algo de la persona que ha venido a escucharte. Por lo tanto, tienes que bajar tu ego y hacer una charla para la otra persona y no para ti. Empieza haciéndoles una pregunta y pide que levanten la mano. Ya has conectado, les has hecho ver que tienen una necesidad común y que tú se la vas a solucionar. Y después de eso, un breve saludo: «Muy buenas tardes a todos, gracias por venir, soy Fernando Miralles y si os parece empezamos». Ya está. En los primeros segundos, que son los más importantes, ya tienes a la persona cautivada. Y eso es importantísimo.