Sarah Jaffe: «El trabajo no está diseñado para hacernos felices, está diseñado para otra cosa»

ALEJANDRA CEBALLOS

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Amanda Jaffe

«La idea de trabajar gratis durante un año con la esperanza de que luego te contraten es algo reciente», asegura Sarah, que ha investigado cómo el discurso del amor a la profesión es perfecto para que la gente no descanse, ni siquiera en pandemia

15 nov 2024 . Actualizado a las 12:22 h.

Que el trabajo nos absorbe, que ya no tenemos salarios justos, que suben los precios de la vivienda, pero no los sueldos; que los jóvenes son unos vagos; que nadie quiere trabajar; que ahora estamos mejor que antes. El discurso sobre las condiciones laborales de este siglo en el mundo occidental son dispares, sin embargo, Sarah Jaffe tiene una postura muy clara. Llega a España con su libro Trabajar, un amor no correspondido (Capitán Swing) y expone cómo el sistema se lo complica a la clase trabajadora.

 —En tu libro aseguras que el trabajo nos deja solos…

—Sí. Hay muchas razones por las cuales el trabajo interfiere con las otras cosas de la vida. Simplemente ocupa mucho de nuestro tiempo. Cada vez más, la gente trabaja en horarios irregulares; hay más trabajos que requieren que te quedes hasta tarde, o que trabajes de noche. Se crearon los trabajos temporales o la gig economy; y situaciones económicas donde debes tener más de un trabajo. Así, con muchas empresas, ocurre que las personas no están obligadas a trabajar necesariamente, pero siempre están potencialmente disponibles.

 —¿Y en términos emocionales?

—Estamos haciendo trabajos que requieren que estemos allí sonriendo, siendo amables y emocionalmente involucrados, o realizando algún tipo de tarea creativa. Eso nos deja emocionalmente agotados al final del día. Todas las demandas del trabajo hacen que cada vez tengamos menos tiempo, espacio y energía para conectar con otros.

 —Dices que el covid evidenció que el trabajo es coercitivo.

—Desde el principio del capitalismo el trabajo ha sido coercitivo. Pero una de las cosas que la pandemia realmente nos mostró fue que los Gobiernos, y en particular las grandes empresas, estaban perfectamente dispuestas a exigir que la gente volviera al trabajo, incluso

arriesgando sus vidas, para que la economía pudiera seguir funcionando. Eso nos recordó que, incluso si estás en un trabajo que te gusta, estás ahí para hacer ganar dinero a otro.

—¿El sistema les falló a los jóvenes?

—Sí, ya no hay garantías laborales. Ese tipo de trabajo que haces en una aplicación en tu teléfono no te da garantías de nada. Mucha gente sueña con entrar en ciertos sectores creativos y al final debe renunciar para irse a trabajos más seguros.

 —¿Estamos peor ahora?

—Sí, las cosas han cambiado, por ejemplo, yo tengo 44 años y a lo largo de ese tiempo la universidad se ha vuelto 800 veces más cara en EE.??UU., pero los sueldos no han aumentado esa proporción de 800 veces. Así que, materialmente, es mucho más difícil para alguien más joven superar estas dificultades. Los empleos son menos seguros, y la gente está haciendo varios trabajos para poder pagar las cuentas, o regresando a vivir con sus padres. Es una tendencia del mundo occidental.

 —Aun así, la gente siente que tiene que trabajar para hacer cosas.

—Nos lo han dicho, y en muchos casos durante la mayor parte de nuestras vidas. Pero no es cierto. A veces todo colapsa a tu alrededor y no hay mucho que puedas hacer al respecto. La mayoría de las personas que hicieron colapsar la economía en el 2008 y el 2009 están bien. La mayoría de esos tipos aún tienen empleos, aún son dueños de bancos. A mi Gobierno y al tuyo los rescataron. España fue uno de los países que recibió un gran golpe y no fue culpa de los españoles. Los bancos que arruinaron todo ni siquiera estaban instalados en tu país, sino en el mío. Esta idea de que pudimos haber trabajado lo suficientemente duro para protegernos de un colapso causado por especuladores sobre los que no teníamos ninguna influencia simplemente no es verdad.

 —¿Por qué los trabajadores no se sienten parte de un gran grupo?

—Es la forma en la que funciona el Occidente industrializado. Básicamente las personas ricas se relacionan entre sí, y las de clase obrera con los de su barrio. Así que, para alguien que en la universidad solo tuvo que ser el mejor estudiante, es muy difícil entender a alguien como yo que, además, tuvo que trabajar, o que no podía hacer prácticas no remuneradas.

 —¿Es imposible que se rompan esas barreras?

—Las personas en posiciones precarias en la academia comenzaron a entender cuánto tenían en común con trabajadores de comida rápida. Tienes más en común con la persona que te sirve las bebidas y te lleva a casa la comida que con el dueño de la cadena.

 —Pero muchas personas creen que por ir a la universidad tienen un estatus determinado…

—Puedes decidir que trabajarás muy duro para diferenciarte de la clase obrera, o puedes entender que la mejor forma de que las cosas mejoren es que lo hagan para todos. Por ejemplo, que yo haya tenido una carrera más o menos exitosa no quiere decir que mañana no cambien las cosas y vaya a tener que ser camarera de nuevo. Lo que realmente mejoraría mi vida, también mejoraría las cosas para los chicos de la esquina que venden fruta en el puesto del mercado.

 —¿Nuestras relaciones también fallan y creemos que es culpa nuestra?

—Claro. Existen todas las presiones que se imponen en nuestras vidas: el tiempo, el dinero... Pero también la idea de que estamos compitiendo todo el tiempo entre nosotros dificulta tener amistades genuinas, porque la industria te impulsa a perseguir agresivamente tu carrera, y si eso significa pasar por encima de alguien, lo haces. Ese tipo de pensamiento es bastante antisocial.

 —Dijiste que tú disfrutas lo que haces, ¿cómo mediamos entre ese amor por nuestros trabajos y el sistema en el que estamos?

—Puedes disfrutar tu trabajo, estar agradecida por tenerlo, pero es trabajo. A veces es divertido y fascinante, y otras veces yo lo odio. Porque el trabajo no está diseñado para hacernos felices; está diseñado, principalmente, para hacerle ganar dinero a alguien más. Así que ser sinceras sobre las veces en las que el trabajo es terrible nos permite ser honestas sobre las veces en las que no lo es.

 —¿Hay esperanza para el sistema?

—Mike Davis, que es un escritor y pensador, y una persona a la que admiro mucho, dijo en una entrevista, justo antes de morir: «Lucha con esperanza, lucha sin esperanza, pero lucha». Y creo que es ahí donde me encuentro estos días.