Xenia vivió un infierno durante 14 años: «De los puñetazos que me dio en la barriga me provocó el parto a los siete meses y medio»
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No fue consciente, hasta que dejó a su exmarido, del calvario por el que había pasado. «Lo normalizas todo, lo ves normal, crees lo que él te dice y que tú eres la mala», explica esta mujer de 48 años
25 nov 2024 . Actualizado a las 16:10 h.Xenia habla con una serenidad que solo da el paso del tiempo. Pasar las páginas del calendario hace que las heridas vayan curando, aunque siempre quedará la cicatriz. Pero escuchar su relato de lo que sucedió hace 16 años sigue resultando estremecedor. Ahora lo ve así, pero no siempre fue consciente de lo que vivió. Y sufrió. Tuvo que dejar aquella relación tormentosa, ir a terapia, hablar con otras mujeres, con profesionales, para darse cuenta de que lo que ella creía que era «algo normal», en realidad, era «maltrato».
Empezó con su exmarido y padre de su hija con apenas 18 años. Era su primer novio. Lo era todo. Con el paso de los meses, él empezó a quejarse. Que si no le gustaba la ropa que llevaba, que si no le parecía propio que saliera con ese grupo de amigas, porque un día estaban con uno, y otro, con otro, y ella era una chica «formal» que no se podía permitir dar esa imagen... Tampoco veía con buenos ojos que estudiara Informática de Gestión, porque había muchos hombres. Empezó a «prohibirle» una serie de cosas, que ella fue pasando por creer que se trataba simplemente de «celos». Y esos comentarios, esos comportamientos, se fueron «normalizando» de puertas para dentro. Porque, claro, de cara a la galería, eran el matrimonio ideal. «Parecía que todo lo hacía por mí, porque me quería, y delante de todo el mundo daba una imagen de buena persona y no se le notaba nada», recuerda.
Poco a poco, Xenia se fue dando cuenta de que «había cosas que no eran», que no son normales. Asegura que después de la boda «se empezó a poner un poquito más agresivo», sobre todo, cuando ella le llevaba la contraria. Su exmarido, que es militar, pasaba largas temporadas fuera de casa, pero al regresar «tenía que comer siempre los sábados en casa de su madre». «Y yo le decía: ‘¿Podemos ir otro día, no?, y no le gustaba nada, y ahí sí que me levantaba la mano o me daba con una toalla, con lo cual me hacía daño, pero no me dejaba tantos moratones».
Una de estas peleas, precisamente por este mismo tema, sucedió estando ella embarazada de siete meses y medio. «Estuve casi todo el embarazo sola, porque él estaba navegando, haciendo unas maniobras importantes, y cuando vino me dijo que quería ir otra vez a casa de su madre. Yo le dije: ‘He estado tres o cuatro meses sin verte, además la matrona me dijo que anduviera, ¿por qué no vamos otro día?'. Pues se rebotó tanto que me empezó a dar puñetazos en la barriga. Y a las tres horas y pico rompí aguas».
Los médicos intentaron evitar que se pusiera de parto, pero solo lo consiguieron durante 24 horas. Las contracciones no cesaban, la niña quería nacer, pero estaba colocada al revés y le tuvieron que practicar una cesárea de urgencia. «Él estaba como si no hubiera pasado nada, él me había dado en la barriga, pero también yo ‘estaba nerviosa', y entonces es lo que pasa... ‘Es de los nervios', me decía. Es que encima me hacía sentir culpable».
Confiesa que es la primera vez que lo está verbalizando fuera de su círculo más cercano. Es escalofriante, pero ella, en ese momento, no podía ver la gravedad de los hechos. «Es que normalizas mucho las cosas. Hay un momento en que lo ves normal, te crees lo que él te dice, te crees la mala, te crees que todo es por tu culpa...». Así explica Xenia por qué continuó a su lado a pesar de lo sucedido. Y de lo que seguía sucediendo. «Recuerdo un día que falleció el padre de mi jefe, yo trabajaba de limpiadora, y fuimos al velatorio, y al regresar, justamente debajo de mi casa teníamos un bar y nos tomamos un cafelito las compañeras que habíamos ido. Él bajó con la niña, me cogió de los pelos y me dijo que subiera, que qué hacía yo en un bar, que era la hora del baño y tenía que hacer la cena». Aguantó tres años, hasta que un día dijo: «No puedo más». Tuvo que intentar matarla para que ella dijera «se acabó».
Recuerda que era un día de feria en el Puerto de Santa María, de donde es Xenia, cuando él intentó acabar con su vida delante de su hija de 3 años. «Me intentó estrangular con un cable, pero la niña se puso en medio, gritaba: ‘Mamá, mamá, mamá', y parece que reaccionó y paró. Llegó un momento en que yo me meé encima, ella cogió un rollo de papel higiénico e intentó secarme las lágrimas. Me decía: ‘Puta, puta', me insultaba, y mi hija me decía: ‘Tú no eres una puta, ¿no?'. Evidentemente, ella no entendía esa palabra, pero notaría que era algo feo y que a mí me hacía llorar. Y justo después me dijo: ‘Arréglate, que es día de feria, día de familia, y hay que ir. Tuve que ponerme mi traje de gitana, maquillarme, vestir a mi hija e ir a la feria».
Dice que el «miedo», la «impotencia» y la «vergüenza» le impidieron salir corriendo. Pero, afortunadamente, él se tuvo ir de viaje, y ella aprovechó la ocasión para pedir el divorcio. La mala suerte quiso que él abriera el buzón y se encontrara el sobre con los papeles que ella había pedido en el juzgado para llevarle a la abogada. «‘¿Que tú te quieres separar de mí?', me dijo. ‘Sí, porque lo que hemos vivido ya es un límite', le respondí. Me rompió los papeles, y me soltó: ‘No, soy yo el que te dejo a ti'. Y fue él el que puso la demanda. Aunque también me amenazó. Llegó a decirme: ‘Todavía te puedo hacer daño', señalando a la niña».
Le quitó todo el dinero que tenía en el banco, se quedó sin nada para mantener a su hija, y la abogada le aconsejó denunciarlo por desamparo de la menor. Estando en la comisaría, la policía le hizo muchas preguntas, y ella acabó confesando que su marido le pegaba, lo que inmediatamente dio pie para cambiar la denuncia por violencia de género. Se celebró un juicio rápido, y su abogada, «como ya se iban a divorciar y, además a él lo iban a destinar fuera, le aconsejó no declarar en su contra. «No lo llegan a condenar, porque yo me acogí a ese derecho. Recuerdo muy bien el enfado del fiscal, porque le iban a pedir ocho años por intento de homicidio. Pero en ese momento, una está perdida, yo no era consciente de que era una víctima de violencia de género. Yo pensaba: ‘Al final, no me ha matado', para mí era un rebote, un enfado, que se le había ido de las manos. Si ya nos íbamos a divorciar, pues ya estaba. Muerto el perro se acabó la rabia, y eso hizo que cometiera otra vez el error con mi siguiente pareja».
LA HISTORIA SE REPITE
Pasaron unos meses y conoció a otra persona que tenía problemas con el alcohol, y cuando bebía se ponía bastante agresiva, hasta tal punto que un día tuvo que llamar a la policía porque él hizo el amago de coger un cuchillo. «Salí al descansillo, llamé y vinieron enseguida», cuenta Xenia, que esta vez sí consiguió una orden de alejamiento. Aunque en realidad, durante estos años, la policía la ha estado llamando para saber si tanto su exmarido como su otra pareja la seguían acosando. Afortunadamente, ya no tiene relación directa con ninguno. Su hija ya es mayor de edad y no necesita estar en contacto con su padre, aunque mientras no lo fue, sí se hizo necesario, y no fue fácil. «A veces me arrepiento de no haber denunciado aquel día porque luego sí que ha seguido haciéndome daño a través de mi hija, la manipulaba, le decía mentiras, como que a mí me gustaban los hombres y que por eso los había echado a los dos de casa. A veces la niña se las creía, y ha habido épocas en las que casi no me quería abrazar ni que le diera un beso... Nunca me la intentó quitar, pero cuando estaba con él, porque tenía sus vacaciones y su régimen de visitas, podía estar dos semanas sin saber nada de ella. Tenía que ir a comisaría a poner una denuncia, pero cuando la policía lo llamaba siempre decía que el teléfono estaba estropeado o no tenía cobertura».
Precisamente, en una de las visitas a la comisaría le aconsejaron pedir ayuda. Empezó a ir a terapia, tanto individual como colectiva, y después de escuchar otras historias empezó a entender. «Me fui recomponiendo, enterando de lo que había pasado, porque hasta ese momento no fui del todo consciente, encontré la Fundación Ana Bella, que me ayudó mucho, y me sirvió para seguir adelante». Porque aunque la desconfianza le impedía volver abrir la puerta de su corazón, sobre todo en el plano más íntimo, encontró a una persona por la que sí merecía la pena hacerlo, que la comprendía y respetaba y con la que comparte felizmente su vida desde el 2013. «Es más feminista que yo, vamos muy, muy bien».