Tienen ocho hijos con edades comprendidas entre los 11 años y los seis meses. Aseguran que todo es cuestión de logística. «Si tuviera menos, sería más desprendida», dice ella
18 nov 2024 . Actualizado a las 18:02 h.Marta y Juan están a un miembro de tener literalmente un equipo de fútbol en casa. De momento, son diez. «Tenemos ocho machotes», dice ella, que confiesa que ha nacido para ser la reina de su casa con todas las letras. Es la única mujer, porque casualmente todos sus hijos son chicos. Pero no es la única casualidad, o quizás sí, porque que todos lleven un nombre que empiece por J, aunque empezó sin querer, al final, ha tenido algo de intención.
Marta y Juan se conocieron hace 15 años en una agencia de publicidad, donde él trabajaba como publicista y ella como periodista, y al poco empezaron a salir. Que si una cerveza después de trabajar, que si otra... El roce hace el cariño y al cabo de unos meses eran pareja. Y ambos tenían muy claro que, si finalmente acababan juntos, «era para tener algo de follón como el que tienen». Él viene de una familia de ocho hermanos. Sin embargo, ella solo tiene uno, aunque desde siempre su «objetivo en la vida era ser madre». «Yo no pensaba que iba a tener tantos hijos, la verdad. Quería tener mínimo uno, pero cuando vi que Marta estaba por la labor, dije: ‘Pues nada'. Yo me siento cómodo en el follón, me he criado en ese jaleo, me veo capaz», explica Juan.
Cuentan que la familia tan numerosa fue surgiendo sobre la marcha. «A Marta la maternidad le gustaba mucho, luego fui descubriendo que se le daba muy bien. Yo soy superniñero, desde pequeño me encantan los niños, veo uno por la calle y me pongo a jugar con él», apunta Juan. «Y yo sin serlo tanto —interrumpe Marta— soy muy madre. Me encanta el rol de madre. Me ha gustado desde pequeñita. Cuando me decían: ‘¿Qué vas a ser de mayor?', yo contestaba: ‘Mamá y periodista'. Al final, se juntan dos personas que tienen esa forma de entender la vida, y puede surgir esto, pero en ningún momento lo hemos llevado bajo un esquema. Es más, si lo llevas esquematizado, no tienes ocho hijos. Porque lo que supone logísticamente, económicamente, socialmente, personalmente... si te paras a pensarlo en frío y en serio, seguramente no lo haces».
Llevaban unos años como pareja cuando el tema de la descendencia se empezaba a colocar en el centro de las conversaciones. El país atravesaba una gran crisis económica, todos los semáforos parecían en rojo para lanzarse a la aventura, cuando se sentaron a hablar. «Dijimos: ‘Vamos a intentar llevar a cabo el proyecto de vida que nosotros queramos sin que nos condicione el contexto, al revés, vamos a adecuarlo a lo que nosotros queramos. Hay quien dice valiente, yo digo más bien loco. Vemos la vida un poco con esa fórmula. No hay una planificación financiera antes, sino que vamos ajustándonos a la realidad del momento».
El 27 de marzo del 2013 nació el primogénito, tres meses antes de que cumplieran su primer año de casados. «Estamos seguros de que Juan es hawaiano. Nos enteramos al llegar a Madrid del viaje de novios», cuenta Marta. Si bien el primero tenía muchas papeletas de llevar el nombre del padre, cuando nació Jaime, en octubre del 2014, simplemente el azar quiso que su nombre empezara por la misma inicial que el de su hermano. «Hasta ese momento pura casualidad», afirman.
No había pasado un año del nacimiento del segundo cuando vino al mundo Jacobo, en septiembre del 2015. «Teníamos a Juan y a Jaime, y dijimos: ‘¿Por qué no le ponemos otro con J?' Y le pusimos Jacobo, que además es el mismo nombre que Jaime», explican.
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La esperanza de la niña
Hasta ahí, cuenta Marta, nunca había tenido preferencia con el sexo de los bebés, pero con cuatro chicos en casa, contando con Juan padre, «lo de poner un lacito también le hacía ilusión». Y cuando se quedó de nuevo embarazada, en una de las ecografías, el médico sembró la duda. «Recuerdo a Juan superemocionado, y yo le dije: ‘Juan, que es un niño'. Y efectivamente, no me equivoqué». Jorge nació en abril del 2017. «Ahí sí que ya estamos jugando a conseguir el jamón de las cinco jotas», confiesa Marta. Y se lo llevaron. En mayo del 2019 nació José. Pero la cosa no quedó en una mano. En marzo del 2021 llegó Javier; en septiembre del 2022, Julián, y, por último, hace seis meses, en abril de este mismo año, nació «la estrella de la casa», Joaquín. Hasta ahora, dicen, siempre han encontrado nombres con jota que les gustaban. Pero pocos o ninguno quedan ya. «Para el noveno lo tendríamos muy, muy complicado, los que hay no me terminan de convencer», asegura Marta. De momento, nunca han decidido esos nombres únicamente para continuar con la saga jotera, sino que los han ido escogiendo convencidos, e incluso en el paritorio. La esperanza de la niña, eso sí, parece difuminada. «Cada vez que me quedaba embarazada, mi intuición me decía que era un chico. Todo el mundo me animaba, verás la quinta, la sexta será niña... Yo empiezo a pensar que es un tema genético. He tenido dos abortos espontáneos, estando de muy poquito, y en algún momento he llegado a pensar que soy incompatible, si es niña. El ginecólogo me dijo que no hay nada estudiado, pero que podría ser perfectamente», señala.
La supervivencia con ocho hijos pasa por que los mayores echen una mano con los pequeños. Por eso cuando la familia les quiere ayudar y les ofrece llevarse a alguno de los de más edad, ellos se «niegan». «Ayer, por ejemplo, le dije a uno que le pusiera el pijama al otro, otro me contestó: ‘Ya llevo yo el agua a las mesillas de noche de los pequeños... Les pides ayuda, dentro de su capacidad, evidentemente. También son niños pequeños, y de repente, como es lógico, se han escapado y están jugando a la Play», cuenta Juan.
Cuando se hace el silencio, aunque dicen que nunca han estado dormidos todos a la vez, sienten mucha paz y gratitud, «porque de alguna manera, con algún berrinche o no, están felices y contentos». Aun así, no ocultan que hay momentos de saturación, en que no pueden contestar a todos o que sienten que no les estás haciendo caso. «Un día se me ocurrió decir: ‘Mamá ahora mismo es un árbol y con los árboles no se habla', se quedaban mirándome como si me hubiera vuelto loca, pero no me hablaban. Ya se les ha pasado. Es verdad, que hay momentos en que mi cabeza estalla y tengo que decir: ‘De uno en uno', pero aunque parezca una loca, a mí incluso escuchar: ‘Mamá, mamá, mamá...', me reconforta muchísimo».
A pesar de los que son ya de por sí de familia, su casa siempre está llena de amigos, primos o vecinos. «Ya que no podemos salir con tanta fluidez como nos gustaría, nos encanta que vengan, aunque sea a tomar una pizza». Solos, lo que se dice solos, pocas veces están. Y ellos dos, menos todavía. «En los últimos meses, con el tema de Joaquín, que nació con una cardiopatía congénita y con síndrome de Down, ha sido muchísimo más complicado. Pero tenemos una familia maravillosa que siempre nos echa una mano. El otro día se los quedó mi madre, que es una echada pa´lante, y fuimos al cine, algún momento sí que encontramos», indica Marta, que apunta que «el que se los queda, se queda a todos, intentamos que estén juntos». «Para mí —dice Juan— es la asignatura pendiente. Me gustaría todas las semanas tener una cena, una cervecita o cine».
Marta, que está en ocho grupos de WhatsApp —del pequeño tiene un chat por otras cosas—, apunta que parte del secreto para poder estar en todo es que desde pequeña ha sido muy organizada. «Nuestros hijos no suelen fallar en nada, ni perderse nada. Van a cumpleaños, eventos deportivos, si tienen que llevar cartulina, la llevan... Te diría que si tuviera menos hijos, sería más desprendida. Teniendo tantos, lo llevo tan agendado que nunca fallas», cuenta Marta, que asegura que los niños son conscientes de que a veces sus padres no pueden estar en todo o llegan algunos minutos más tarde a recogerlos. «Pues se quedan leyendo, están muy acostumbrados desde chiquititos. No les importa nada, y a mí, como madre, es lo mejor que me puede pasar en cuanto a organización».
Juan y Marta viven volcados en sus pequeños. Y a pesar del cansancio, que no niegan, y de las renuncias que supone, que tampoco ocultan, son la viva imagen de la felicidad. Aseguran que es una elección de vida y una cuestión de ordenar las preferencias, aunque la gente los tache a veces de «irresponsables» por tener una familia numerosa. «Para aceptar la llegada de un niño bajo cualquier circunstancia hay que ser muy responsable, aunque sea mentalmente. Y nosotros lo somos», dice Marta. «En la oficina a veces me dicen: ‘Debes de estar forrado'. No, mientras tú sales a comer, de aperitivos, a sitios chic, viajas cada mes... yo lo gasto en colegios. Evidentemente es un gasto, conciliar es complicado, pero viene por el corsé que se ponga cada uno: quiero este tipo de casa, este barrio, salir todos los días... Cuando me dicen que qué hay que hacer para ganar más, les respondo que tener hijos: porque vas a salir con la necesidad de buscarlo», dice Juan. Viéndolos y hablando con ellos, las explicaciones sobran.