Yolanda sufrió un infarto al volante: «Se me paró el corazón conduciendo por Riazor y la gente me salvó»

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MARCOS MÍGUEZ

Cuarenta minutos sin latido pasó esta gallega en plena calle mientras luchaba por su vida. Un conductor que la reanimó, el desfibrilador de la policía local y los socorristas de la playa, que acudieron en tropel en la ambulancia, lograron devolverla a la vida

25 nov 2024 . Actualizado a las 16:10 h.

El corazón de Yolanda dejó de latir el 18 de julio del 2023 sin previo aviso cuando conducía su coche por el paseo marítimo de A Coruña. «Y no hay luz al final del túnel, ya te lo digo ahora, por lo menos yo no la vi», asegura ella. Yolanda volvía de la playa de As Lapas, bajo la torre de Hércules, y de pronto todo se apagó. No recuerda nada del momento en que un infarto casi le cuesta la vida. Afortunadamente, la que era entonces su jefa iba con ella de copiloto cuando se quedó sin conocimiento y se fue contra un bordillo. «Se dio cuenta de que yo estaba mal y pidió auxilio.

Paró un coche de un chico que circulaba también por allí en ese momento, y que después me vino a ver al hospital, Alberto. Él se dio cuenta de que era muy grave y empezó a hacerme la reanimación cardiopulmonar. En ese momento, justo pasó un coche de la policía local que llevaba un desfibrilador, que fue lo que me salvó. Porque me dijeron después que de mi infarto, de cada tres, se mueren dos». Yolanda encarna a esa tercera persona que se salva de la estadística. «Y todo gracias a la gente de la calle».

Mientras la reanimaban en plena calle, llamaron a la ambulancia. Y a ella se subieron también corriendo los socorristas desde la playa de Riazor hasta la del Matadero, el punto en el que le dio el infarto, para ayudar en las tareas de reanimación. «Estuvieron 40 minutos reanimándome, y me quedé dos veces. Después, con el tiempo, los fui a saludar a todos y a darles las gracias», dice. No la trasladaron al hospital hasta que lograron estabilizarla. «Me llevaron al Chuac, que es la NASA. Una maravilla el servicio de cardiología allí. Todo lo que te cuenten y lo que oigas es mejor».

LAS SECUELAS

Yolanda estaba tan dolorida por la reanimación que casi no podía moverse durante los primeros meses de su recuperación. No le quedaron secuelas físicas, más allá de la colocación de un stent y la obligatoriedad de hacerse revisiones periódicas, pero sí psicológicas. «Cogí mucho miedo a todo», indica. También a la inseguridad económica.

En el momento en que infartó, llevaba un ritmo frenético. Trabajaba en la hostelería, «de lunes a domingo, doce horas y cotizando solo por cuatro». Y ahí fue cuando se le paró el corazón. Acabó ahí tras un cambio de trabajo que llegó después de que se divorciara de su marido tras 20 años de matrimonio y de la muerte de su padre, al que cuidó durante los últimos años de su vida. Ese fue el contexto, la tormenta perfecta que desembocó en el infarto. Y aunque este tuvo un final feliz, lo cierto es que para ella fue una experiencia traumática.

«Cogí mucho miedo, miedo a todo. A no tener dinero también. La realidad es que estando de baja por el infarto no te ayuda nadie, sino todo lo contrario, porque los ingresos disminuyen. Yo cobro 400 y pico euros y pago 375 de alquiler. La económica es una preocupación añadida que ni yo ni nadie en mi situación debería tener, porque durante un año estás en un riesgo enorme de sufrir otro infarto. Y esa sensación me cambió la vida». Yolanda sufrió una depresión y sin darse cuenta empezó a encadenar los días llorando. «Un día dije: “Hasta aquí. Me voy a obligar, a levantar y a asear para salir a caminar, aunque no tenga ganas”». Hoy puede decir que salió de ese agujero. «He decidido vivir el día a día, porque la vida me ha dado otra oportunidad, y la voy a aprovechar».

CAMBIO DE VIDA

En medio de este contexto de recuperación física y emocional, encontró el amor cuando y donde menos lo esperaba. En un encuentro con unas amigas, de broma, se descargó una aplicación. «Solo la puse una vez y la quité, la puse de cachondeo con ellas y la borré el mismo día, porque no me entraba más que gente casada, guarros y cosas por el estilo. Pero me habló un hombre al que después le di el WhatsApp, y empezamos a conocernos». De ahí salió el que Yolanda califica como el amor de su vida. «El dinero va y viene, pero yo he encontrado el amor. Tiene unos valores muy parecidos a los míos, que es lo que más me gusta de él. Y sé que me va a cuidar toda la vida. Hicimos dos años en agosto, y aunque no convivimos —él cuida a un familiar enfermo—, todo pasará y sé que podremos estar juntos en algún momento. Yo no me muero antes de eso».

Él tiene mucho que ver en su recuperación, y también algunas amistades que nacieron en su peor momento . «Me he dado cuenta de que las que creía que eran mis amigas, en realidad no lo eran tanto; y he descubierto a otras que creía que no lo eran tanto, y que sí que lo son. Todas esas cosas que te cuentan, de “cuando te pase algo vas a ver a quién tienes al lado”, son verdad». Cuenta que su estilo de vida también cambió drásticamente. Antes tenía una vida social muy activa, «ligaba un montón y me sobraba la gente para salir a todas partes, pero de repente, pasé a verme en la cama sola con mi hijo. Y cuesta asimilarlo».

Por mucho que uno lo sienta así, nunca se está solo del todo. Y para prueba, historias como la de Yolanda, en las que gente a la que no conoces de nada te salva la vida. «Me di cuenta de que hay personas que me han ayudado mucho sin obtener ningún tipo de beneficio a cambio, y otras que estaban conmigo por interés. A lo mejor simplemente para salir por ahí, pero era por interés».

Hoy, ella se ha desprendido de todo aquello que no era real para aceptar su nueva realidad. Incluso acude a un grupo de autoayuda en su ambulatorio. También sigue revisándose puntualmente. «Durante el primer año te llaman del Chuac, primero todos los días cuando vas para casa, y luego todas las semanas. Te hacen un seguimiento telefónico muy bueno para ajustarte el tratamiento y ver cómo estás de ánimo. Los infartados tenemos un teléfono directo con ellos, es impresionante», señala.

Ahora Yolanda es una mujer más fuerte, con una vida menos social, pero que define como mucho más plena. También es una madre orgullosa de su hijo, que ya tiene 18 años y es campeón de España de fútbol playa desde Arteixo (A Coruña) —con Amarelle Academy, una auténtica fábrica de campeones y todo un referente de este deporte—.

El chico y ahora su pareja, además de la salud, son los pilares fundamentales sobre los que asienta su segunda oportunidad. Porque después de una historia vital con muchos sinsabores, esta mujer volvió a nacer en pleno paseo marítimo de A Coruña un día de verano en el que cogió el coche llena de preocupaciones de esas que en realidad no importan. Ahora lo sabe muy bien.